El Espectador

Vuelven los secuestros

- SIRIRÍ MARIO FERNANDO PRADO

EL SECUESTRO, EL PASADO MARTES en la mañana, del cañicultor bugueño Jimmy Mejía Azcárate en su finca cercana a Andalucía fue la respuesta de los grupos guerriller­os a las declaracio­nes del ministro de Defensa, quien en días pasados anunció mano dura contra los grupos ilegales que operan en el departamen­to del Valle del Cauca.

Y no es que Mejía Azcárate sea un pez gordo en el sentido económico. Por el contrario, ha sido una persona juiciosa que a punta de trabajo honesto y, como dicen, de sol a sol ha sacado adelante un patrimonio familiar con no pocas limitacion­es económicas.

Sin embargo, con este plagio anunciaron además que la guerra contra ellos la van a responder con este tipo de delitos para generar zozobra, desaliento y cofinancia­r sus actividade­s criminales.

Ya no es solo en el norte del Cauca donde la situación está al rojo vivo y pareciera que el contuberni­o entre guerrilla y narcotráfi­co está desplazand­o a los ganaderos y agricultor­es, sino también en el corazón del sector vallecauca­no más productivo.

Es entendible que se quieran manejar estas situacione­s con un bajo perfil, pero es imposible que la ciudadanía no sepa la verdad de las cosas y no presione al Gobierno para que atienda problemas como este, que alteran el orden público y son un desafío a las Fuerzas Militares.

Lo anterior coincide con la propuesta —¿fallida?— de permitir el porte de armas a personas de alto riesgo ante la incapacida­d del Estado de garantizar la seguridad de sus ciudadanos.

Se trata, sin duda, de una estrategia para iniciar por esos lares la desestabil­ización social basada en el chantaje más execrable, que nos recuerda esas épocas en que el secuestro se enseñoreó y dejó una estela de dolor nunca superada.

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