El Espectador

Si dice que es Rubem Fonseca, no le abra

- JULIO CÉSAR LONDOÑO

OJO, TUSQUETS ANDA VENDIENDO los cuentos más descosidos del mundo con el gancho de que son de Rubem Fonseca. ¡No puede ser! El libro se titula Carne cruda y encierra perlas como el relato titulado «Falso» (pág. 47): «En la morgue. Examino su rostro bronceado, ojos azules, dientes perfectos. En la morgue. Acostado en el ataúd, pálido, ojos cerrados, boca cerrada. El lugar está vacío. Me inclino y con los dedos abro sus párpados. ¿Dónde están sus rutilantes ojos azules? Solo un iris de color oscuro, él usaba lentes de contacto. Aparto sus labios, veo los dientes, sacudo el maxilar y la dentadura se mueve. Postizos. Todo él era falso». Punto final.

Si esto es de Fonseca, yo soy la mamá de Sófocles, el papá del cuento policiaco.

Rubem Fonseca tenía una fórmula inédita: crimen + sexo + teoría literaria. Son relatos policiacos mezclados con reflexione­s sobre el oficio de la escritura, porque el protagonis­ta es un escritor. El sexo está apenas sugerido. Dos pinceladas eróticas para mantener la tensión y ya. «Mi vecina tiene dos piernas largas y unas gafas Ray-Ban que le sientan muy bien». Fonseca no es como Vargas Llosa, por ejemplo, que le tira al pobre lector un polvo explícito cada 27 páginas. Y sus reflexione­s literarias no son librescas (así evitaba que el cuento se le volviera ensayo) sino que tienen un aire sincero y vital, como las que rumiaría un escritor solitario en un bar. Y son cínicas, claro, como tienen que ser las reflexione­s de ese ángel caído que es el hombre contemporá­neo, consciente ya de su ruindad, de que las máximas ejemplares están muy bien para las fábulas infantiles y que a los adultos solo nos resta enfrentar el espejo de la envidia y decirnos sin rodeos: «En la desgracia de un amigo hay algo que no nos molesta».

«Aparecida» (pág. 17) es otro cuento antológico: «Ella me pidió dinero para ir a visitar a su hijo en Navidad. No veía a su hijo desde hacía más de diez años, cuando se fue de la casa expulsada, o por propia voluntad, no sé, y se fue a vivir a la calle como mendiga, borracha, fue así como la conocí, tambaleant­e y diciendo groserías. Ahora ya no bebía, Jesucristo la había salvado, Jesucristo y yo, que le presenté a Jesús diciendo Jesús quiere salvarte, y como ella sabía leer le di una Biblia de bolsillo, de esas hechas para semianalfa­betos. Empezó a leer la Biblia todos los días y ya no bebía ni mendigaba». Fin.

Nota: reconozco que el original está diagramado como un poema y que esta prosaica transcripc­ión pudo arruinar su música honda y delicada. ¿Creía Fonseca que el secreto de la poesía radicaba en alternar renglones cortos y largos? No, era Rubem Fonseca. Es más probable que la idea haya sido de algún diseñador listillo que quiso disimular la vacuidad de la historia con las prestigios­as formas del verso.

Como todos los cuentos de Carne cruda son tan malos como los citados y están escritos en una copia chapucera del estilo de Fonseca, cabe preguntars­e: ¿son de Fonseca? ¿Los escribió al final, en un desvarío senil de su avanzada edad? Si fue así, es imperdonab­le que su agente, los herederos o la viuda le hayan entregado esos engendros a la editorial.

La torpeza editorial de publicar estos anticuento­s y afrentar la memoria de Fonseca es comprensib­le: el negocio consiste en esquilmar autores y lectores por igual, sí, pero de tarde en tarde debían contenerse y disimular sus incisivos, sobre todo cuando las obras estén crudísimas.

P.S. Antes de morir, los autores de relatos policiacos debían tener la precaución de asesinar a su editor, a los herederos y al cónyuge, por supuesto.

P.S.2. El sustantivo «relato» cubre cuentos, novelas, dramas y chismes.

P.S.3. «A una novela sin muerto le falta vida». G. K. Chesterton.

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