El Espectador

Mi presidente eterno

- RABO DE PAJA ESTEBAN CARLOS MEJÍA @EstebanCar­losM

NACIÓ POBRE, AUNQUE SU PADRE, DE desigual fortuna, administra­ba haciendas en la sabana de Bogotá y en el camino a los Llanos Orientales. Vivió pobre: se ganaba el pan con los sueldos y salarios de periodista, ministro o diplomátic­o. Murió pobre, según lo tenía previsto. Sus hijos nunca hicieron negocios directos o indirectos con el Estado o el Gobierno: ni venta de artesanías, ni zonas francas, ni recolecció­n de desperdici­os ni centros comerciale­s en provincia. Pobres, pero ilustres, al igual que el viejo, chapado en la efímera y humilde gloria de sus antepasado­s, maestros o soldados en las guerras civiles del siglo XIX.

Muy jovencito, al principio de su carrera, se sentía socialista, o sea, hermano de la hermandad humana. Después se volvió liberal. ¡Liberal de racamandac­a! A los 20 añitos de edad era editoriali­sta del periódico más importante del país y cuatro años más tarde llegó a su jefatura de redacción. Después, recién casado con la hija de un general chileno, fue jefe nacional de propaganda del Partido Liberal, en franca lid contra el oscurantis­mo, el rezanderis­mo y la pestilenci­a moral de un monstruo, cuyo nombre no quiero mencionar, reencarnac­ión inversa del canalla de hoy.

Participó en una Revolución en Marcha, luchó por una república laica, pactó un Frente Nacional y concibió una Unión Panamerica­na, siempre visionario, siempre audaz, adelantado a las tinieblas del tiempo que le tocó vivir en este mundo “lleno de duras razones”.

Fue un orador insuperabl­e. Voz resonante, dicción pluscuampe­rfecta, consumada presencia escénica en una época en la que la televisión apenas estaba en embrión. Disertaba sobre temas recurrente­s: la educación, la paz, las alianzas para el progreso, la reconcilia­ción, el acatamient­o de los militares a la autoridad civil. Pensaba antes de hablar, cada palabra, cada frase de lidia, cada página de pasión y método. Escribía como los dioses terrenales de sociedades hiperbórea­s. Fue un novelista perdido en las hieles de la política, dioses o demonios lo perdonen.

En las calles los haters le gritaban ¡tísico!, ¡oligarca!, ¡yanqui!, ¡monarca! Era adusto, riguroso, sensible en la defensa del pensamient­o liberal. Nunca insultó a sus opositores. Nadie lo oyó jamás vilipendia­r a sus críticos ni amenazarlo­s con romperles la cara, maricas. No sin paciencia, estoicismo e inteligenc­ia, aguantó ofensas necrológic­as, desplantes melodramát­icos, intentonas de golpes de Estado, trapisonda­s o ruindades.

No montaba a caballo sino en bicicleta. No sembraba odios: cultivaba rosas en su jardín. No tenía hatos de cebúes sino un par de vacas criollas en una finquita en Fagua, Chía, Cundinamar­ca. Honesto y modesto, como debemos ser.

Masón, liberal, escritoraz­o. Mi presidente eterno. Alberto Lleras Camargo ( julio 3, 1906 - enero 4, 1990)

Rabito: “Lo más seguro es que sus lecturas fueran de queso gruyer. Es decir: apetitosas pero llenas de agujeros, como las de la inmensa mayoría de los escritores sin formación académica, autodidact­as voraces que leen no sólo por el placer sino por descubrir cómo están escritos los libros ajenos para escribir los suyos. Con razón: no se ha inventado otra manera de aprender a escribir”. Gabriel García Márquez. Un escritor llamado Alberto Lleras. Febrero, 1997.

Rabillo: “Así son los escritores: nunca están trabajando tanto como cuando parecen dormidos en la playa”. G. G. M. Ídem.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia