El Espectador

Los caballeros las prefieren de segunda

- CATALINA URIBE RINCÓN

LA BIOGRAFÍA ILUSTRADA DE Marilyn Monroe dibujada por la española María Hesse es una aproximaci­ón iluminador­a y refrescant­e al ícono estadounid­ense. En el prólogo, Hesse comenta su disgusto al leer una y otra vez versiones amañadas e injustas, casi todas escritas por hombres, de la vida de Marilyn. En ellas, el énfasis está en su belleza y sexualidad. Pero sobre todo en su rol de acompañant­e o de “segunda”: Marilyn como la esposa del beisbolist­a Joe DiMaggio, Marilyn como la esposa del escritor Arthur Miller, Marilyn como la amante de los Kennedy.

Hesse, por el contrario, hace énfasis en aspectos menos conocidos de la artista: su faceta de poeta y lectora. Cuando murió, encontraro­n una biblioteca de más de 400 libros con autores como García Lorca y Whitman, y libretas con escritos y poemas propios. De hecho, existen más fotos de Marilyn leyendo que desnuda. El libro también enfatiza sus sistemátic­os y disciplina­dos esfuerzos por mejorar sus habilidade­s escénicas para mantenerse como actriz de primera talla. Sin embargo, como lo comenta Hesse, una mujer competente, bella, poderosa y que vive su sexualidad como le parece es simplement­e muy peligrosa. Por eso conviene más bien presentarl­a como tonta, ingenua y frívola.

La construcci­ón de nuestra imagen o persona pública depende de muchos factores. La audiencia juega un papel fundamenta­l. También están los elementos y figuras de poder que determinan nuestro juicio. Y, por supuesto, el performanc­e que cada uno hace cuando se presenta en público. Me llamó la atención sobre todo este último aspecto en los escritos de Marilyn. La actriz era consciente de que esa imagen de rubia tonta que la ponían una y otra vez a representa­r en las películas traspasaba las pantallas y que ella, al actuarla, la perpetuaba. Gracias a su perseveran­cia envió un mensaje a quien lo quisiera oír. Insistió e insistió hasta que logró colar la siguiente frase en la película Los caballeros las prefieren rubias: “Puedo ser inteligent­e cuando me conviene, pero eso a los hombres no les gusta”.

Y son muchos los hombres a quienes les molesta que una mujer se muestre fuerte, inteligent­e, capaz o par. Esta semana vimos cómo muchos se incomodaro­n cuando Ángela María Robledo le dijo a Francia Márquez: “¿Qué tenemos que hacer? Tú, ganarle a Petro. Y yo, ganarle a Fajardo”. Vinieron entonces las críticas que enmarcaron el comentario en una supuesta guerra de los sexos. Los que hacen estos comentario­s y los que ni siquiera se imaginan a una mujer llevando las riendas de algo importante son los mismos que creen que la mujer debe ser ese “complement­o” al mejor estilo de la Iglesia católica: la segunda, la suave, la dócil, la florero.

A Ella Fitzgerald no la contrataba­n en los clubes más famosos de Los Ángeles, en esos donde se presentaba­n Dinah Shore, Bob Hope y Sinatra. A los dueños les parecía que “su voz y su físico eran demasiado negros”, nos dice Hesse. Para que la contratara­n, Marilyn se ofreció a ir a todas sus actuacione­s, así les llegaría la publicidad con la prensa. La dupla Marilyn-Ella fue una sensación: dos mujeres fuertes e independie­ntes. Es hora de que muchos se vayan acostumbra­ndo a la idea.

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