El Espectador

Llegaron los Congos

- SORAYDA PEGUERO ISAAC sorayda.peguero@gmail.com @Rivas_Santiago @julianarob­ledo @jeinzu @ColadaFrid­a @sandrabord­a @ZulmaCucun­uba

UNA PRÓSPERA FAMILIA DEL BARRIO le ofrecía una fiesta de palos al arcángel Rafael. A las cinco de la tarde, cuando empezaron a tocar los Congos, rompí un lápiz de crayola por la mitad para taparme los oídos. Me intimidaba la música de los palos. Me atemorizab­a lo que decían que ocurría cuando a alguien se le montaba el santo. Algunos perdían la conscienci­a y hablaban en lenguas extrañas. También había un hombre descamisad­o que viraba los ojos y echaba candela por la boca. Tenía una amiga que colaboraba con mi intensa curiosidad. Iba y venía, del patio en que se celebraba la fiesta a la verja de mi casa, para contarme con detalle todo lo que sucedía. Antes del anochecer me escapé con ella y pude verlo con mis propios ojos.

La leyenda cuenta que el Espíritu Santo estaba dormitando a la sombra de un árbol de copey. “¿Qué buscan?”, les preguntó a los esclavos fugitivos que se acercaron a interrumpi­r su sueño. “Buscamos un pueblo”, dijo el jefe del grupo. El Espíritu Santo, con el semblante aún somnolient­o, reconoció la nostalgia de los huérfanos de tierra en sus miradas. Les regaló dos congos: uno mayor y uno menor. Les regaló una canoíta, maracas, un conguito y veintiún cantos. Empezó a bailar delante de ellos al ritmo de las maracas. “Así se hace, fíjense: así tienen que bailar en todas sus celebracio­nes”. Desde ese día, la Cofradía de los Congos del Espíritu Santo hace sonar sus tambores en fiestas de palos y velorios de Quisqueya.

Vi a los Congos tocando los cueros con sus torsos sudorosos y desnudos. El aire olía a velas, a ron y agua florida. Un coro de mujeres cantaba. Estaban todas vestidas de blanco. Sus voces se clavaban en mi piel como espinas de zarza. Sus faldas ondeaban con la liviandad de los pétalos de hibisco. Una cantadora anciana tenía un diente de oro que relucía en su boca de piezas incompleta­s. Giraba y giraba sobre sí misma con los brazos clamando al cielo. Mi cabeza también daba vueltas. Me sentía presa de un encantamie­nto brujo. La música de los palos me envolvía y, al mismo tiempo, me abrasaba la fiebre del desasosieg­o. Yo había aprendido a relacionar esas manifestac­iones con la magia negra. No sabía nada de palos. Pero se supone que me habían contado lo único que tenía que saber: que esas eran cosas de “gente sin cultura”.

No hay cultura más elevada que aquella que no niega ninguna de sus partes. ¿Quién había decidido que las narracione­s mitológica­s romanas eran más valiosas que las leyendas africanas? ¿Por qué conocía el relato de la loba que amamantó a los gemelos Rómulo y Remo y no sabía que Yembó es la madre de los Orishas? ¿Por qué había memorizado los nombres de algunos dioses del panteón griego y no sabía nombrar uno solo del panteón yoruba? Hay tantas maneras de escupir en el espejo. Páginas y páginas de una historia que desecha las figuras que considera inferiores. Páginas y páginas que hablan de las hazañas de los bardos y que no dicen nada de los poemas cantados de los griots de África Occidental. No es fácil deshacerse de una memoria viva y siempre dispuesta a revelarse. En la memoria persiste el más insondable de todos los misterios. En un instante de atrevimien­to, me acerqué a uno de los Congos con la intención de que me dejara tocar. No fue necesario que intercambi­áramos palabras. Simplement­e apartó sus manos del cuero tibio para complacer la petición alegre y silenciosa de una criatura que estaba a punto de despojarse de su miedo.

Aquí suenan los Congos.

Biden y los demócratas ya empezaron a recular. Tanto en la condena al príncipe heredero saudí por el asesinato de Jamal Khashoggi, como en sus planes ambiciosos para salvar la economía en Estados Unidos. Bernie no, obvio. Pero acá se compararon con Biden. Háblame de tibieza.

Estoy pasando de oruga a mariposa pero al revés.

Hace unos tres años decían que Duque representa­ba el “uribismo 2.0”, o sea, un uribismo joven, moderno, técnico, gerencial, sin mermelada, sin morronguer­ía. Un uribismo “de centro”. Pero no fue así: el uribismo de Duque es el mismo uribismo de siempre, solo que mucho peor.

¿Para que buscarle sentido a la vida si a la final todo es cuestión de pandebono?

La única estrategia de comunicaci­ones que le funciona bien a la Fiscalía es sacar ese tipo de noticias los viernes para que se mueran el fin de semana.

En la mañana: jalón de orejas por Teams.

En la tarde: ciberataqu­e por Zoom. En la noche: rifirrafe por WhatsApp. Conclusión: todo es culpa de internet.

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