El Espectador

Despacito

- PIEDAD BONNETT

YA MUCHA GENTE HA DICHO QUE la visita de los hijos de Uribe al presidente Duque “para hablar de la reforma tributaria”, como aceptó el ministro Daniel Palacios, es del todo improceden­te. Un exabrupto, en realidad. Para endulzar la píldora, los hermanos adujeron que era una visita de amigos —de las que parece ya ha habido cuatro—, lo cual quedó desmentido cuando el Noticentro 1 CM& reveló que a ella también asistieron el mismo ministro Palacios y María Paula Correa, jefe de Gabinete. Como si se refirieran a un estadista, o al menos a un experto, los periodista­s anotaron: “Tomás Uribe plantea como prioritari­o y urgente reducir los costos de funcionami­ento del Estado en los próximos cinco años”. ¡Háganme el favor! Y luego, con ese tonito de chisme gracioso que emplean a veces los medios queriendo hacer cómplice al público, la nota añade: “Tomás se declara plenamente dedicado a su actividad empresaria­l, pero es evidente que cuando habla mucha gente está pendiente de lo que dice”. Sí, cómo no. De este modo, pasito a pasito, suave suavecito, van inflando a un delfín cuyo único mérito político es ser hijo de Álvaro Uribe. Así como en su momento inflaron a Andrés Pastrana, al lustrabota­s Luis Eduardo Díaz o a tantos otros que no salieron con nada.

Tomás no es ni siquiera un outsider: una persona que no tiene experienci­a en política o en administra­r lo público pero que asciende por su carisma y como una manera de protestar contra la clase política mediocre y corrupta. Todo lo contrario: es un aparecido en política con infinitos menos méritos que muchos políticos. Apenas el posible alfil de un partido cada vez más anacrónico y desesperad­o por perpetuars­e en el poder, al que le resultó fallido el que dijo Uribe.

Es verdad que la clase política de este país y del mundo entero está conformada en su mayoría por personas que no sólo no saben pensar en grande sino que están ahí para hacer chanchullo­s, tener poder y privilegio­s, y que, como dice Rutger Bregman, han convertido la política en mera gestión de problemas. Sin embargo, aquí, como en todas partes, hay un puñado de ellos que son honestos y que tienen, como mínimo mérito, haber dado muchas batallas desde sus cargos públicos, acumulando experienci­a. Por eso me parece injusto que, refiriéndo­se a los posibles candidatos a la Presidenci­a, Felipe Zuleta descalifiq­ue la Coalición de la Esperanza y afirme en su columna que quienes la conforman “llevan muchos años en la política y no se han destacado por nada realmente importante para solucionar los graves problemas del país”. No creo que pueda decir eso, ni de lejos, de personas como Humberto de la Calle, o Jorge Robledo, o Ángela María Robledo o Angélica Lozano, todos aguerridos, coherentes y luchadores. Ni de tantos otros dentro de esa coalición, jóvenes y viejos, que han ocupado cargos públicos con solvencia, trabajado disciplina­damente y adelantado importante­s proyectos. Yendo más lejos: a políticos por los que yo jamás votaría, como Petro o Vargas Lleras, hay que reconocerl­es experienci­a, trayectori­a de años y toda clase de luchas, con triunfos y derrotas. Hasta Paloma Valencia, que está en cola, tendría más derecho que el delfín de marras. Pero ahí van inflándolo, con ayuda de ciertos periodista­s, despacito.

Mario Fernando Rodríguez B. Paula Sánchez, Juan Francisco Pedraza, Viviana Velásquez y Rubén Darío Ballén. Eder Rodríguez, William Ariza, Lina Paola Gil, William Botía, Johann González, William Niampira, Jonathan Bejarano y Camila Sánchez. Nelson Sierra G. Óscar Pérez, Gustavo Torrijos, Mauricio Alvarado y Jose Vargas. Óscar Güesguán. Iván Muñoz, Nicolás Achury, Natalia Romero, Alejandra Ortiz, Camila Granados, Carlos Flórez y Leonel Barreto.

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