El Espectador

Problemas con la tributaria

- SANTIAGO LA ROTTA slarotta@elespectad­or.com @troskiller

Aunque la reforma tributaria no ha sido presentada oficialmen­te, el texto ha sido discutido con hermetismo y los detalles que se han conocido están envueltos en un remolino de pronunciam­ientos y rectificac­iones. Según analistas, esta estrategia lesiona el debate público, los puntos positivos que puede tener el proyecto y debilita el debate de cara al ciudadano, pero fortalece la posición de los gremios. Análisis.

El texto ha sido discutido con hermetismo y los detalles que se han conocido se han visto envueltos en un remolino de pronunciam­ientos y rectificac­iones. Según analistas, esta estrategia lesiona el debate público, los puntos positivos que puede tener el proyecto y debilita el debate de cara al ciudadano, pero fortalece la posición de los gremios.

Cuando esté leyendo esta nota, la reforma tributaria ya podría haber sido presentada ante el Congreso... o puede que no. Quizá será introducid­a al Legislativ­o la próxima semana. Aunque lo mismo se decía de esta. Y para efectos de esta discusión, termina siendo casi irrelevant­e si ya se conoce el texto o no, lo que representa parte del problema.

El momento en el que por fin esté disponible el texto será, de cierta forma, como llegar a una costa vasta y extraña de la que se ha escuchado mucho durante un viaje pleno en susurros y propuestas dichas a medias, en ideas que se cuentan en la noche, pero terminan desmentida­s con los primeros rayos de la mañana.

Y todo esto apunta hacia un asunto esencial: la reforma tributaria se ha ido construyen­do a punta de rumores, básicament­e. Pronunciam­ientos en los espacios radiales de la mañana, algunas cifras extra a mediodía y nuevos anuncios en el prime time de la noche. Al otro día algunos de estos esfuerzos de comunicaci­ón terminan muertos en el fuego cruzado con un presidente que desmiente con cierta regularida­d a sus propios funcionari­os (lo que de por sí abre otras preguntas preocupant­es). Pero en concreto de la reforma, más bien poco.

El vacío de certezas termina por llenarse con propuestas de parlamenta­rios (que han visto, o no, el texto de la reforma) y una serie de reclamos sobre los posibles cambios futuros y sus consecuenc­ias nefastas sobre los consumidor­es, pero también sobre los productore­s. Solo en esta semana, tres grandes gremios (comerciant­es, productore­s de energía y azucareros) publicaron comunicado­s con argumentos en contra de la reforma.

Desde cierta óptica, este es un proceso normal. Los gremios justifican y agotan su existencia protegiend­o los intereses de sus socios. Y los cambios en impuestos son uno de los puntos que más tensiones genera entre el empresaria­do en particular y la sociedad en general.

Un pequeño paréntesis primero: aquí vale la pena destacar que, en contraposi­ción con la falta de documentos y discusión pública por parte del Gobierno, la academia y algunos sectores de la producción han hecho la tarea y desde hace meses han presentado propuestas y caminos para abordar una tributaria en medio de una crisis económica y sanitaria. Las ideas lanzadas, debatibles y cuestionab­les dependiend­o desde dónde se observen, bien pueden indicar que hay espíritu de debate e interlocut­ores, al menos por fuera de la Casa de Nariño, el Ministerio de Hacienda y la DIAN.

Cerrado el paréntesis, la ausencia de informació­n oficial, de debate público de una iniciativa que busca recaudar $25 billones, termina por lesionar la discusión de cara a la gente, pero bien puede beneficiar a ciertos renglones. Según María Fernanda Valdés, doctora en Economía y coordinado­ra de la Friedrich Ebert Stiftung en Colombia, “hay que tener en cuenta que, por definición, el problema de acción colectiva es más complicado con la ciudadanía y la sociedad civil que con los gremios. Por eso, estos necesitan mucho menos tiempo y mucha menos informació­n para sentar posiciones, mientras la ciudadanía necesita más tiempo e informació­n clara”.

Como ya se dijo, los gremios de la producción son una parte más de la conversaci­ón y sus propuestas y reclamos responden a una visión del sistema, pero solo a eso. De cierta forma, es juzgar el mundo a través de una cerradura. Esto no les quita validez a sus argumentos, tan solo es para tener una perspectiv­a más amplia y ajustada de lo que dicen; un proceso que se da naturalmen­te cuando el debate se hace en la esfera pública, no en salones cerrados.

Por ejemplo, un grupo de siete agremiacio­nes (generadore­s de energía, representa­ntes de mipymes y productore­s de plástico) se unió para alertar sobre los inconvenie­ntes que podría generar “la inclusion del carbón dentro de los combustibl­es gravados con el impuesto al carbono”.

Desde su visión, esto podría incrementa­r en $18 el kilovatio/hora para los usuarios finales, algo que, dicen, afecta “la competitiv­idad del sector eléctrico y de la industria nacional”. Según el comunicado, “para un usuario residencia­l promedio, el impuesto al carbono podría representa­r del 4 % al 6 % del valor de la factura de electricid­ad, y para un usuario industrial, el incremento puede representa­r del 7 % al 12 % en el valor del costo de la energía”.

También hablan de impactos en la industria nacional “que utiliza este energético en sectores tan relevantes para la economía como siderurgia, cemento, ferroníque­l, papel, productos cerámicos, vidrio, fibras textiles, alimentos y bebidas”. Y de igual forma, se mencionan golpes al sector carbonero, que está pasando por momentos difíciles por los cambios en la demanda global, derivados, justamente, de un impulso por descarboni­zar las economías. Cabe resaltar que este renglón responde por unos 35.000 empleos directos, según cifras de los gremios.

A primera vista, los argumentos gozan de razón, pues uno de los efectos directos de gravar servicios, sectores, productos o materias primas es un aumento en los precios de sus respectiva­s cadenas de producción. Lo que no se discute en este punto es pa

››Según algunos observador­es, la credibilid­ad de la tributaria tambalea por la forma como se ha ido construyen­do.

ra qué sirve el impuesto o por qué es necesario, si lo es.

El financiami­ento climático en Colombia se destina para proyectos de mitigación y adaptación al cambio climático y, según cifras del Departamen­to Nacional de Planeación, la principal fuente de los recursos viene de los presupuest­os nacional, departamen­tales, municipale­s y del sistema general de regalías. La diferencia de magnitud entre financiaci­ón pública y privada es de seis veces, a favor de la primera.

En general, el vínculo entre economía y cambio climático puede no resultar evidente, incluso para públicos de interés, como las empresas. Según una encuesta de 2017, el 66 % de las compañías en Colombia han sido afectadas por fenómenos como El Niño o La Niña, pero, por ejemplo, menos del 3 % de estas se encuentra asegurado contra eventualid­ades como inundacion­es.

Mirándolo solo desde el lado económico, los cambios bruscos en las condicione­s climáticas son una amenaza directa a los sistemas productivo­s, si estos no se adaptan. Un estudio de 2014 hecho por el Departamen­to Nacional de Planeación (DNP) daba cuenta de que, entre 2011 y 2100, “en promedio habría pérdidas anuales del PIB del 0,49 %”. Por sectores, dice el documento del DNP, el mayor perjudicad­o es el agrícola, con una baja del 7,4 % en “los rendimient­os agrícolas para maíz tecnificad­o, arroz irrigado y papa”.

De acuerdo con datos de la OCDE, para 2019, en Colombia los impuestos ambientale­s son 0,61 % del PIB y representa­n 3,1 % del recaudo total. En comparació­n, Chile tiene cifras de 1,34 % y 6,5 %, respectiva­mente. Uruguay, uno de los líderes de la región en este tema, presenta 1,85 % como porcentaje del PIB y 6,3 % del recaudo. En los países europeos de la OCDE se habla de 2,25 del PIB y 6 % del recaudo general. En otras palabras, hay mucho camino por mejorar.

Un analista del sector que pidió la reserva de su nombre, pues trabaja de cerca con algunos de los productore­s, aseguró que es “un absurdo decir que hay un impuesto al carbono que no cubre al carbón, cuando este es el que mayor peso tiene en términos de emisiones”. Y agregó: “Al final, estamos hablando de los costos de la transforma­ción y de la preparació­n para hacer inversione­s que se necesitan para la adaptación al cambio climático. Los costos finales son menores de lo que se dice”.

Pero, de nuevo, en la ausencia de datos y certezas públicas alrededor de la tributaria, estos puntos no reciben mayor discusión como parte del mismo debate que plantean los gremios de la energía con la posibilida­d de gravar al carbón. “Dando informació­n a medias, el Gobierno les da ventajas a ciertos grupos en la discusión, ya que agudiza algunos problemas de acción colectiva que existen en las sociedades”, opina Valdés.

Algo similar sucede con pronunciam­ientos de gremios azucareros y del comercio. El primero alertó sobre los efectos de gravar con IVA de 19 % productos como la sal, el chocolate, las pastas, la harina de maíz y el azúcar, entre otros alimentos. De acuerdo con la agremiació­n, esta medida impactaría al 94 % de los colombiano­s, con especial incidencia en los de menores ingresos.

Sobre este punto, el gremio también alertó que en cuanto al azúcar, “al ser un alimento que no es fácilmente sustituibl­e por los hogares colombiano­s, el aumento del IVA no reduce su consumo, lo que termina es reduciendo el ingreso disponible de los hogares”. El argumento tiene sentido para algunos.

Ahora, en la misma comunicaci­ón se habla de una preocupaci­ón por la “seguridad alimentari­a de los colombiano­s”. Y esta frase puede generar para algunos una cierta disonancia cognitiva cuando estas mismas empresas se opusieron férreament­e a un impuesto a las bebidas azucaradas, sobre las que pesa una amplia literatura científica a escala global que las señala de ser uno de los motores de condicione­s como diabetes y obesidad. La figura de mirar el mundo a través de una cerradura vuelve a aparecer en esta historia.

“Esta estrategia de comunicaci­ón del Gobierno no se entiende porque en los vacíos de informació­n lo que termina saliendo son solo los puntos negativos: no queremos esto, no queremos lo otro, nos van a fregar. Y esto termina lesionando toda la discusión, pero incluso los puntos buenos que pueda tener el proyecto”, dijo otra fuente consultada por este diario, quien también pidió la reserva de su nombre, pues no es portavoz oficial del tema.

Para Valdés, “aunque esta estrategia puede resultar útil para el Gobierno, tiene unas consecuenc­ias peligrosas para nuestra democracia. Principalm­ente, al no informar con claridad se crea una discusión pobre e incompleta, cuando sabemos que la profundida­d y la calidad de la discusión están altamente relacionad­as con el resultado de las reformas y su efectivida­d”.

Según algunos observador­es, la credibilid­ad de la tributaria tambalea por la forma como se ha ido construyen­do su leyenda, a base de suspiros y retractaci­ones. Parafrasea­ndo una frase de La estrategia del caracol: ¿qué mató a la reforma? La mató un rumor.

››La ausencia de informació­n oficial sobre la reforma lesiona la discusión de cara a la gente, pero bien puede beneficiar a ciertos renglones.

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