Máquinas de indolencia
AL URIBISMO LE ENCANTA LA GUERRA, no pueden dormir sin ella y la bala en el monte es su orgasmo. Todo porque de esa forma legitiman su permanencia en el poder a través del discurso del miedo y el odio. Eso sí, les encanta la guerra siempre y cuando sus hijos no sean los muertos.
Lo anterior quedó en evidencia cuando el ministro de Defensa, Diego Molano, que pensábamos estaba hecho de otro material por haber sido director del ICBF, declaró sin estupor y sin sonrojarse que los niños instrumentalizados por los grupos al margen de la ley son verdaderas “máquinas de guerra”, dedicados a cometer atentados contra la Fuerza Pública, y que en la medida que muchos de sus comandantes se vincularon desde que eran solo unos infantes, el Estado no está en el deber de protegerlos, sino de matarlos. Así de claro lo dijo y así de espantoso le sonó.
El desdibujado ministro, a quien ya también le lavaron el cerebro, afirma que el Estado colombiano está en la obligación de dar de baja a todos los niños utilizados por los grupos al margen de la ley pues la Fuerza Pública no los considera ni raptados ni secuestrados, sino enemigos.
Esa indolencia por parte de quien se precia de defender la vida y la honra se une a las incontables veces en que el uribismo ha demostrado desprecio por la vida de los otros, sobre todo por la vida del hijo del campesino que es obligado a ser parte de un grupo delincuencial sin su consentimiento, arrebatado de los brazos de su madre sin que el Estado le ofrezca alternativas para salir de ese mundo de crueldad. Para el uribismo, todos los menores que se encuentran secuestrados por los grupos al margen de la ley merecen la muerte porque seguro “no estaban recogiendo café” o porque “no estaban estudiando para el Icfes”, como lo dijeron Uribe y Molano, en frases indolentes que pasarán a la historia de la mezquindad.
Qué fácil es criticar y juzgar desde una poltrona en Bogotá, Medellín o desde la inmensidad de El Ubérrimo. De esa manera indolente nos gobernó Uribe durante ocho años y lo sigue haciendo a través del desastroso gobierno de Iván Duque.
No se nos puede olvidar que los niños son objeto de especial protección. De manera que el Estado está en la obligación de garantizar la vida y seguridad de los niños, y en ese orden de ideas, en vez de bombardearlos sin ningún tipo de consideración, debe desplegar todas las medidas para evitar que sean raptados e instrumentalizados en contra de su voluntad y la de sus padres; además, debe abstenerse de bombardearlos. El nefasto ministro de Defensa, quien ostentó increíblemente el cargo de director del ICBF, debe recordar que los niños que están en un campamento de un grupo subversivo lo están, precisamente, por el abandono del Estado, por la falta de oportunidades y por la indolencia de sus gobernantes.
Por lo demás, está claro que el reclutamiento de menores es un delito gravísimo, por el cual deben ser sancionados duramente los responsables de ese grotesco crimen. De eso no cabe la menor duda. Pero también es claro que el Estado tiene deberes con los niños reclutados, que no pueden ser catalogados como “máquinas de guerra” para pasarse por la faja todas las obligaciones convencionales, constitucionales y legales del Estado. Nunca el Estado puede igualarse a los criminales, aunque, lamentablemente, en algunos casos estos parecerían ser nuestros gobernantes.
Es muy fácil bombardear a los hijos de los otros, a los hijos de los olvidados desde sus plácidos y cómodos puestos en el Estado, olvidando la realidad de la confrontación armada que se vive en las selvas y montañas de Colombia, en donde no están los hijos de los poderosos, sino los de los menos favorecidos y ahora estigmatizados por “máquinas de indolencia” como el ministro Molano.