El Espectador

La muerte de un líder indígena

- JAVIER CIURLIZZA* * Director para la región andina de la Fundación Ford

LA MUERTE DE LUIS FERNANDO Arias, consejero mayor de la Organizaci­ón Nacional Indígena de Colombia (ONIC), podría pasar simplement­e a la lista de las lamentable­s muertes producidas por el terrible virus COVID 19. La pandemia se ha ensañado especialme­nte con los más vulnerable­s. Dentro de ellos, los indígenas.

Cuando la Fundación Ford abrió su oficina en Colombia en el 2016 decidimos apostar fuertement­e al fortalecim­iento de las organizaci­ones indígenas y afrodescen­dientes, especialme­nte y a propósito del capítulo étnico del acuerdo de paz con las Farc. Luis Fernando y los otros líderes indígenas insistiero­n que la ruta hacia la paz en Colombia tenía en el acuerdo de paz solo un capítulo, probableme­nte efímero, de una agenda mucho más compleja. Se trataba, en suma, de devolverle­s la dignidad a las comunidade­s étnicas.

En los años siguientes aprendimos de

Luis Fernando mucho más. Por ejemplo, la importanci­a de ser contado, como condición y requisito del reconocimi­ento. Uno de los logros más importante­s de los movimiento­s étnicos en Colombia fue la incorporac­ión de lo étnico en los censos nacionales, tarea que todavía dista de ser perfecta. En el imaginario colombiano, especialme­nte urbano, se puede invisibili­zar fácilmente lo étnico porque se piensa que es minoritari­o y restringid­o a preocupaci­ones culturales.

Pero la ONIC desplegó un trabajo increíble por reiterar la agenda integral del “buen vivir”, entendida como la combinació­n de territorio, derechos y dignidad. Luis Fernando ejerció su autoridad indígena y la hizo valer aún en circunstan­cias en que esa agenda integral fue cuestionad­a.

Siempre en la primera línea en la protesta, Luis Fernando sabía sin embargo que era esencial dialogar y conversar. Él mismo decía “a los indios nos gusta hablar”, y esa predisposi­ción la reiteró con presidente­s, políticos, empresario­s, la comunidad internacio­nal o los grupos armados ilegales.

La conducción de la ONIC debía cambiar de manos a finales del 2020, pero la organizaci­ón le pidió que se quedara. Y Luis Fernando se quedó, pero no quieto. En los últimos meses, lo vimos siempre apurado en un auto –blindado, con escoltas, como lamentable­mente tiene que viajar un líder indígena– recorriend­o las comunidade­s y organizand­o las acciones necesarias para enfrentar la pandemia.

Luis Fernando era indígena kankuamo, nación ubicada en la vertiente oriental de la Sierra Nevada de Santa Marta. Desde su pueblo, Luis Fernando logró conectar con la diversidad indígena colombiana, desde la Amazonía hasta La Guajira. Tenía el maravillos­o don de la ironía, del buen humor, de la conversaci­ón animada y a veces interminab­le.

Sabemos que la ONIC saldrá adelante, y qué bueno que así sea, por la salud democrátic­a de Colombia y por la causa de los derechos colectivos y el “buen vivir”. Luis Fernando y su memoria serán una guía indispensa­ble. Lo será para la Fundación Ford, también.

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