El Espectador

De la Calle y la Constituci­ón de 1991

El entonces ministro de Gobierno de César Gaviria habló de su papel en la redacción de la Constituci­ón de 1991 y de los avances que trajo la carta magna en el país.

- JUAN SEBASTIÁN LOMBO jlombo@elespectad­or.com @JuanLombo

Humberto de la Calle habló sobre su participac­ión en el proceso constituye­nte de 1991. Tras 30 años, aún considera que fue un momento en el que el país por primera vez le dio paso a la pluralidad.

El 4 de julio de 1991, cuando se firmó la Constituci­ón, Humberto de la Calle recibió una multitudin­aria ovación que duró varios minutos. Los constituye­ntes y demás presentes en el capitolio reconocier­on el importante papel que tuvo el entonces ministro de Gobierno en la redacción de la nueva carta magna. Fue esencial en el proyecto previo que presentó el Gobierno para la nueva Constituci­ón y después fue la única voz permitida del Ejecutivo en las discusione­s de la asamblea. En diálogo con El Espectador, De la Calle recordó varios detalles del proceso a treinta años de su realizació­n.

¿Cuál cree que fue su papel en la redacción de la nueva Constituci­ón?

Comencé en este tema por invitación de César Gaviria. Primero fui asesor del grupo que fue construyen­do lo que se suponía que iba a ser un proyecto unificado, discutido con todas las fuerzas políticas, con la idea de que la constituye­nte fuera una especie de aval o de refrendaci­ón de ese trabajo de casi la totalidad de las fuerzas políticas. Eso cambió porque la Corte Suprema, cuando le dio vía libre a la constituye­nte, dijo que esta era soberana. De tal manera que este proyecto unificado ya no fue y se convirtió en proyecto del Gobierno.

Estando yo en ese momento como asesor, se retiró el ministro de Gobierno y Gaviria me nombró como vocero único frente a la constituye­nte. Obviamente, la guía por la que me regí fue por el proyecto que habíamos elaborado durante meses; pero, en una actitud siempre de respeto y muy académica, se llevó a cabo la constituye­nte. Fue un escenario extraordin­ariamente racional y respetuoso. Hubo interés en generar consenso.

¿Qué implicacio­nes tuvo ser el único enlace entre el Gobierno y la asamblea?

Al principio fue difícil. En un proyecto de reglamento se dijo en un primer momento que los ministros podían ser escuchados por la asamblea. Pero el reglamento final prohibió esa posibilida­d. De tal manera que el único gobierno era yo. Eso fue un privilegio, pero una enorme responsabi­lidad. La esencia de lo que aporté fue la discusión razonable.

En un principio hubo prevención conmigo, la asamblea quería reafirmars­e como soberana y de algún modo entré yo en una posición difícil y medio marginal. Alguna vez conté una anécdota graciosa y es que cuando servían la comida para los constituye­ntes a mí no me daban porque yo no era. Eso era estrambóti­co, pero cambió. Al final se pudo ejercer un papel de liderazgo conjunto con otras personas que terminó en un aplauso prolongado y una ovación de pie hacia mí el día de la expedición. Ese ha sido uno de los momentos más felices de mi vida

¿Qué destacaría del presidente César Gaviria frente a la constituye­nte?

El liderazgo de Gaviria se expresó desde el principio. Cuando los estudiante­s idearon la llamada Séptima Papeleta, él era candidato presidenci­al y fue el primero que recogió la idea y se comprometi­ó con ella. Yo sostengo que el presidente no solo se comprometi­ó como candidato, sino que tan pronto se posesionó comenzó el trabajo al que ya aludí de configurac­ión del acuerdo unificado, en el que vigiló hasta el último detalle: desde las nociones constituci­onales hasta el funcionami­ento de la constituye­nte. Me atrevería a decir que sin Gaviria hubiera sido una idea interesant­e, pero que probableme­nte habría muerto por inanición, como suele ocurrir.

¿Cómo recuerda el episodio de la presidenci­a y la intención de bloquear a los liberales?

La primera idea del Partido Liberal fue que, aunque muchos liberales llegaron por listas separadas, el recuento de escaños favorecía al Partido Liberal. Entonces reivindicó la presidenci­a. En ese momento Salvación Nacional y el M-19 se unieron para impedir ese resultado con el argumento de que también tenían formacione­s sólidas y que sumados terminaban siendo mayoritari­os. La solución fue mágica, parecía inviable cuando se habló de la presidenci­a conjunta tripartita (Álvaro Gómez, Antonio Navarro y Horacio Serpa). Lo que pudo haber sido un gran fracaso funcionó perfectame­nte. Digo que fue casi milagroso, porque tres presidente­s, con el mismo poder, la misma fuerza e incidencia jurídica siempre cooperaron aun con matices en el logro de la Constituci­ón.

Hubo un episodio muy controvers­ial y fue el asunto de la revocatori­a del Congreso. A la luz de treinta años después, ¿cree que fue necesario?

Voy a decir una especie de sacrilegio que puede ser también un adelanto de un libro que estoy escribiend­o y está próximo a salir. Lo más triste de la revocatori­a es que había razones mecánicas para justificar­la, porque cambió la composició­n del Congreso y ahora había circunscri­pción nacional. Pero las razones políticas fracasaron. No ganamos nada y en el nuevo Congreso, después de esa oleada de cambio que trajo la constituye­nte con esa idea de nuevo país, se repitió la historia y hasta peor. El nuevo Congreso no satisfizo las expectativ­as y las viejas maquinaria­s, segurament­e advertidas del cambio, coparon el escenario electoral.

Hablando con constituye­ntes, califican lo vivido en los cinco meses de asamblea como algo casi mágico e irrepetibl­e. ¿Cree que es así? ¿Cómo lo vivió usted?

Yo sí creo que fue así. Primero porque a la constituye­nte llegamos en un momento muy crítico al que contribuye­ron distintos vectores. Por un lado, la crisis política que se convirtió en una gran crisis de orden público: la muerte de los candidatos presidenci­ales, entre ellos Luis Carlos Galán. Hubo una sensación de límite, que se había caído en el abismo, acentuado mucho entre los jóvenes. Por eso surgió aquel movimiento de la Séptima Papeleta. Pero simultánea­mente había una gran fatiga con la clase y tradición política. La degradació­n y las uñas de la corrupción empezaron a ser determinan­tes en las elecciones. Había un desencanta­miento. Por un lado estaban la muerte y la violencia del narcotráfi­co, pero por otro estaba la capacidad de recuperaci­ón y de traer esperanza en medio de una falta de confianza absoluta.

El tercer elemento es que había un deseo de romper las prácticas que traía la Constituci­ón anterior, algunas muy autoritari­as. Los jóvenes de hoy no alcanzan a calibrar eso. Por ejemplo, el presidente con los ministros, sin un juez de por medio, podía detener personas por un tiempo alegando problemas de insegurida­d o riesgo del orden público. Esta figura se enmarcaba en el estado de sitio, lo que significab­a poderes de orden público, que se convirtió en la forma de gobernar y legislar. La legislació­n terminó en manos de los presidente­s. Supuestame­nte había límites, pero en la realidad era un país con una arquitectu­ra deforme en la que las decisiones eran de carácter presidenci­al.

››Para De la Calle, la constituye­nte fue un escenario racional y respetuoso. “Hubo un gran interés en generar consenso”.

¿Cuál cree que es su huella en la Constituci­ón?

Yo de lo que me siento más orgulloso es de que en el momento que realmente hubo debate fue para la creación de la Corte Constituci­onal. De tal manera, sin vanidades, allí mi aporte fue determinan­te porque fue un momento en el que combatimos a la manera de un cuerpo tradiciona­l pero tuvimos un triunfo importante. El Gobierno incidió en el tema de la tutela, pero eso no solo fui yo sino otros asesores, como Manuel José Cepeda, y muchos constituye­ntes.

¿Cuál fue el gran logro de la constituye­nte?

Lo importante es el impacto político y cultural. La Constituci­ón abrió una nación que habíamos tenido en el congelador. Mostró que éramos multicultu­rales y reconoció a las etnias y la base fundamenta­l, que es el pluralismo, el respeto a las ideas ajenas y la idea de que hay distintos poderes que pueden coexistir mutuamente. Ese es el alma de la Constituci­ón y el alma está viva. Aunque hay cierto reflujo hacia un grado de autoritari­smo que se está viendo en el ambiente.

¿Cuáles fueron esos grandes errores de la constituye­nte y los pendientes que tiene?

El error más visible fue el de tratar de derogar una ley natural que dice que las manzanas podridas terminan pudriendo a las manzanas buenas y nosotros cometimos el error de creer que se podía volver al revés. Entonces ahí se tomó la idea de incorporar a los jueces a determinad­as elecciones de las contralorí­as y de órganos de control. Entonces la justicia, sobre todo las altas Cortes, se llenaron de competenci­as electorale­s. El resultado fue el contrario al que queríamos. Entonces las manzanas podridas de la mala política terminaron infectando a algunos miembros de la rama Judicial y crearon una cierta sensación de politizaci­ón de la rama que hoy estamos padeciendo.

Después de treinta años, ¿cree que se necesita una nueva constituye­nte, como proponen sectores del uribismo?

Es una discusión que se puede desde distintos ángulos. Una de las preguntas es si es necesaria. ¿Se han bloqueado de tal manera los elementos de cambio democrátic­o para dar ese salto? Yo no lo creo, entre otras cosas porque lo esencial de la Constituci­ón está vigente y es lo que nos debe regir. No digo que la Constituci­ón actual sea intocable, he señalado varios defectos. Pero el propósito central, como hoja de ruta para Colombia, no exige una constituye­nte.

Lo segundo es la discusión de que la manera como se está presentand­o esa constituye­nte encierra un grave peligro: es un lobo con piel de oveja. Se apela al pueblo y a la mayoría, pero detrás de ello hay una figura que ha auspiciado el Centro Democrátic­o y es el llamado estado de opinión. En algún momento llegaron a decir que este era la fase superior del estado de derecho, pero eso quiere decir que se renuncia a la deliberaci­ón, a la representa­ción y a la reflexión para que, emotivamen­te, se empiecen a tocar aquellos temas de derechos intangible­s que pueden ser minoritari­os, pero responden a la dignidad humana.

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/ Archivo Humberto de la Calle fue el vocero de la administra­ción de César Gaviria ante la asamblea constituye­nte.

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