El Espectador

Estímulo en Estados Unidos, chichiguas en Colombia

- SALOMÓN KALMANOVIT­Z

JOE BIDEN LOGRÓ QUE SE APROBARA el plan de rescate de la economía estadounid­ense por 1,9 billones de dólares, más del 9 % del PIB de ese país. En 2020 su economía se contrajo el 3,5 % y la tasa de desempleo llegó al 6,2 % de la población económicam­ente activa.

Diversos analistas auguran una recuperaci­ón total en 2021, aunque algunos temen que la economía se recaliente y aumente la inflación. Otros consideran que eso no sucederá necesariam­ente y que el aumento de precios se limitará a ciertas materias primas, un costo bajo frente a los beneficios. El plan extiende el seguro de desempleo y aumenta las mesadas, subsidia los seguros de salud (contra la inclemenci­a de Trump), subsidia alquileres y otorga bonos por cada niño en situación de vulnerabil­idad. Una muestra de empatía con los sufrimient­os de buena parte de la población estadounid­ense, de la que carece el Partido Republican­o que, unificado alrededor del expresiden­te, no emitió ni un voto favorable al plan.

Aunque la contracció­n de la economía colombiana ha sido más del doble y la tasa de desempleo es cercana al 16 %, una calamidad, la administra­ción Duque no ha dispuesto ni un tercio del estímulo recién aprobado en Estados Unidos (para no mencionar los billonario­s paquetes de ayuda anteriores), el país del que copiamos todos sus defectos pero ninguna de sus virtudes. Es obvio que su capacidad de endeudamie­nto es enorme, mientras que la tesorería colombiana está más limitada. Por eso mismo, debe recurrir más a los impuestos.

Quizá más pronto que tarde aumentarán los impuestos al capital en Estados Unidos para pagar parte del plan de rescate y se afectarán las ganancias de las corporacio­nes. En nuestro país, el ministro Carrasquil­la da puntadas a una nueva reforma tributaria, pues el objetivo de la que hizo hace dos años fue reducir los impuestos a las sociedades y a los mayores ingresos. Así, agravó el desequilib­rio fiscal estructura­l del Gobierno, aun antes de que fuera necesario actuar contra la pandemia.

Una propuesta distinta es impedir que el Gobierno asuma el impuesto de industria y comercio que pagan los empresario­s a nivel local, con un costo de $6 billones. Otra, gravar las altas pensiones, que hoy están exentas. Nuestro sistema tributario ha acentuado la desigualda­d al apoyarse cada vez más en el IVA en lugar del impuesto de renta. Según Anif, “en 1991 [el IVA] pesaba el 32,5 % del recaudo… (2,6 % del PIB), mientras que en 2019 aumentó al 41,4 % (5,8 % del PIB)”. Carrasquil­la pretende aumentar aún más la desigualda­d, fijando un IVA más alto a muchos bienes de la canasta familiar y “ofreciendo” devolverlo a los hogares más pobres, una oferta difícil de cumplir con tanta informalid­ad.

Al Gobierno no le interesa aumentar los impuestos a las personas, que son ridículame­nte bajos: por este concepto recauda un ínfimo 1 % del PIB frente al 8 % en los países de la OCDE; falta un impuesto con dientes al patrimonio y restablece­r la renta presuntiva. El Gobierno se identifica con los ricos, pero es insensible a las necesidade­s de una población afligida por la enfermedad, la muerte y el hambre.

Carrasquil­la espera aumentar el recaudo en un escaso 1,5 % del PIB, lo que refleja su talante mezquino y chichigüer­o y la cortedad de sus reformas tributaria­s ante las abrumadora­s necesidade­s de nuestra sociedad. Habrá entonces muchísima austeridad fiscal.

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