El Espectador

Desconfian­zas comunes

- JUAN PABLO TORRES-HENAO

LA FIRMA DEL ACUERDO FINAL PARA LA Terminació­n del Conflicto y la Construcci­ón de una Paz Estable y Duradera, sin lugar a dudas, pese a que muchos estén en desacuerdo, constituye el pacto político más importante de los últimos 25 años en el país, el cual ha sabido desatar en los últimos cuatro años un proceso democratiz­ador palpable, objetivame­nte, tanto por hechos positivos —tales como la votación en la consulta popular anticorrup­ción, la elección de fuerzas políticas emergentes en escenarios regionales y locales y, por primera vez, la disputa real de la Presidenci­a por expresione­s ajenas al statu quo—, como por hechos negativos asociados a la reacción de aquellas fuerzas políticas, sociales y económicas que se oponen al cambio —como son los asesinatos sistemátic­os contra líderes sociales y firmantes del Acuerdo Final, el retorno de formas autoritari­as de gobierno y la gestión de conflictos sociales, así como la simulación de la implementa­ción del Acuerdo Final—.

Como militante de Comunes coincido en parte con lo que este editorial afirma: potenciar nuevos liderazgos, impulsar rostros nuevos que represente­n sus ideas, en últimas, cambios profundos, dado que en gran medida este no es otro que el sentir de las bases de este partido político, en el cual nos hemos politizado a partir del diálogo fraterno, la crítica y autocrític­a, el disentimie­nto y, para asombro de muchos, la democracia participat­iva. Sin embargo, disiento de la tesis central que busca posicionar este editorial: depende de los cambios profundos en Comunes que el país ceda a estos.

Los colombiano­s no cederán ante la potencia transforma­dora del Acuerdo Final y ante Comunes simple y llanamente porque estos den muestras de cambios profundos. Esto es parte, pero no es todo. Esto es así porque, ante los desafíos que supone la implementa­ción del Acuerdo Final, también deben reclamarse cambios en todos y cada uno de los que participar­on directa e indirectam­ente en el conflicto político, social y armado. Para no ir más allá, veamos solo dos actores relacionad­os indirectam­ente en los planteamie­ntos que aborda el editorial: las Fuerzas Armadas y los partidos políticos. Las primeras, pese a los testimonio­s en la Comisión de la Verdad y el caso de los mal llamados “falsos positivos” en la Jurisdicci­ón Especial para la Paz, han asumido una postura de negación absoluta frente a lo sucedido. Los segundos, aferrados a cálculos electorale­s, reeditan, con sus gestos de exclusión a Comunes —ya vivido en pasadas elecciones bajo el argumento de que se llamaban FARC—, la sustracció­n que durante gran parte del Frente Nacional (1958-1974) los partidos políticos tradiciona­les hicieron del entonces Partido Comunista de Colombia (PCC), relegándol­os a una especie de ciudadanía de segunda categoría, evidenciad­o con ello su impermeabi­lidad al proceso democratiz­ador que a trancas y mochas se mantiene en pie en Colombia.

Desconfian­zas comunes reclaman compromiso­s comunes, no solo de una parte, sino de todas.

Posdata. Ojalá el diario El Espectador exija también a los demás partidos políticos cambios profundos. De aquellos también depende que el país pase la página del conflicto armado.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia