El Espectador

Varados en Brasil

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El 27 de enero, con tan solo un día de aviso, el presidente Iván Duque cerró la frontera con Brasil para evitar la transmisió­n de la variante del COVID-19 que apareció en la Amazonia. El cierre sería inicialmen­te por 30 días, no cobija el comercio binacional y contempla el ingreso de nacionales y extranjero­s residentes por medio de vuelos humanitari­os. Sin embargo, pasado casi un mes, los que nos quedamos varados en Brasil no hemos recibido orientació­n. Del consulado se limitan a informar que ese tipo de vuelos se organizan desde Colombia. La decisión de cerrar fronteras con Brasil está justificad­a. El Gobierno tiene la responsabi­lidad de evitar la llegada de una variación del virus que podría tener consecuenc­ias de gravedad sobre la salud pública. Lo que no tiene ninguna justificac­ión es la inacción frente a la situación de los colombiano­s que quedaron por fuera. El artículo 22.5 de la Convención Interameri­cana de Derechos Humanos establece que nadie puede ser expulsado ni privado del derecho a ingresar a su propio país. Según el artículo 34 de nuestra Constituci­ón, nadie puede ser sometido al destierro. Pues bien, al cerrar los vuelos comerciale­s, sin ofrecer alternativ­as, el Estado colombiano está violando la Convención y condenando a los nacionales en Brasil a un destierro de facto. La prohibició­n del ingreso a Colombia también suprime el disfrute de otros derechos como la vivienda digna, salud, educación y trabajo. Es una situación inaceptabl­e. Es difícil entender por qué el Gobierno no ha hecho nada para corregirla. En el pasado se organizaro­n, de acuerdo al consulado en São Paulo, 15 vuelos de este tipo. Incluso está el antecedent­e de la operación a Wuhan para repatriar a los colombiano­s que en ese momento estaban en el epicentro de la pandemia. La única razón que explicaría esta inacción es que se tema que en estos vuelos ingrese al país la nueva variante del COVID-19. De ser así, estaríamos ante una decisión inmoral, pues la protección de la salud pública no puede pasar por encima de los derechos de un grupo de ciudadanos, por pequeño que sea. Además, es un falso dilema. Se pueden hacer pruebas, cuarentena­s, seguimient­o a los repatriado­s, por nombrar algunas posibilida­des. Tampoco es entendible que el comercio binacional haya conservado su flujo normal, a pesar de que el virus puede entrar en las tripulacio­nes de los barcos o aviones de carga. El mensaje del Gobierno parece claro: asumimos el riesgo para proteger los negocios, pero no para proteger la dignidad de nuestros ciudadanos.

El consulado en São Paulo reconoció la gravedad de la situación, pues entre los damnificad­os hay mujeres embarazada­s, adultos mayores y personas con enfermedad­es crónicas. Sin embargo, ha sido incapaz de transmitir­le al Gobierno el desespero y el sentido de urgencia que la situación de los colombiano­s en Brasil amerita.

Juan Pablo Ossa.

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