Lenguaje no sexista: algunas consideraciones (1.ª parte)
EN UNA COLUMNA PASADA ME REFErí al asunto del lenguaje no sexista. Hoy quisiera empezar a ahondar en por qué esta discusión es importante y compleja.
En la gramática actual, el género muchas veces corresponde con el sexo. «Emperador» (palabra de género masculino) por lo general se refiere a una persona de sexo masculino y «emperatriz» (género femenino), a una de sexo femenino. Sin embargo, no siempre ocurre así. «Personaje» es de género masculino, pero nos podemos estar refiriendo a una mujer cuando, por ejemplo, hablamos del personaje principal de una novela («ella es el personaje principal»). «Persona», palabra de género femenino, se refiere a hombres y mujeres. Este tipo de palabras son de género epiceno, es decir, las que siendo masculinas o femeninas cobijan tanto a hombres como a mujeres.
Gran parte de la discusión del lenguaje no sexista ha surgido del rechazo al masculino genérico; por ejemplo, que «los ciudadanos» incluya también a las ciudadanas («ciudadanos» no es una palabra de género epiceno).
Algunas situaciones muestran que el masculino genérico se queda corto. En un testamento —ha señalado la propia RAE como ejemplo— se podría aclarar que los bienes serán heredados por «hijos e hijas», pues decir solo «hijos» podría llevar a la interpretación de que se habla solo de los varones.
El lenguaje y la realidad están conectados. Convocar a «ingenieras e ingenieros» (desdoblamiento léxico) para vacantes en un sector históricamente dominado por los hombres puede tener un impacto.
En próximas columnas me referiré a las complicaciones del desdoblamiento, a otras alternativas que se han planteado —para nombrar también a las personas con identidades no binarias— y quizá a lo más importante de todo: que en esta discusión nos escuchemos mutuamente.