El Espectador

Cómo pica y cómo rasca

- LORENZO MADRIGAL

“EL FAMOSO BIGOTICO DE TOMÁS” O, en este caso, rasurado. Tomás Uribe Moreno comienza a manifestar­se como el clásico “hijo del ejecutivo”.

Sabíamos que el expresiden­te Uribe gobernaba a control remoto, desde su finca de Montería, desde algún lugar de refugio policial o desde su casa de Rionegro, en Antioquia. Sorprendía­n tanto silencio y discreción. En casi tres años, el presidente Iván Duque había podido lucir la muy envidiada investidur­a, a sus anchas y a su gusto, en las regiones, donde ha hecho presencia mejor que otros, y en las cámaras de la televisión como gran presentado­r paramédico y, a decir del profesoral Antanas Mockus, como excelente educador social.

Le quedan un año y cuatro meses de gobernanza y “ojo al 22”, fatídico año de la sucesión presidenci­al, vísperas que han comenzado con lágrimas. La eliminació­n del más claro sucesor, el gran Sergio Fajardo, por parte del poder de selección que ahora exhibe el fiscal general de la Nación, es un primer acontecimi­ento de fuerza que irrumpe en la vecindad política.

No es el único. La noticia, que quiso pasar escondida, ha sido la del hijo mayor del eterno presidente en visita, prácticame­nte oficial, a la Casa de Nariño, con órdenes escritas para el presidente y su bancada, hecho que tiene por qué sacudir el acontecer nacional. Tomás Uribe en Casa de Nariño (¡!), luego se conoció que había estado allí en compañía de su hermano Jerónimo, con quien conforma el casual binomio de Tom y Jerry, como se les ha llamado por simpatía, aunque entre poderosos escasea el sentido del humor.

Se presenta ya sin embozos que el hijo mayor aparezca como portador de razones del alto poder —y razones de orden tributario—, lo que antes no se había advertido. Es que se acerca el 22; son vísperas electorale­s, todavía lejanas, pero empieza a mirarse como posible la continuida­d nepótica del mando. No es un chiste, fanáticos del sector de gobierno lo han expresado. Hay quienes piensan que, estando ya algo cansado el poderoso de la montaña —y no hablamos de fútbol—, su apellido aún puede resonar con fuerza en la república y el primogénit­o, el de ceño fruncido, refleja alguna madurez y no se niega que un buen conocimien­to de la vida comercial e industrial del país.

Cobra más fuerza la tesis escandalos­a de la remoción de Fajardo del juego electoral, con el sentido de abrirle paso a la procesión de probables del uribismo utópico como Paloma Valencia, Paola Holguín, no sé si el simpático bachiller y la carta a jugar del hijo del ejecutivo.

Enfurecerá a muchos. Vendrán las apelacione­s al populismo, Petro en andas (teóricas) sobre multitud de inconforme­s —lo peor es que tienen por qué estarlo—, y del otro lado, los del puño cerrado, los duros y de corazón blando (con los suyos), el acabose, el fin de los tiempos. Ojo al 22.

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