Conmemorar los cambios
LA TERMINOLOGÍA ASOCIADA A LA justicia transicional empodera tanto como restringe. Encontrar un equilibrio entre el potencial político del diccionario transicional y su tendencia a la osificación es un reto diario para las comunidades interesadas.
Por lo mismo, además de conmemorar el Día de la Memoria y Solidaridad con las Víctimas del Conflicto Armado, conviene permanecer abiertos a la negociación permanente de los significados de las palabras. No importa qué tan sagradas sean.
Es lo que ocurre, por ejemplo, con la idea de la víctima. Pasamos de no reconocer su fuerza moral (cuando el uribismo insistía en la inexistencia del conflicto armado) a predeterminar legalmente sus límites temporales (solo será valorada la violencia ocurrida a partir de 1985) y características esenciales (bajo qué circunstancias se es una víctima depende de la violencia ejercida por grupos armados determinados).
Aun así, el concepto se ha ensanchado. Nuevos grupos se lo han apropiado. A tono con lo que ocurre en otros países de América Latina (Argentina y Perú son dos casos), los militares han abierto sus narrativas a la posibilidad de la victimización por encima, a veces, del heroísmo. Y ya se habla sin tapujos de territorios victimizados, como quiera que para muchas víctimas indígenas y afrodescendientes los significados de las violencias pasan por sus relaciones con el entorno.
Además de las mutaciones en qué y quién es una víctima, presenciamos cómo desde la Comisión de la Verdad y su enfoque étnico se les abrieron ventanas de oportunidad a formas diferentes de imaginar el daño y la sanación. Incluso a temas tan esquivos como la reparación. O tan institucionalmente inamovibles como los horizontes temporales: mucho más allá de la violencia del conflicto armado, para los pueblos indígenas y afrodescendientes hubo conquista, esclavización, exterminio y ejercicios de asimilación.
En juego están varias reconciliaciones, no una. Y difícilmente se reducen al rutinario perdón del victimario a la víctima.