Con CRISPR se puede jugar a Dios
CRISPR ES EL ACRÓNIMO DE UNA nueva técnica de edición y codificación genética que constituye una revolución científica de inimaginables implicaciones. Se trata de la defensa biológica desarrollada durante millones de años por las bacterias para defenderse de los virus. Consiste en secuencias repetitivas del ADN bacteriano que contienen el material genético de los virus que las han atacado. Funciona como unas tijeras biológicas que le permiten a la bacteria cortar el ADN del virus que la agrede, a manera de una autovacuna.
CRISPR está detrás del éxito de las vacunas contra el COVID-19 de Moderna y Pfizer. A diferencia de las demás, estas dos no utilizan virus inerte o debilitado sino las tijeras biológicas de CRISPR que las hacen más versátiles, rápidas y finalmente efectivas contra cualquier variante del coronavirus o cualquier otro virus pandémico. William Isaacson, el biógrafo de una de las premio nobel por CRISPR, Jennifer Doudna, explica en The New York Times que una vez se tenga codificado el genoma del virus, una vacuna genética se puede diseñar en un fin de semana, como lo hizo literalmente Moderna.
Esta compleja herramienta hoy puede ser manejada por un estudiante de pregrado en biología en un laboratorio sofisticado de investigación. Así lo ha explicado Thomas Cech, profesor de bioquímica de la Universidad de Colorado y otro de los sucesivos galardonados con el Premio Nobel de Química en esta área. Otra cosa es su autorización, fabricación, distribución y precio en función de las patentes.
Además de vacunas, las tijeras biológicas se pueden utilizar con fines médicos, pero también eugénicos. Los usos son ilimitados. Se pueden sanar enfermedades congénitas como la anemia de células falciformes a través de la edición de sus células STEM y también hacer que la corrección sea permanente y hereditaria mediante la edición del ADN de embriones o de las células reproductivas.
En los próximos 25 años se podrán codificar características como el color de los ojos o del pelo y algunos elementos que apuntan a la inteligencia o la capacidad física, como la memoria o la masa muscular. También se llegará a involucrar características que no aparecen en la especie, como más amplitud en el espectro visual o capacidad auditiva. Todo es cuestión de tiempo, costos y, principalmente, de ética.
Esta última presenta interrogantes espinosos. ¿Qué puede tener de malo mejorar la capacidad inmune de los hijos o evitar que hereden enfermedades graves y mortales? La respuesta bien puede que sea algo favorable para la humanidad. De otra parte, dados sus elevados costos, esta tecnología solamente estaría a disposición de quienes puedan pagarla, es decir, de los más ricos o de los superricos. Se podría comprar una herencia genética con capacidades superiores al promedio para una verdadera élite genética del dinero y el privilegio.
El escritor de ciencia ficción Ted Chiang enmarca magistralmente el dilema ético al sugerir que la gente pareciera tenerle miedo a la tecnología cuando a lo que realmente teme es al capitalismo. Las apuestas de toda índole se han elevado exponencialmente cuando con CRISPR se puede jugar a Dios.