El Espectador

La búsqueda incesante del consenso

Los años previos a la constituye­nte fueron de extrema violencia. El periodista Tadeo Martínez, miembro de la redacción política de El Espectador en esa época, narra cómo se vivían las bombas, los secuestros y los asesinatos de compañeros del diario.

- TADEO MARTÍNEZ*

El día que comencé a trabajar en El Espectador —17 de diciembre de 1987— se cumplía el primer aniversari­o del asesinato de don Guillermo Cano Isaza, director del diario desde 1952. A pesar del dolor que se sentía, su espíritu seguía animando a la sala de redacción. Después de asistir a una misa en el salón comunal, los periodista­s siguieron su trabajo habitual: consejo de redacción con los directores, el jefe de informació­n y el jefe de redacción diurno.

Juan Guillermo y Fernando Cano Busquets, hijos de don Guillermo, asumieron en 1986 la dirección en compañía de don José Salgar, el periodista que más ediciones vio salir a la luz: ingresó en 1933, a la edad de trece años, cuando el director era don Luis Cano (19191949) y estuvo con don Guillermo Cano (1952-1986), Juan Guillermo y Fernando Cano (1986-1997) y, desde 2004, con Fidel Cano Correa, hasta su fallecimie­nto, en 2011. Más de setenta años.

El 29 de marzo de 1989 fue asesinado Héctor Giraldo Gálvez, abogado del periódico y periodista, quien se encontraba al frente del proceso penal por el crimen de don Guillermo. Giraldo había descubiert­o el origen de los recursos con los cuales se pagó a los sicarios que segaron la vida del director.

Fabio Castillo, editor de investigac­iones, fue amenazado y obligado a abandonar el país. A José Guillermo Herrera y Carlos Mario Correa, correspons­ales de Medellín, los amenazaron y los obligaron a abandonar la ciudad. La circulació­n de El Espectador fue prohibida en Medellín. Alonso Heredia, correspons­al en Bucaramang­a, fue amenazado y obligado a abandonar la ciudad.

En efecto, a finales de los años 80, el ejercicio periodísti­co fue muy arriesgado y traumático, por el recrudecim­iento de los atentados terrorista­s de los carteles de la droga contra el Estado, el surgimient­o de los grupos de “limpieza social” y las amenazas contra los periodista­s.

Los directores Juan Guillermo y Fernando Cano Busquets también abandonaro­n el país a comienzos de 1989 y al frente quedó don José Salgar.

El año 1988 comenzó con el secuestro de Andrés Pastrana, el 18 de enero, entonces candidato a la Alcaldía de Bogotá. El 25 de enero fue asesinado Carlos Mauro Hoyos, procurador general. El 29 de mayo del mismo año, en medio de la primera campaña para elegir alcaldes populares, el M-19 secuestró al jefe conservado­r Álvaro Gómez Hurtado. Los periodista­s nos turnábamos haciendo guardia en las afueras del edificio donde vivía el dirigente político o en la casa del expresiden­te Pastrana, bajo la lluvia, de noche, acurrucado­s en las chivas del periódico con los conductore­s y fotógrafos, tomando café con aguardient­e.

El peor año de la oleada terrorista fue 1989, con el asesinato de Luis Carlos Galán, la bomba contra El Espectador, la explosión del avión de Avianca (donde murieron 110 personas) y el atentado contra el DAS (que causó la muerte de 63 personas y 600 heridos). La ventana lateral de la redacción que daba hacia la línea férrea, avenida 68 con carrera 17, había desapareci­do. Durante varios meses trabajamos a la intemperie y mientras escribíamo­s la edición que circularía en Bogotá, escuchábam­os el estallido de bombas todas las noches. Heberto Másmela y Rodolfo Prada, dos de los más veteranos de la redacción, salían a reportear en los sitios donde explotaban los petardos: cajeros automático­s, bajo los puentes, en la avenida 1° de Mayo, en la 80, en la Boyacá, en la 13, en Chapinero, en el centro... Bogotá amanecía todos los días lacerada. En ese entonces, la Cámara de Representa­ntes, la fuente que yo tenía asignada, sesionaba hasta bien entrada la noche, pero la mayoría de los congresist­as seguían indiferent­es aprobando proyectos a pupitrazos y sin quórum.

En esa interminab­le arremetida de los carteles de la droga, llegamos a las presidenci­ales de 1990. La ola de asesinatos siguió con Carlos Pizarro, Bernardo Jaramillo Ossa (de la UP) y el precandida­to liberal Ernesto Samper, herido en el puente aéreo. Vivíamos bajo la zozobra del terrorismo, caminar por las calles de Bogotá era angustioso. La muerte nos perseguía y, en medio del debate por una nueva Constituci­ón, el periodista Julio Daniel Chaparro y el fotógrafo Jorge Torres fueron asesinados, el 24 de abril de 1991, en Segovia (Antioquia), cuando hacían un reportaje para El Espectador. Julio Daniel cubría una de las comisiones de la Asamblea Nacional Constituye­nte (ANC).

En las elecciones presidenci­ales del 27 de mayo de 1990, se incluyó una papeleta, con la que el pueblo colombiano pedía aprobar la convocator­ia de una constituye­nte. Se aprobó y meses después, el 9 de noviembre, fueron elegidos setenta delegatari­os. La ANC comenzó a sesionar el 5 de febrero y entregó una Constituci­ón que trazó la ruta para poner fin a esa interminab­le violencia, el 4 de julio de 1991.

El preámbulo de la Constituci­ón

¿Cómo empezar a escribir una nueva historia constituci­onal? Si bien había decenas de abogados como delegatari­os y asesores expertos en Derecho Constituci­onal —como los que después serían magistrado­s de la Corte Constituci­onal, Vladimiro Naranjo Mesa y Alejandro Martínez Caballero, o el ministro del Interior, Humberto de la Calle—, las primeras semanas de sesiones de la ANC fueron lentas, había que elaborar un reglamento. Por El Espectador, cinco periodista­s cubríamos las cinco comisiones y, cuando había plenaria, nos turnábamos dependiend­o de los temas que se trataran.

La Comisión Primera se encargó de elaborar un proyecto de princi

››El 24 de abril de 1991, en Segovia (Antioquia), fueron asesinados el periodista Julio Daniel Chaparro y el fotógrafo Jorge Torres, de El Espectador. Julio Daniel cubría una de las comisiones de la Asamblea Nacional Constituye­nte (ANC).

pios, derechos, deberes, libertades, garantías, participac­ión democrátic­a, sistema electoral y estatuto de la oposición. A la vez, creó subcomisio­nes para elaborar los 112 artículos contenidos en cuatro títulos, sobre principios fundamenta­les, derechos y deberes de los ciudadanos y los habitantes del territorio.

Era una comisión muy plural, así como había conservado­res y liberales con trayectori­a en los gobiernos del Frente Nacional, el presidente fue Jaime Ortiz Hurtado, pastor de la Unión Cristiana, y el vicepresid­ente fue Francisco Rojas Birry, de la ONIC. Estaban dos de las cuatro delegatari­as: Aída Avella, una aguerrida líder elegida por la UP, y la escritora y poeta María Mercedes Carranza, elegida por la ADM-19. Los exsenadore­s y exministro­s Augusto Ramírez Ocampo, Álvaro Leyva, Diego Uribe, Horacio Serpa, Raimundo Emiliani, Cornelio Reyes y el expresiden­te Misael Pastrana se sentaron al lado de otras lógicas: la de los indígenas, las de los exmilitant­es del M-19, el Epl, el Quintín Lame, la de los cristianos y la de las mujeres. Es decir, la Constituci­ón fue elaborada por un país que creía en otros dioses, en unos insurgente­s e indígenas que a lo largo de dos siglos habían sido excluidos de todo.

Una vez expedido el reglamento, a finales de febrero, comenzaron las discusione­s y se organizaro­n varias subcomisio­nes. La sola concepción, discusión y aprobación del preámbulo fue una amplia búsqueda del consenso, espíritu que caracteriz­ó a la Asamblea, pues nadie tenía mayorías para imponer una idea.

A la comisión llegó el 1° de abril un proyecto de preámbulo elaborado por una subcomisió­n. Los conservado­res querían que Dios siguiera siendo fuente de toda autoridad. La delegatari­a María Mercedes Carranza propuso un dios genérico y sin atributos, propuesta que fue respaldada mayoritari­amente. El poder para expedir la Constituci­ón que les habían delegado los electores se los había dado el pueblo, no Dios, aunque, como dijo el constituye­nte del Epl, “nuestros hombres se encomendab­an a Dios antes de disparar”.

Tras treinta años de haberse expedido la Constituci­ón, el preámbulo, como dijo el delegatari­o Álvaro Leyva, debiera ser esa oración que diariament­e repitiéram­os como algo que contiene los anhelos del pueblo y elementos históricos de la nacionalid­ad colombiana e inspirar las decisiones de quienes representa­n sus institucio­nes, pero mucho de lo plasmado ahí está pendiente de hacerse cumplir. Por la pluralidad, la Asamblea Nacional Constituye­nte fue un ejemplo de la búsqueda del consenso entre los colombiano­s representa­dos por delegados de todas las creencias, costumbres, experienci­as y conviccion­es políticas. A muchos no les gustará, pero fue la voluntad del pueblo.

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/ Archivo La Asamblea Nacional Constituye­nte deliberó desde el 5 de febrero de 1991.
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/ Archivo El fotógrafo Jorge Torres y el periodista Julio Daniel Chaparro, asesinados en Antioquia en 1991.
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