Carta desde el exilio… profesional
AUNQUE LA PERCEPCIÓN que tiene un colombiano sobre un connacional que vive en el extranjero es casi siempre bondadosa, la realidad es que no todos se han convertido en profetas fuera de su tierra. Y es que la vida fuera de Colombia implica, entre otras cosas, adaptarse a un nuevo sistema, el respeto intrínseco de otras costumbres y el tan difícil distanciamiento familiar que evoca siempre nuestros orígenes.
De acuerdo con estimaciones del Ministerio de Relaciones Exteriores, uno de cada diez colombianos vive fuera del país. Muchos, entre los que me incluyo, hemos decidido emigrar con fines académicos basados en la buena relación calidad-costo-beneficio. Para otros más, esta “huida” es la única alternativa para lograr una inserción laboral en trabajos no calificados o trabajos profesionales, todos ellos trabajos dignos que generan una estabilidad temporal.
En cualquier caso, competir en un mercado laboral siendo extranjero representa un verdadero desafío que se ha visto acentuado en los últimos meses debido al desaceleramiento de las economías mundiales como efecto de la pandemia del COVID-19 y las medidas tomadas para detener su propagación.
Independientemente de calificar como buena o mala la gestión del Gobierno colombiano para detener el virus, el discurso sobre la situación y la idea de regresar al país está hoy más dividida que nunca.
Luego de evaluar cuatro años de conversaciones y encuentros, considero que estamos divididos en cuatro grandes grupos que detallo a continuación, sin conocer las proporciones de cada uno de ellos.
Un primer grupo lo conforman aquellos que bajo ninguna circunstancia regresarían a Colombia. Aunque no son mayoría, muchos de ellos vuelven la mirada con desagrado y un pesimismo preponderante que puede incluso asustar.
El segundo grupo está formado por los colombianos que, desde que emigraron o debido a las nuevas circunstancias, consideran que su paso por el extranjero es temporal y que en algún momento regresarán para aportar a la economía del país, siendo trabajadores o incursionando en el medio empresarial.
El tercer grupo está compuesto por los estudiantes que tuvieron como única alternativa adquirir un crédito-beca para realizar sus estudios profesionales en el extranjero. Aunque los términos de estos créditos son variados, muchos condicionan un porcentaje de condonación con el retorno inminente una vez finalice el tiempo de estudios. Esta atractiva alternativa resulta ser en muchos casos un salto al vacío, considerando que el profesional especializado debe insertarse en un mercado laboral desacelerado y asumir una deuda remanente (algunas veces adquiridas en dólares estadounidenses).
Por último están aquellos que desean regresar al país prontamente, extrañan su familia, la gastronomía y las comodidades que existen en nuestro país, que solo son visibles desde afuera. El problema, nuevamente, es un mercado laboral reducido en el que los salarios están desajustados con respecto a los perfiles de los candidatos y en el que existe una reducida inserción de doctores en la industria nacional.
De esta manera, vivir y trabajar en el extranjero se convierte en la mejor y única opción para muchos que hoy viven un exilio, un exilio profesional.
‘‘La vida fuera de Colombia implica, entre otras cosas, adaptarse a un nuevo sistema, el respeto intrínseco de otras costumbres y el tan difícil distanciamiento familiar que evoca siempre nuestros orígenes”.