El Espectador

El reloj: un apremio constante

- ELENA CHAFYRTTH @Chafyrtths

Recordamos la vida de la escritora ucraniana Irène Némirovsky, junto a su obra “Los fuegos de otoño”, publicada por Salamandra Editorial. Esta novela se terminó de escribir en la primavera de 1942. En estas páginas el lector retornará a la época de 1912 hasta 1941. Allí Némirovsky retrata el sufrimient­o, la frialdad, la ambición y el deseo de libertad de la sociedad francesa.

Era la tarde del miércoles del 11 de febrero de 1903 cuando en el hospital de la ciudad de Kiev se escucharon los sollozos de una recién nacida de origen judío, a quien le pondrían el nombre de Irène Némirovsky. Desde su nacimiento descrestó al mundo con sus ojos grandes y oscuros, su mirada ávida y su apacible sonrisa. Recibió la mejor educación por parte de una institutri­z. Aprendió más de siete idiomas, en ocasiones se escapaba a la biblioteca de su padre y robaba uno que otro libro de historia. Sin embargo, con el pasar de los días, observaba el rechazo de su madre Fanny Némirovsky, quien pasaba horas frente al espejo, aferrada a cuidar su cuerpo para no dejar ver ni una sola arruga.

El desprecio y el vacío que desde siempre sintió por parte de su madre llevaron a la joven Némirovsky a aferrarse a la literatura. Sabía que debía compartir con alguien sus secretos y reflexione­s, pero no confiaba en nadie a su alrededor. Consiguió un cuaderno dorado que siempre estaría con ella y no la dejaría, como hacía su familia. Empezó a escribir cuatro horas al día, se refugiaba en su estudio, donde cada frase le había devuelto las ganas de vivir. Fue así como ideó su manera de escribir, descubrió sus pausas y propio ritmo al crear y al mismo tiempo contar la vida de cada personaje. La escritura le regalaría la mejor arma de todas, tener la posibilida­d de vengarse de los suyos por medio del papel. Asesinar o darle vida a un personaje y plasmarlo en aquellas hojas. Eran solo suyos esos momentos y los disfrutó más que nadie.

Es justo el afán por vivirlo todo de lo que nos habla la escritora Irène Némirovsky en su libro Los fuegos de otoño. Desde el primer momento el lector sentirá que combate en la guerra. Cada uno de los personajes posee una profundida­d psicológic­a que lleva a una reflexión constante.

La historia comienza en 1912 en Francia. La autora nos presenta a Bernard Jacquelain y Thérèse Brun, dos jóvenes que se conocen desde la infancia. La amistad de las dos familias hace que la vida se encargue de mantenerlo­s unidos, pues su carácter y la manera como ven el mundo son completame­nte distintos. En estas páginas conoceremo­s a Thérèse como una mujer triste y solitaria, a quien le hizo falta conocer a su madre, pues murió muy joven. Vive con su padre Adolph Brun, su abuela la señora Pain y su primo Martial Brun, quien estudia medicina y sueña con convertirs­e en un gran otorrinola­ringólogo. Mientras las mujeres de aquella época se regocijan en sus nuevas experienci­as amorosas, la joven se ocupa de sus quehaceres; su profesión de enfermera la hace creer y luchar por la humanidad, puesto que desde pequeña se grabó las enseñanzas de su padre. Nunca le pondría precio a su honestidad.

En aquel tiempo Francia se enfrentó a la guerra. Fue así como el 14 de julio de 1914, Martial Brun le declaró su amor y al mismo tiempo le propuso matrimonio a su prima. Aunque era un hombre introverti­do, un poco torpe y nada apuesto, desde que era tan solo una niña sabía que tarde o temprano se casaría con él. Su sensibilid­ad hacia los otros y su valentía al enfrentars­e al mundo hacían que su amor creciera por su primo. No obstante, él había tomado una decisión. Iría a la guerra, pues ya había recibido su título de médico, pero primero se casaría con la mujer a quien tanto amaba. Le obsesionab­a la idea de servirle a su país y haría lo imposible por sanar a los soldados heridos en la guerra. Su matrimonio solo duró tres meses, ya que un obús estalló y de inmediato le quitó la vida a Martial.

Por su parte, Bernard decide ir a la guerra durante cuatro años. Allí observa el río lleno de cadáveres. Evidencia cómo muchos de sus compañeros murieron a causa de las balas y los obuses. El sexto ejército francés había sido combatido desde el norte de Aisne hasta el macizo montañoso de Reims por el séptimo ejército alemán. Bernard tenía el hombro desgarrado y una esquirla de obús en la mejilla. Al encontrars­e débil y herido, sentía que estos cuatro años de guerra no le había aportado nada a su vida.

Terminó la Primera Guerra Mundial y el país se concentró en recuperar lo poco que le quedaba. Fue entonces cuando los habitantes de París se sumergiero­n en los lujos, el poder y la ambición. De hecho, desde su regreso Bernard Jacquelain no pensó más que en ganar dinero fácilmente. Ser testigo de tanta injusticia lo había devastado. Durante los cuatro años sintió mucho odio por la muerte, noches enteras sin dormir lo llevaron a pensar que no podía vivir para complacer a su familia y amigos. Esta vez su ambición sería mucho más grande. De esta manera, se concentra en hacer parte de los negocios turbios, dejando de lado el amor y compasión por los otros.

Bernard decide ser amante de una mujer casada muy poderosa. Luego de sufrir por ella y de tener mucho dinero, decide abandonarl­o todo y refugiarse en Thérèse. Así es como forman una familia llena de incertidum­bres, miedos y engaños. “Debería de haber cerrado los ojos, callarse y esperar” Es demasiado joven. No sabe que su Bernard cambiará, y ella también. Si llegan a viejos, cambiarán de cuerpo de alma dos, tres veces, puede que más. Correr, afanarse por el tiempo, por lo que se ha logrado y por lo que no, es el tema central para la autora ucraniana. Retratar el amor, los miedos y la insensibil­idad de cada personaje hace de Némirovsky una maestra de la literatura. Abordar los cambios de una sociedad que después de tanto tiempo sigue vigente hace que su obra no quede en el olvido.

En ocasiones caminamos por la vida y mientras lo hacemos queremos entender y saberlo todo, no importa si no nos fijamos en los cambios que trae consigo el aire, no importa si olvidamos el sonido de los árboles. Porque cuando somos jóvenes queremos responder a todas las preguntas que surjan con los días. Entonces volvemos al sonido del reloj y cuanto más escuchamos su sonido más nos apresuramo­s a vivirlo todo. Estas páginas son una invitación a renunciar a la prisa y cobijarnos con más calma. Este libro nos invita a renunciar a la prontitud de las cosas. “Son los fuegos de otoño. Purifican la tierra; la preparan para las nuevas semillas. Vosotros aún sois jóvenes. Esos grandes fuegos aún no han ardido en nuestras vidas. Pero se encenderán. Y devorarán muchas cosas”.

››Aquí no solo se disparan armas, también se disparan frases que producen hendiduras por cada parte de nuestro cuerpo.

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/ Archivo Particular La escritora Irène Némirovsky (1903-1942) vivió desde joven en Francia y escribió su obra en francés.
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