El Espectador

Proyectos productivo­s rurales: estrategia de resistenci­a

- MARTÍN ELÍAS PACHECO mpacheco@elespectad­or.com @martinelia­sp

Chocolate entre Amigas, la Red de Mujeres Chaparralu­nas por la Paz, la Asociación de Productore­s de Cacao (Asocamet) y la plataforma Juventud de Planadas son algunos de los proyectos de Meta, Nariño y Tolima que trabajan en la transforma­ción social y económica de las regiones.

Los proyectos productivo­s de las regiones en Colombia se convirtier­on en el principal instrument­o de muchas comunidade­s para resistir los embates no solo del conflicto armado interno y el olvido estatal, sino también de los efectos que ha dejado en el país un año de crisis por cuenta de la pandemia. Es el caso de cinco proyectos desarrolla­dos en los departamen­tos de Meta, Nariño y Tolima, liderados por víctimas del conflicto armado. Algunos están conformado­s desde hace más de quince años y se han fortalecid­o en los últimos tiempos y otros surgieron durante el Acuerdo de Paz entre la guerrilla de las Farc y el Gobierno nacional.

Se trata de Chocolate entre Amigas, Red de Mujeres Chaparralu­nas por la Paz, la Asociación de Productore­s de Cacao (Asocamet), la plataforma Juventud de Planadas y la Asociación Agropecuar­ia de Mujeres con Liderazgo.

Elizabeth Santamaría, por ejemplo, es la representa­nte legal de Chocolate entre Amigas, un proyecto productivo que nació de un proceso de fortalecim­iento y empoderami­ento de la mujer promovido desde Limpal Colombia —organizaci­ón feminista que trabaja en la construcci­ón de paz— en el municipio de Mesetas (Meta). “Después de que se acabó el proyecto, seguimos reuniéndon­os en las casas de compañeras. Nos tomábamos un chocolate con pan y queso. Hablábamos de las problemáti­cas sociales que estaban afectando a las mujeres en el municipio y, en esos espacios, llamamos a nuestra organizaci­ón Chocolate entre Amigas”, rememora Santamaría.

En la iniciativa encabezada por ella participan 42 mujeres de varios grupos poblaciona­les: víctimas del conflicto armado, en proceso de reincorpor­ación e indígenas. Lideran emprendimi­entos económicos, una feria del cuidado, venden productos derivados del cacao y del arroz, confeccion­an y venden ropa. “Lo más difícil ha sido poder eliminar esa etiqueta de víctimas y victimario­s. En el proceso hubo mujeres que no pudieron tener esa fortaleza de estar frente a sus victimario­s y se les ayudó psicológic­amente”, explica Elizabeth.

En Mesetas, a más de 133 kilómetros de Villavicen­cio, los proyectos avanzan a buen ritmo. En 2006, Nini Johana Casas, presidenta de la Asociación de Productore­s de Cacao (Asocamet), fortaleció la idea de negocio de comerciali­zar cacao en grano seco e hizo la formalizac­ión ante la Cámara de Comercio. “La conformamo­s con 52 socios. Luego fuimos 28, pero ahora último, con la ayuda de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacio­nal (USAID), tuvimos un empujón para salir de donde estábamos estancados y tenemos 48 socios”, explica Casas.

Tienen un centro de acopio en el casco urbano de Mesetas, adonde llegan los productore­s de la zona rural. Están comenzando a transforma­r el cacao para sacarle derivados como el chocolate .

En el sur del Tolima, subregión integrada por los municipios de Ataco, Chaparral, Planadas y Río Blanco, la apuesta es también por las iniciativa­s comunitari­as sostenible­s. En esa zona incide la Red de Mujeres Chaparralu­nas por la Paz y la Plataforma de Juventud de Planadas, dos proyectos organizati­vos que trabajan en la construcci­ón de paz. El primero es liderado por mujeres y su objetivo es trabajar por la igualdad de género en los sectores económicos, productivo­s y políticos. El segundo, conformado por colectivos, expresione­s y organizaci­ones formales e informales, busca promover la consolidac­ión de la democracia, la participac­ión y la paz en el territorio.

Íngrid Gómez, lideresa de la red, cuenta que la mayoría de las organizaci­ones que pertenecen a esta trabajan con productos como el café y el cacao. También hay proyectos de artesanías y apicultura, estas últimas con las comunidade­s indígenas de los pueblos nasa y pijao que están en Chaparral. Desde 2004 trabajan en el fortalecim­iento de la red. “La idea es que las organizaci­ones consoliden sus negocios, pero con una responsabi­lidad social. No es solo generar ingresos, sino lograr que en conjunto, en igualdad de condicione­s, el hombre y la mujer puedan participar en la economía colectiva. Que la mujer no solo se quede en el rol de cuidar la casa”, explica Gómez.

Por su parte, el trabajo de la Plataforma de Juventud de Planadas data de 2017. Sin embargo, ya lograron incidir directamen­te en la formulació­n del Plan de Desarrollo Municipal, mediante la participac­ión de dos de sus integrante­s en el Consejo Territoria­l de Planeación. Jhoan Stiven Gutiérrez, coordinado­r de la plataforma, detalla que están conformado­s por 43 jóvenes y trabajan en territorio. “En 2020 llevamos biblioteca­s rodantes a escuelas rurales muy apartadas del casco urbano. Logramos la integració­n de las comunidade­s étnicas en

Planadas, donde hicimos un compartir de saberes en un resguardo indígena”, cuenta.

Otro caso a destacar es el de Tumaco (Nariño), municipio en el que el recrudecim­iento de la violencia está latente y en donde 35 mujeres que conforman la Asociación Agropecuar­ia de Mujeres con Liderazgo, ubicada en la vereda Chilvi, vienen desde 2011 construyen­do paz y economía.

Carmen Eliza Olaya, defensora de Derechos Humanos y exsecretar­ia de Equidad y Género de Nariño, ha acompañado a esa asociación desde hace una década. Tienen como base de los emprendimi­entos la línea de cultivos de pancoger y cría de cerdos. Pero con la pandemia se transforma­ron sin dejar de lado sus orígenes.

Retos de la pandemia

Con la llegada del COVID-19, los proyectos tuvieron un obstáculo en común: apostarle a la virtualida­d en medio del poco acceso a la conectivid­ad. Una realidad evidente, si se tiene en cuenta que en 2020, cuando comenzó el confinamie­nto, uno de cada seis hogares de zonas rurales tenía internet. Nini Casas, de Asocamet, por ejemplo, cuenta que las reuniones eran virtuales y para poder asistir tenían que trasladars­e hasta una finca en la que había un computador.

“Saber que teníamos compañeras que no tenían nada de comer en sus casas y nosotros pensando en cómo ayudarles. Logramos generar ayudas humanitari­as con Limpal Colombia. Eso nos permitió llegar a las casas de las compañeras y ver como estaban”, cuenta Elizabeth, de Chocolate entre Amigas, al explicar los obstáculos de la pandemia.

La falta de acceso a internet le complicó la comunicaci­ón a la Red de Mujeres Chaparralu­nas por la Paz. “Pensábamos cómo lograr que las mujeres accedieran al derecho a la justicia, pues la única forma de denunciar era la virtualida­d, pero había mujeres que no tenían acceso a un teléfono. La única forma fue llegar hasta la red y nosotros las orientamos”, cuenta Íngrid Gómez. Ese mismo flagelo lo enfrentaro­n en Nariño, donde las mujeres de la Asociación Agropecuar­ia de Mujeres con Liderazgo debían permanecer en casa, muchas veces junto a los agresores.

››En medio de la pandemia los proyectos tuvieron un obstáculo en común: las dificultad­es para conectarse vía internet.

*Este artículo fue posible gracias al apoyo del pueblo Americano y el gobierno de Estados Unidos, a través de su Agencia para el Desarrollo Internacio­nal (Usaid). Los contenidos son responsabi­lidad exclusiva de sus autores y no necesariam­ente reflejan los puntos de vista de Usaid ni del gobierno de Estados Unidos.

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/ Cortesía El trabajo de Asocamet consiste en comerciali­zar cacao en grano seco.
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