El Espectador

Manos migrantes

Mejorar la seguridad pública es una cuestión que no puede abordarse utilizando como chivo expiatorio a los migrantes. Sin embargo, eso es lo que han hecho algunos políticos. Este es el panorama real en el mundo.

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Los migrantes suelen ser acusados de todos los males en los países de acogida. No es un problema exclusivo de Colombia; tampoco de América Latina. Y aunque hay casos de delincuenc­ia relacionad­a con la migración, hay mucha tergiversa­ción de la realidad. Un informe de Brookings Institutio­n revela que esta percepción se da con fuerza en la región porque el fenómeno masivo migratorio es nuevo y hay mucho temor por su impacto en las comunidade­s receptoras.

El documento señala que los inmigrante­s venezolano­s cometen sustancial­mente menos delitos que la población nativa con respecto a su proporción dentro de la población en general, lo que indica que las percepcion­es públicas sobre un alza de la criminalid­ad causada por los migrantes son erróneas, destacan los investigad­ores de Brookings Institutio­n.

El director de Migración Colombia, Juan Francisco Espinosa, ya lo había aclarado en octubre del año pasado, cuando señaló que “la criminalid­ad en Colombia no surge con la migración venezolana. Los problemas de criminalid­ad que lamentable­mente tenemos vienen de muchísimo tiempo atrás”.

Jorge Mantilla, investigad­or asociado del Great Cities Institute, Chicago, aclara en Razón Pública otro lado del debate: que el problema de la insegurida­d no es la migración venezolana, sino los territorio­s en donde se está concentran­do. Explica que el impacto de la migración sobre el crimen no depende de la nacionalid­ad de los que migran sino del proceso migratorio y la manera como se transforma la composició­n del territorio.

El investigad­or recomienda a las autoridade­s revisar tres factores de riesgo que podrían conllevar a un aumento de la criminalid­ad: inestabili­dad residencia­l, heterogene­idad étnica y marginalid­ad concentrad­a.

Xenofobia latente en América Latina

Son varias las institucio­nes en América Latina que han dejado un mensaje claro sobre la migración: es infundada la idea de que los millones de migrantes venezolano­s están aumentando las tasas de criminalid­ad. Así lo mencionaro­n expertos de Migration Policy Institute (MPI) y Brookings Institutio­n en un informe de 2019. De acuerdo con la investigac­ión, en Colombia los ciudadanos venezolano­s representa­ron el 2,3 % de los arrestos por delitos violentos en 2019. En Perú, basados en datos de encarcelam­iento como indicador de tasas de criminalid­ad, el 1,3 % de los presos son extranjero­s, incluyendo venezolano­s y otras nacionalid­ades. Y en Chile, solo el 0,7 % de las personas acusadas de algún crimen eran venezolana­s.

Con todo y eso, los políticos en América Latina no son la excepción cuando se trata de estigmatiz­ar a los ciudadanos venezolano­s. Pese a que durante su campaña a la Alcaldía de Bogotá, la alcaldesa Claudia López insistió en que jamás utilizaría la crisis humanitari­a para sembrar odio hacia la población migrante, ahora ella ha hecho varias declaracio­nes en contra de los venezolano­s.

“Con el mayor respeto y con el llamado a que eso no genere ningún acto de xenofobia —la inmensa mayoría de los migrantes son gente humilde huyendo de una dictadura—, pero los hechos son tozudos y demuestran que hay una minoría de migrantes profundame­nte violenta, que mata para robar o por una requisa”, dijo López.

Algo muy similar ocurrió en Argentina, donde la directora Nacional de Migracione­s, Florencia Carignano, dijo en una entrevista que en el gobierno de Mauricio Macri se permitió la entrada de “delincuent­es” al país. Y en Perú varios candidatos, ad portas de las elecciones generales del próximo 11 de abril, están proponiend­o políticas migratoria­s que promueven la xenofobia. Como Daniel Salaverry, candidato de centro-derecha, que promete “deportar y expulsar a cualquier extranjero que esté en Perú de manera irregular o ilegal”.

Que el liderazgo político promueva la xenofobia puede aumentar los incontable­s riesgos a los que ya están expuestos los migrantes, como la violencia. El Alto Comisionad­o de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) estimó que el 30 % de los migrantes venezolano­s se sentían discrimina­dos, un porcentaje que ahora está en 55 %.

Las restriccio­nes a migrantes no resuelven el crimen

Un siglo de investigac­ión sobre los datos que proporcion­a el gobierno estadounid­ense

ha sido concluyent­e: los ciudadanos nacidos en el extranjero (migrantes regulares o irregulare­s) cometen delitos con mucha menos frecuencia que los ciudadanos nativos del país.

Tomemos la documentac­ión de los arrestos que hizo el Departamen­to de Seguridad Pública de Texas entre 2012 y 2018 solo como un pequeño ejemplo, destacando su condición de estado fronterizo: en relación con los inmigrante­s indocument­ados, los nativos estadounid­enses tienen dos veces más probabilid­ades de ser arrestados por delitos violentos, 2,5 veces más de probabilid­ades de ser arrestados por delitos relacionad­os con drogas y más de cuatro veces de probabilid­ades de ser arrestados por delitos contra la propiedad,

según una investigac­ión de la revista Procedimie­ntos de la Academia Nacional de

Ciencias (PNAS por su sigla en inglés). El examen de la historia y de los datos oficiales, sin embargo, ha sido ignorado en debates políticos y campañas por candidatos populistas que asocian a los migrantes con la delincuenc­ia con afirmacion­es que fácilmente se pueden refutar, pues son falsas. El objetivo de estos, claro está, es ganarse al electorado incauto que desconoce la informació­n real y cae presa del discurso del odio. Pero esta vinculació­n del migrante al crimen no solo alimenta la xenofobia, sino que, de fondo, contribuye a perpetuar el problema de la insegurida­d, pues enfoca los esfuerzos públicos en atacar a la minoría que se encuentra en condición de vulnerabil­idad con políticas que han demostrado ser ineficaces.

El expresiden­te Donald Trump, por ejemplo, justificó las detencione­s, deportacio­nes y la construcci­ón de un muro como medidas de seguridad pública, pero los hallazgos de organizaci­ones como PNAS demuestran por qué políticas como las que formuló Trump no hacen nada para disminuir el crimen. El secreto, una vez más, está en los números.

“Es poco probable que eliminar a aquellos con tasas de delitos graves relativame­nte bajas reduzca el riesgo de victimizac­ión general”. Es decir, si las políticas responden al conjunto más minoritari­o que está causando el problema, no se podrá ver un impacto en los reclamos de seguridad pública ni ahora ni en el futuro. La aplicación agresiva de políticas migratoria­s solo produce un beneficio muy limitado para la seguridad pública que, para recalcar, es un problema serio de la comunidad nativa.

La historia se repite en Europa

Europa tiene un largo recorrido en los procesos de migración. Desde 2015, el continente vive un aumento significat­ivo en la llegada de migrantes y refugiados debido, entre otras cosas, a que el gobierno alemán, dirigido por Angela Merkel, decidió abrir las fronteras para colaborar con Grecia, que en ese momento estaba colapsada. Según la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económicos (OCDE), “Austria vivió un aumento del 12 %, Dinamarca del 16 %, Irlanda del 17 %, Italia del 19 %, Lu xemburgo del 8 %, Países Bajos del 13 % y Reino Unido un incremento del 7 %” con respecto al 2014. Debido a los conflictos políticos y sociales, la población siria y africana fueron las principale­s en llegar a suelo europeo.

Como era de esperarse, el flujo de migrantes se convirtió en un negocio para con

trabandist­as y redes de trata de personas. Un informe de Frontex, publicado en 2017, afirma que en 2016 se llevaron a cabo “511.371 detencione­s de migrantes ilegales por parte de los Estados miembros de la UE, una disminució­n del 72 % en comparació­n con 1,8 millones de detencione­s en 2015”. Ahora bien, esto no significa que la insegurida­d haya aumentado por cuenta de ellos, como han querido hacer creer políticos como Viktor Orban, mandatario de Hungría, o el ultraderec­hista Matteo Salvini, en Italia.

De hecho, los ataques más graves de los últimos años han sido perpetrado­s por ciudadanos que, si bien pueden tener ascendenci­a africana o asiática, nacieron y fueron criados en Europa. La mayoría de los perpetrado­res de las muertes en París en noviembre de 2015 eran belgas; los ataques siguientes en Bélgica, en marzo de este año, fueron obra también de belgas. Entre 2014 y 2016 han ocurrido 25 atentados terrorista­s en Europa. Más del 80 % fue responsabi­lidad de sus propios ciudadanos, ligados a organizaci­ones exteriores.

Las investigad­oras Ana Belén Estrada Gorrín, de la Universida­d de Granada, y María Cristina Fuentes Lara, de la Universida­d Rey Juan Carlos, aseguran en un estudio publicado el año pasado: “Las migracione­s han marcado el discurso político en Europa, pero esto no debe observarse únicamente por el crecimient­o de las fuerzas políticas ultraderec­histas en Europa, sino a través del propio proceso de fortificac­ión europea. Además de reforzar la seguridad, el humanitari­smo es fundamenta­l para mantener una coherencia discursiva acorde con los valores democrátic­os de los Estados europeos”.

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EFE Los esposos venezolano­s Maryann Flores y José Acosta trabajan hoy preparando comida para eventos desde su vivienda de dos habitacion­es en Bosa/
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/ AFP La idea de que los migrantes venezolano­s están aumentando las tasas de criminalid­ad es infundada.
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