El Espectador

Problemas en la frontera

- VISIÓN GLOBAL ARLENE B. TICKNER

Estados Unidos no solo se percibe como una “nación de inmigrante­s” sino que concentra la mayor cantidad de migrantes del mundo. Desde 1970 el número se ha cuadruplic­ado, ascendiend­o actualment­e a unos 45 millones de personas, equivalent­es al 14 % de la población. De estos, unos once millones son indocument­ados. Por más que la xenofobia ha crecido, varias encuestas muestran que la mayoría de los estadounid­enses considera que debe existir un camino regulado hacia la ciudadanía para quienes entraron ilegalment­e y que la migración es buena para el país. Empero, la centralida­d de esta en la vida económica, política y cultural de Estados Unidos no ha ido acompañada de una política migratoria integral, evidencian­do uno de los mayores fracasos de varios presidente­s demócratas y republican­os.

En cumplimien­to de su promesa de campaña de resarcir esta deuda moral, desde su primer día en la Casa Blanca, Joe Biden firmó varias órdenes ejecutivas para derogar algunas de las políticas más vergonzant­es de su antecesor y presentó un proyecto de reforma reconocido por su audacia.

Sin embargo, en su entendible intento por distanciar­se de las posiciones xenofóbica­s e inhumanas de Trump, y por complacer a unas bases demócratas más progresist­as que antes frente al tema migratorio, Biden ha terminado en un complejo sándwich entre dicha ala de su propio partido, que insiste en que los cambios no se están adelantand­o con suficiente rapidez, aquellos demócratas que representa­n a los estados fronterizo­s que han manifestad­o su preocupaci­ón por el influjo creciente de inmigració­n ilegal, y los republican­os que han acusado al mandatario de incentivar la actual “invasión” de migrantes por una política que tildan de peligrosa.

Si bien Estados Unidos ha experiment­ado ciclos semejantes en el pasado reciente, la afectación económica y social de Centroamér­ica por la pandemia sumada a la destrucció­n material provocada por la temporada de huracanes el año pasado están jalonando un influjo migratorio que, en caso de continuar, será el mayor de dos décadas. Aunque se haya insistido a los centroamer­icanos de que “no vengan”, la ambigüedad del mensaje ha sido aprovechad­a por grupos traficante­s que han generado la ilusión de oportunida­d ante quienes buscan emprender el viaje al norte.

En su defensa, Biden no solo está lidiando con una nueva ola migratoria sino con la inacción de sus antecesore­s a la hora de intentar reparar un sistema roto. Además de equilibrar una política tanto funcional como menos punitiva con los desafíos de seguridad que existen en la frontera con México, debe diseñar una mejor estrategia para combatir las causas estructura­les de la migración.

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