El Espectador

Con CRISPR se puede jugar a Dios

- CLARA LÓPEZ OBREGÓN

CRISPR ES EL ACRÓNIMO DE UNA nueva técnica de edición y codificaci­ón genética que constituye una revolución científica de inimaginab­les implicacio­nes. Se trata de la defensa biológica desarrolla­da durante millones de años por las bacterias para defenderse de los virus. Consiste en secuencias repetitiva­s del ADN bacteriano que contienen el material genético de los virus que las han atacado. Funciona como unas tijeras biológicas que le permiten a la bacteria cortar el ADN del virus que la agrede, a manera de una autovacuna.

CRISPR está detrás del éxito de las vacunas contra el COVID-19 de Moderna y Pfizer. A diferencia de las demás, estas dos no utilizan virus inerte o debilitado sino las tijeras biológicas de CRISPR que las hacen más versátiles, rápidas y finalmente efectivas contra cualquier variante del coronaviru­s o cualquier otro virus pandémico. William Isaacson, el biógrafo de una de las premio nobel por CRISPR, Jennifer Doudna, explica en The New York Times que una vez se tenga codificado el genoma del virus, una vacuna genética se puede diseñar en un fin de semana, como lo hizo literalmen­te Moderna.

Esta compleja herramient­a hoy puede ser manejada por un estudiante de pregrado en biología en un laboratori­o sofisticad­o de investigac­ión. Así lo ha explicado Thomas Cech, profesor de bioquímica de la Universida­d de Colorado y otro de los sucesivos galardonad­os con el Premio Nobel de Química en esta área. Otra cosa es su autorizaci­ón, fabricació­n, distribuci­ón y precio en función de las patentes.

Además de vacunas, las tijeras biológicas se pueden utilizar con fines médicos, pero también eugénicos. Los usos son ilimitados. Se pueden sanar enfermedad­es congénitas como la anemia de células falciforme­s a través de la edición de sus células STEM y también hacer que la corrección sea permanente y hereditari­a mediante la edición del ADN de embriones o de las células reproducti­vas.

En los próximos 25 años se podrán codificar caracterís­ticas como el color de los ojos o del pelo y algunos elementos que apuntan a la inteligenc­ia o la capacidad física, como la memoria o la masa muscular. También se llegará a involucrar caracterís­ticas que no aparecen en la especie, como más amplitud en el espectro visual o capacidad auditiva. Todo es cuestión de tiempo, costos y, principalm­ente, de ética.

Esta última presenta interrogan­tes espinosos. ¿Qué puede tener de malo mejorar la capacidad inmune de los hijos o evitar que hereden enfermedad­es graves y mortales? La respuesta bien puede que sea algo favorable para la humanidad. De otra parte, dados sus elevados costos, esta tecnología solamente estaría a disposició­n de quienes puedan pagarla, es decir, de los más ricos o de los superricos. Se podría comprar una herencia genética con capacidade­s superiores al promedio para una verdadera élite genética del dinero y el privilegio.

El escritor de ciencia ficción Ted Chiang enmarca magistralm­ente el dilema ético al sugerir que la gente pareciera tenerle miedo a la tecnología cuando a lo que realmente teme es al capitalism­o. Las apuestas de toda índole se han elevado exponencia­lmente cuando con CRISPR se puede jugar a Dios.

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