Proyectos productivos rurales: estrategia de resistencia
Chocolate entre Amigas, la Red de Mujeres Chaparralunas por la Paz, la Asociación de Productores de Cacao (Asocamet) y la plataforma Juventud de Planadas son algunos de los proyectos de Meta, Nariño y Tolima que trabajan en la transformación social y económica de las regiones.
Los proyectos productivos de las regiones en Colombia se convirtieron en el principal instrumento de muchas comunidades para resistir los embates no solo del conflicto armado interno y el olvido estatal, sino también de los efectos que ha dejado en el país un año de crisis por cuenta de la pandemia. Es el caso de cinco proyectos desarrollados en los departamentos de Meta, Nariño y Tolima, liderados por víctimas del conflicto armado. Algunos están conformados desde hace más de quince años y se han fortalecido en los últimos tiempos y otros surgieron durante el Acuerdo de Paz entre la guerrilla de las Farc y el Gobierno nacional.
Se trata de Chocolate entre Amigas, Red de Mujeres Chaparralunas por la Paz, la Asociación de Productores de Cacao (Asocamet), la plataforma Juventud de Planadas y la Asociación Agropecuaria de Mujeres con Liderazgo.
Elizabeth Santamaría, por ejemplo, es la representante legal de Chocolate entre Amigas, un proyecto productivo que nació de un proceso de fortalecimiento y empoderamiento de la mujer promovido desde Limpal Colombia —organización feminista que trabaja en la construcción de paz— en el municipio de Mesetas (Meta). “Después de que se acabó el proyecto, seguimos reuniéndonos en las casas de compañeras. Nos tomábamos un chocolate con pan y queso. Hablábamos de las problemáticas sociales que estaban afectando a las mujeres en el municipio y, en esos espacios, llamamos a nuestra organización Chocolate entre Amigas”, rememora Santamaría.
En la iniciativa encabezada por ella participan 42 mujeres de varios grupos poblacionales: víctimas del conflicto armado, en proceso de reincorporación e indígenas. Lideran emprendimientos económicos, una feria del cuidado, venden productos derivados del cacao y del arroz, confeccionan y venden ropa. “Lo más difícil ha sido poder eliminar esa etiqueta de víctimas y victimarios. En el proceso hubo mujeres que no pudieron tener esa fortaleza de estar frente a sus victimarios y se les ayudó psicológicamente”, explica Elizabeth.
En Mesetas, a más de 133 kilómetros de Villavicencio, los proyectos avanzan a buen ritmo. En 2006, Nini Johana Casas, presidenta de la Asociación de Productores de Cacao (Asocamet), fortaleció la idea de negocio de comercializar cacao en grano seco e hizo la formalización ante la Cámara de Comercio. “La conformamos con 52 socios. Luego fuimos 28, pero ahora último, con la ayuda de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), tuvimos un empujón para salir de donde estábamos estancados y tenemos 48 socios”, explica Casas.
Tienen un centro de acopio en el casco urbano de Mesetas, adonde llegan los productores de la zona rural. Están comenzando a transformar el cacao para sacarle derivados como el chocolate .
En el sur del Tolima, subregión integrada por los municipios de Ataco, Chaparral, Planadas y Río Blanco, la apuesta es también por las iniciativas comunitarias sostenibles. En esa zona incide la Red de Mujeres Chaparralunas por la Paz y la Plataforma de Juventud de Planadas, dos proyectos organizativos que trabajan en la construcción de paz. El primero es liderado por mujeres y su objetivo es trabajar por la igualdad de género en los sectores económicos, productivos y políticos. El segundo, conformado por colectivos, expresiones y organizaciones formales e informales, busca promover la consolidación de la democracia, la participación y la paz en el territorio.
Íngrid Gómez, lideresa de la red, cuenta que la mayoría de las organizaciones que pertenecen a esta trabajan con productos como el café y el cacao. También hay proyectos de artesanías y apicultura, estas últimas con las comunidades indígenas de los pueblos nasa y pijao que están en Chaparral. Desde 2004 trabajan en el fortalecimiento de la red. “La idea es que las organizaciones consoliden sus negocios, pero con una responsabilidad social. No es solo generar ingresos, sino lograr que en conjunto, en igualdad de condiciones, el hombre y la mujer puedan participar en la economía colectiva. Que la mujer no solo se quede en el rol de cuidar la casa”, explica Gómez.
Por su parte, el trabajo de la Plataforma de Juventud de Planadas data de 2017. Sin embargo, ya lograron incidir directamente en la formulación del Plan de Desarrollo Municipal, mediante la participación de dos de sus integrantes en el Consejo Territorial de Planeación. Jhoan Stiven Gutiérrez, coordinador de la plataforma, detalla que están conformados por 43 jóvenes y trabajan en territorio. “En 2020 llevamos bibliotecas rodantes a escuelas rurales muy apartadas del casco urbano. Logramos la integración de las comunidades étnicas en
Planadas, donde hicimos un compartir de saberes en un resguardo indígena”, cuenta.
Otro caso a destacar es el de Tumaco (Nariño), municipio en el que el recrudecimiento de la violencia está latente y en donde 35 mujeres que conforman la Asociación Agropecuaria de Mujeres con Liderazgo, ubicada en la vereda Chilvi, vienen desde 2011 construyendo paz y economía.
Carmen Eliza Olaya, defensora de Derechos Humanos y exsecretaria de Equidad y Género de Nariño, ha acompañado a esa asociación desde hace una década. Tienen como base de los emprendimientos la línea de cultivos de pancoger y cría de cerdos. Pero con la pandemia se transformaron sin dejar de lado sus orígenes.
Retos de la pandemia
Con la llegada del COVID-19, los proyectos tuvieron un obstáculo en común: apostarle a la virtualidad en medio del poco acceso a la conectividad. Una realidad evidente, si se tiene en cuenta que en 2020, cuando comenzó el confinamiento, uno de cada seis hogares de zonas rurales tenía internet. Nini Casas, de Asocamet, por ejemplo, cuenta que las reuniones eran virtuales y para poder asistir tenían que trasladarse hasta una finca en la que había un computador.
“Saber que teníamos compañeras que no tenían nada de comer en sus casas y nosotros pensando en cómo ayudarles. Logramos generar ayudas humanitarias con Limpal Colombia. Eso nos permitió llegar a las casas de las compañeras y ver como estaban”, cuenta Elizabeth, de Chocolate entre Amigas, al explicar los obstáculos de la pandemia.
La falta de acceso a internet le complicó la comunicación a la Red de Mujeres Chaparralunas por la Paz. “Pensábamos cómo lograr que las mujeres accedieran al derecho a la justicia, pues la única forma de denunciar era la virtualidad, pero había mujeres que no tenían acceso a un teléfono. La única forma fue llegar hasta la red y nosotros las orientamos”, cuenta Íngrid Gómez. Ese mismo flagelo lo enfrentaron en Nariño, donde las mujeres de la Asociación Agropecuaria de Mujeres con Liderazgo debían permanecer en casa, muchas veces junto a los agresores.
››En medio de la pandemia los proyectos tuvieron un obstáculo en común: las dificultades para conectarse vía internet.
*Este artículo fue posible gracias al apoyo del pueblo Americano y el gobierno de Estados Unidos, a través de su Agencia para el Desarrollo Internacional (Usaid). Los contenidos son responsabilidad exclusiva de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de Usaid ni del gobierno de Estados Unidos.