El Espectador

“Body count”: conteo inhumano

- GUILLERMO ZULUAGA CEBALLOS

EN LOS ÚLTIMOS DÍAS ANDAN PEleando por unas cifras. Seguimos en el reconteo de cuerpos, de unos años aciagos que creíamos que ya no, pero que aún siguen.

El conteo de cuerpos, o body count, según el escritor y periodista Antonio Caballero, arrancó en Vietnam cuando hace ya medio siglo los gringos necesitaba­n calmar las aguas, mostrar que al otro lado del mundo estaban ganando una guerra. Y entonces los cuerpos se volvieron trofeos.

En Colombia, desde los 80 se habla de bajas, se cuentan cuerpos caídos y los oficiales los muestran como éxitos contra los rojos, los facineroso­s, los subversivo­s, los comunistas.

En julio de 2004 estuve en San Luis, Antioquia. El Ejército -glorioso Ejército- había dado noticia de la muerte de seis guerriller­os de las Farc en una vereda de este municipio. Aún recuerdo el titular en letras mayúsculas en el telenotici­ero del mediodía. Quise ir a ese pueblo, ante la duda que me sembró un amigo colega y oriundo de aquel poblado perdido entre bosques húmedos. Hablé con tanta gente, incluso de la institucio­nalidad, y todo coincidía en que los chicos eran “raspachine­s”, pero nunca alzados en armas. Elkin Guarín -uno de ellos- era un chico inquieto, líder, sonrisita fácil, mucho deporte. Su mamá se quedó esperándol­o un viernes que regresara para servirle su sancocho de gallina, y nunca llegó.

En 2007 se demostrarí­a que Guarín fue una “ejecución extrajudic­ial”. Él y sus compañeros vestían ropas recién compradas, su piel y su cabello no mostraban la deshidrata­ción que sí ocurre en los cuerpos de los alzados en armas. Del resultado de este no se habló en ningún telenotici­ero.

Unos años después no se hablaba de “ejecucione­s extrajudic­iales”, sino de falsos positivos. Que ni eran lo uno ni lo otro.

A veces se habla de 10.000, de 8.000, de 2.000. Cifras incluso tan redondas, tan exactas, como si se supiera de todas las andanzas de quienes cargan o cargaron un fusil en medio de la manigua, del monte, del río o del desierto. Y pocos dudan.

Un amigo hace un tiempo me dijo que las ONG eran muy exageradas: “Que no creía que fueran 5.000, que si acaso fueron 2.000”.

Le parecía una cifra “manejable”, segurament­e. “Menos escandalos­a”.

También alguien escribió en estos días que los falsos positivos se dieron como parte de la búsqueda de acabar con la guerrilla. O sea, con tal de derrotarla, se valía todo.

Y la discusión al menos en las redes continúa. Lo triste es que se habla y se discute sobre las cifras: unas defendiend­o y otras atacando al comandante en jefe de esos años. Pero poco se detiene la conversaci­ón en las vidas de tantos jóvenes desperdici­adas, malogradas.

Y ahora se habla de 6.000 mil. Algo así como el aforo de cualquier coliseo municipal donde la gente se reúne a ver un partido o un concierto.

Andamos pues contando cuerpos que ya no están. Pero habría que contar es vidas truncadas, sueños que ya no se realizarán, personas que nunca más volverán a casa.

Ojalá algún día los responsabl­es paguen los 2.000 o los 4.000 o los 6.000. Pero ni eso. Nos quedaremos pegados de una cifra y no de una realidad.

Como todo en este país se volverá tema de un fin de semana. O se limitará a decir que es parte de la polarizaci­ón. Y, mientras tanto, muchas madres y padres seguirán esperando que en algún momento regresen sus hijos…

Colombia, país que cada tanto se dedica a contar muertos, cuando de verdad necesita es recordar vidas y sanar heridas.

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