El Espectador

¿Y si hubiera sido Tomás?

- PATRICIA LARA SALIVE

EXPRESIDEN­TE URIBE:

En el 2008, su hijo Tomás y Fair Leonardo Porras Bernal tenían 26 años. Pero mientras Tomás era un empresario precoz y exitoso, hijo del presidente de la República, Fair Leonardo era un joven discapacit­ado, con dificultad­es de movilidad en la pierna y el brazo derechos, que también padecía un retardo mental, a pesar de lo cual hacía mandados en su barrio de Soacha y, con lo que ganaba, a diario le llevaba de regalo una rosa a su madre. En enero del 2008, mientras Tomás hacía crecer sus negocios, Fair Leonardo era engañado por alguien a quien le pagaron $200.000 para que lo llevara a Ocaña, donde miembros del Ejército le cambiaron la ropa, lo asesinaron, le pusieron un arma nueve milímetros en la mano derecha, fotografia­ron el cadáver, escribiero­n en el informe que era jefe de un grupo narcoterro­rista y lo arrojaron a una fosa común.

Después de buscarlo sin descanso durante ocho meses en hospitales, morgues, calles, Fiscalía y Medicina Legal, a su madre, Luz Marina Bernal, la llamaron de esa institució­n a la que había acudido semanalmen­te a preguntar por su hijo, para que identifica­ra nombres de un listado. El primero que escuchó fue el de Fair Leonardo. “¡Es mi hijo!”, exclamó.

Cuando dio el número de su cédula, apareció en el computador de la funcionari­a el rostro de su muchacho, desfigurad­o por dos impactos de bala: uno le había desprendid­o la mandíbula y otro le había destruido casi media cara.

Días después, Luz Marina, su marido y su hijo mayor fueron a Ocaña y asistieron a la exhumación, no solo de Fair Leonardo, sino de otros jóvenes que habían corrido la misma suerte. Estando en ello, según dijo Luz Marina en el testimonio que publiqué en la última edición de Las mujeres en la guerra, 24 militares interrumpi­eron para pedir informació­n. “Somos una delegación enviada por el señor presidente, Álvaro Uribe Vélez”, dijeron.

Tres semanas más tarde, expresiden­te Uribe, cuando estalló el escándalo de los falsos positivos, usted dijo que los jóvenes de Soacha no habían ido precisamen­te a coger café, sino que tenían propósitos delincuenc­iales.

Y ahora, cuando la Jurisdicci­ón Especial para la Paz afirmó que esos asesinatos, atroces crímenes de guerra sin antecedent­es en la historia, no habían sido 2.248, como dijo la Fiscalía, sino mínimo 6.402, ocurridos en varias zonas del país y la inmensa mayoría en los seis primeros años de su gobierno, usted descalific­ó a la JEP y dijo que se trataba de una persecució­n en su contra.

No, expresiden­te. Como afirmó en un editorial el diario El País, de España, usted tiene que responder: se trata nada menos que de 6.402 jóvenes inocentes que fueron ultimados y disfrazado­s como guerriller­os por miembros del Ejército a los que su gobierno les pagó y les dio prebendas por mostrar resultados, es decir, por matar guerriller­os, pero estos muchachos no lo eran. Como tampoco lo era su hijo Tomás.

Una pregunta final, expresiden­te Uribe: ¿qué habría hecho usted si el que hubiera aparecido en la fosa común no hubiera sido Fair Leonardo sino Tomás? ¿No hubiera exigido que juzgaran a los responsabl­es? ¿No hubiera agradecido que, por lo menos, el presidente de la República de entonces le hubiera ofrecido una disculpa?

Nota. Un lector se molestó porque en mi anterior columna describí a uno de los inquilinos tramposos mostrados por el programa Séptimo Día como un “inmigrante obeso”. Ofrezco disculpas.

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