La talentosa a la que le daba pena jugar
La historia de Jessica Caro, mediocampista de América de Cali que recibió de su padre la pasión por el fútbol que ahora le inculca a su hija Isabella, quien también practica el más popular de los deportes.
“Si tú hubieras sido un niño, te habría llevado a jugar al Deportivo Cali. Lástima que no, pero me hubiera gustado mucho”, le dijo un entrenador de las divisiones menores del club verdiblando a Jessica Caro, cuando ella era una niña y la vio jugar un partido con el equipo Intercampus, con el que entrenaba desde que le nació la pasión por la pelota compartiéndola con pequeños en el barrio El Guabal, en la capital vallecaucana.
En dicha calles Jessica ejercitaba su pierna derecha y marcaba goles que la iban haciendo famosa entre los vecinos. Por eso, un día en el que al equipo Pollos Kentucky le faltaban jugadoras para enfrentarse a otro que se llamaba Independiente Cali, las personas del barrio comenzaron a buscarla a gritos. “Jessica, vaya y juegue, que faltan tres futbolistas y usted sabe de eso”, expresó algún allegado. Ella respondió: “No, no quiero jugar, me da pena”.
Pero la insistencia de la comunidad de El Guabal tuvo efectos y Jessica terminó cediendo. Jugó, “la rompió” (dijeron algunos vecinos), y la señora Amparo Maldonado, quien lideraba al Independiente Cali, quedó encantada con su talento y se la llevó para ese conjunto. Se olvidó del todo del patinaje y la natación, y se encaminó por el fútbol, el deporte que su padre, José Antonio, siempre le inculcó, pues también es un fanático.
Con el trabajo de vendedor en el estadio Pascual Guerrero, don José conseguía el dinero para que su hija fuera a los entrenamientos de Independiente Cali, después del elenco Águila Roja y luego a los de la Escuela Sarmiento Lora. La madre de Jessica, Blanca García, no estaba muy de acuerdo con que su pequeña se dedicara al balompié, pero la soñadora y su padre ganaron el pulso. Y la diestra mediocampista, con 15 años, debutó en la selección de Colombia en el Campeonato Suramericano Sub-20 que se celebró en Chile en 2003.
“Mi papá representa todo. Es mi vida y la persona que me apoyó todo el tiempo. Gracias a él estoy aquí, porque fue el que siempre me acompañó”, le contó a este diario la futbolista que jugó con Generaciones Palmiranas y Cortuluá antes de llegar al América de Cali, club con el que hizo historia al ser subcampeona de la Copa Libertadores Femenina, por la forma en que sucedió: las escarlatas fueron superioras en la final ante el Ferroviaria brasileño, pero las oportunidades de gol no las concretaron y por quinta vez (cuatro con el equipo masculino) la institución roja se quedó a las puertas de la gloria continental.
Los sueños de Jessica no cesan tras esa derrota, y mientras comienza una nueva e improvisada Liga Femenina en Colombia, piensa en poder disputar alguna vez unos Juegos Olímpicos con la selección (no será Tokio, pues el combinado nacional no tiene el cupo) y un Mundial de mayores, para aumentar su palmarés, que por ahora cuenta con la valiosa medalla de oro de los Juegos Panamericanos de Lima 2019.
Esa consagración se dio tras una tanda de penaltis frente a Argentina. La mañana de aquella final fue diferente para Jessica, quien compartía habitación con Catalina Usme, actual compañera en América. “En el cuarto amanecimos con una corazonada muy bonita. Me levanté y le dije: ‘Cata, hoy vamos a quedar campeonas, tengo una sensación muy chévere’. Ella también se levantó con la misma sensación y, afortunadamente, se hizo realidad”, relató Caro, cuya hija se encuentra en el sendero de continuar el legado familiar.
Isabella Caro abandonó el taekwondo y la natación para jugar fútbol. Actualmente entrena en Generaciones Palmiranas, por donde también pasó su mamá, simultáneamente estudia con esmero y observa todos los partidos de América, porque aprende de la mujer que la parió, la que la lleva a sus prácticas y la guía en el difícil entorno del balompié femenino.
Jessica sale siempre a las canchas con las mismas medias. Debajo de ellas, dos canilleras: en una lleva a don José y, en la otra, a Isabella. A la volante de América no le parece complicado ser mamá y futbolista, porque ambas actividades tejen su felicidad. Ya no le da pena demostrar sus condiciones: ahora solo anhela jugar a pasarse la pelota con su hija y su padre.