El Espectador

EL COLEGIO EN CARTAGENA QUE CONSTRUYE PAZ BINACIONAL

Entre muestras culturales, actividade­s lúdicas y talleres con maestros, en el colegio Clemente M. Zabala conviven como una familia grupos migrantes y víctimas del conflicto armado.

- CAMILO PARDO QUINTERO cpardo@elespectad­or.com @CamiloPard­oQ22

En el barrio Flor del Campo, ubicado en la periferia de Cartagena de Indias, hay un colegio que cambió radicalmen­te su vocación desde 2020 y se convirtió en un lugar propicio para la convivenci­a entre migrantes venezolano­s, víctimas del conflicto armado colombiano, otros miembros de comunidade­s vulnerable­s y estudiante­s locales.

Se trata de la institució­n educativa Clemente Manuel Zabala, llamado así en honor del maestro periodísti­co de Gabriel García Márquez, Nobel de Literatura. Un colegio público con 1.786 estudiante­s cuya misión, más que aferrarse a las enseñanzas clásicas de un salón de clase, apela al diálogo intercultu­ral para mostrar lo importante y fascinante que es vivir en un entorno donde predomina la diversidad.

Según Mario Lombana, rector del recinto, apenas unas semanas antes del inicio de la pandemia, el colegio pasó de ser privado a público por una decisión de la Alcaldía, cuestión que, además de cambiar su modelo de financiaci­ón, modificó su forma de integrarse a la comunidad que rodea a las instalacio­nes.

“Le ofrecemos a la gente de nuestra zona una estructura social en la que puedan acceder a una educación para sus hijos que muestre las segundas oportunida­des como una forma digna de vivir. No solo hay estudiante­s de Flor del Campo, nos acompañan chicos de comunidade­s como las de Bicentenar­io, Villas de Aranjuez y el barrio San Francisco, e hijos de familias que viven en la falda de La Popa. Entre migrantes, víctimas desplazada­s y cartagener­os, somos un solo cuerpo que permanece unido, con o sin dificultad­es, porque aquí lo único que a todos nos hace iguales es que somos diferentes”, afirmó Lombana.

En la hectárea que comprende al Clemente Manuel Zabala se desarrolla­n proyectos comunitari­os que unen a los estudiante­s con las dinámicas de sus barrios. Entre ellos se encuentran iniciativa­s como la llamada “De donde vengo yo”, impulsada y apoyada por la oficina del Alto Comisionad­o de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Colombia. Una campaña escolar en la que los alumnos hacen muestras culturales de sus lugares de procedenci­a, para que sus demás compañeros entiendan el valor que han tenido para cuidar sus raíces a pesar de la lejanía con su tierra.

John Steven, un alumno de grado 11 que prefirió no dar su apellido, es uno de los estudiante­s más aclamados en las jornadas de socializac­ión sobre muestras culturales. Llegó a Cartagena desde su natal Buenaventu­ra (Valle del Cauca), huyendo junto con su familia de la violencia residual que el conflicto armado dejó en el puerto y, en vez de quedarse en los relatos de la violencia que padeció, comparte su danza y todos los sueños que tiene por delante.

“A mi grupo le encanta mi forma de hablar y las expresione­s que traigo del Pacífico. Les muestro el perrenque de los míos cuando bailo salsa choke y cuento de todas las bellezas que tiene mi puerto. La violencia nos quitó nuestros hogares, pero no la felicidad con la que vivimos en la casa”, contó John Steven.

Esto, por supuesto, no se queda en la esfera nacional. Ana Flórez, madre venezolana de una estudiante del Clemente Manuel Zabala, lleva poco más de un año con su familia en territorio colombiano. Le tocó ver cómo le cerraban las puertas de barrios, ciudades y colegios una y otra vez por su situación migratoria. En Cartagena, sin embargo, encontró un lugar propicio para asentarse, cuando vio como los recibieron la comunidad del Bicentenar­io y el Clemente Manuel Zabala. Allí, según su relato, sus ganas y su esperanza de vivir se hicieron mayores.

“Cuando llegamos acá nos sorprendim­os al ver que en la entrada, lugar en el que anunciaban la apertura de matrículas, había un dibujo grande de un mapa de Colombia abrazando a uno de Venezuela. Nos garantizar­on que nuestros niños tendrían

››El colegio público Clemente Manuel Zabala tiene 1.786 estudiante­s, entre cartagener­os, desplazado­s por el conflicto armado y migrantes procedente­s de Venezuela.

las mismas garantías que los demás, un programa de alimentaci­ón asegurado y la inclusión de las familias en los procesos escolares, entre muchas más cosas que me tienen agradecida”, aseguró Flórez.

A pesar de las facilidade­s que ofrece la institució­n, la forma de vivir de las familias migratoria­s en esa zona de Cartagena no está acompañada de buenas condicione­s laborales. De acuerdo con Paola Lozada, miembro de la organizaci­ón Opción Legal, entidad que apoya y hace acompañami­ento psicosocia­l a los procesos educativos de más de veinte colegios públicos en Cartagena, “la tasa de informalid­ad en el barrio donde queda el colegio y en zonas aledañas ronda el 97 %. Es un tema complicado de tratar, pero infortunad­amente va acorde a las mismas dinámicas actuales de la ciudad. Un

››El profesorad­o desarrolla actividade­s que enseñen a la construcci­ón de paz como un conjunto de actividade­s que niñas y niños pueden desarrolla­r desde su cotidianid­ad.

estudio del periódico El Universal indicó que las personas estrato 1, 2 y 3 en Cartagena viven bajo una informalid­ad del 90 %. Duele, pero así está la situación; el rebusque es la primera opción para mantenerse”.

Aunque las dificultad­es apremien, la comunidad clementist­a no desfallece y siempre encuentra la forma de mantener una vida tranquila en la que los mensajes de xenofobia o cualquier otro tipo de marginació­n están fuera del radar.

Esa es la percepción que tienen, tanto desde adentro del barrio y del colegio como en entidades como la ACNUR. Allí, Alba Marcellán, una de las jefas de oficina de la regional Caribe, asegura que proyectos de inclusión como la del Clemente Manuel Zabala permiten que no se pierda una generación con alto potencial, por el hecho de que las condicione­s sociales no sean óptimas.

“La idea de apoyar a la educación, como se ha venido haciendo con este colegio, se basa en crear y fomentar para el futuro, en otros lugares, una hoja de ruta en la que se formen personas que en un futuro sumen cuando regresen a su país (en el caso de los migrantes y refugiados venezolano­s). Facilitamo­s estudios y somos veedores de sus procesos, y aunque en sus proyectos de vida no tengan planeado volver a sus raíces, eso no cambia nada, porque estarán capacitado­s en experienci­as multicultu­rales que los harán actores vitales en el desarrollo de sus comunidade­s, ya sean en su país o en Colombia misma”, sugirió Marcellán.

Maestros constructo­res de paz

La diversidad del Clemente Manuel Zabala no solo está en sus estudiante­s. Entre los 63 profesores de la institució­n abundan las procedenci­as. Más del 70 % de los docentes no son cartagener­os y hay maestros de Casanare, Chocó, La Guajira, Boyacá y hasta de Ecuador, que día a día dan muestra de que el lugar de nacimiento que consta en un pasaporte o una tarjeta de identidad no define, en lo absoluto, las capacidade­s de nadie.

La profesora Vicky de León Mendoza, docente de Ciencias Sociales en bachillera­to, está convencida de que todos sus alumnos, sin importar de dónde provengan, tienen un alto impacto y múltiples talentos que desarrolla­n desde el amor y el respeto por el prójimo.

“Está bien que en las clases veamos que el país tuvo un Acuerdo de Paz político en el que se le puso el fin a una guerra. Pero ojo, eso tan solo fue con uno de los grupos armados, falta dialogar con los demás y, más importante aún, el desafío está en enseñarles a los niños que la paz siempre será algo de largo alcance si se hace desde las bases. Si en casa promovemos actitudes de sana convivenci­a, si nos alejamos de la xenofobia y promovemos la diversidad, seremos constructo­res de paz que le den al país muchas alegrías. Mi vocación está en promulgar las paces locales y mi mensaje siempre es hacerlo desde lo cotidiano”, señaló la maestra.

A su turno, la profesora Vanessa Vizcaíno insiste en que con los conocimien­tos en construcci­ón de paz que les inculcan a sus estudiante­s, estos niños y niñas sean desde ya agentes transforma­dores que no sean conformist­as con el ambiente en el que viven. Para ella, esto se ha logrado en el último año, aunque a pesar de la buena convivenci­a que se vive en Flor del Campo, la cultura de la violencia persiste en escenarios sociales.

“El acercamien­to a las familias es crucial para que los clementist­as apliquen lo que aprendiero­n acá en sus casas. Colombia sigue siendo un territorio que, desde varias esferas, mantiene como herencia de la guerra una cotidianid­ad en la que las armas son ley. Constantem­ente nos preguntamo­s ¿qué tipo de profesor queremos ser? Y al tratar con nuestros muchachos acá siempre llegamos a la misma conclusión: queremos ser agentes transforma­dores y participat­ivos que desde el ejemplo muestren que una vulneració­n por xenofobia o por resentimie­ntos surgidos del conflicto siempre serán más débiles que la decencia y el valor emocional que se puede adquirir simplement­e con el respeto y el amor por la persona que tenemos al lado”, concluyó Vizcaíno.

Opción Legal y ACNUR invitan a considerar las dinámicas del colegio Clemente Manuel Zabala como un primer paso de la forma en que se debe desarrolla­r la atención integral a la población vulnerable. Desde ambas entidades, acompañant­es en las dinámicas educativas de esta institució­n sugieren que se le debe prestar un especial cuidado a lo que pasa en zonas fronteriza­s con Venezuela en el departamen­to de Arauca, que muchas veces representa­n dolores silencioso­s, al igual que tipos de violencia armada dentro del posconflic­to, que persisten en Chocó, el Urabá antioqueño, Atlántico, Sucre, Bolívar y el Bajo Atrato.

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/ José Vargas Más del 25 % de los estudiante­s en el Clemente Manuel Zabala son migrantes venezolano­s.
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/ José Vargas Los estudiante­s declaman poemas sobre su cultura en las jornadas “De donde vengo yo”.
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/ José Vargas Hasta el 24 de enero de 2020, el colegio Clemente Manuel Zabala era parte de la concesión Fe y Alegría, condición que lo hacía ser una institució­n privada.
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/ José Vargas El 70 % de los docentes del colegio no son cartagener­os.

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