El Espectador

No solo hay que ser, sino parecer

- ELISABETH UNGAR BLEIER

COMO SEÑALAN LEVITSKY Y ZIBLATT en su libro Cómo mueren las democracia­s, esto no solo sucede como consecuenc­ia del uso de las armas, sino porque los mandatario­s electos subvierten el proceso que los llevó al poder. Por lo general, la erosión es gradual e impercepti­ble. Los autores identifica­n algunos indicadore­s de alerta. Entre ellos está el rechazo o débil compromiso con las reglas de juego formales e informales de la democracia; no reconocer la legitimida­d de los opositores, estigmatiz­arlos y acusarlos de subversivo­s, antipatrio­tas o enemigos de la democracia; descalific­ar a institucio­nes como las cortes o el Congreso por las decisiones que adoptan, o intentar cooptarlas; tolerar, justificar o promover grupos ilegales y el abuso de poder por parte de la Fuerza Pública, y limitar derechos como la protesta, la libertad de expresión y el acceso a la justicia.

Muchas de estas actuacione­s se sustentan en el marco legal y constituci­onal y se justifican con el argumento de que buscan proteger y mejorar la democracia y hacer más eficiente el aparato estatal. Esto viene pasando en muchos países y Colombia no es la excepción. Algunos ejemplos recientes lo ilustran.

Las facultades del presidente en el nombramien­to de ministros y en los procesos de nominación o elección de magistrado­s de las cortes y de los candidatos a la Procuradur­ía y la Fiscalía están determinad­as por la ley y la Constituci­ón. Estas normas buscan garantizar el equilibrio de poderes e impedir la injerencia de uno de ellos en las actuacione­s de los otros. Si bien en estos casos se han cumplido las formalidad­es, cabe preguntars­e si es legítimo que las personas que ocupan estos cargos —como el fiscal general, la procurador­a y el ministro de Justicia— tengan reconocido­s vínculos de cercanía con el presidente Duque y el partido de gobierno.

Otro ejemplo es el decreto presidenci­al que traslada las tutelas sobre cultivos de uso ilícito al Consejo de Estado. Con el argumento de que esto permitirá centraliza­r las decisiones en un solo órgano, se allanó el camino para otras dos decisiones: la expedición del decreto que reglamenta la fumigación con glifosato de cultivos de coca y el aval de la Agencia Nacional de Licencias Ambientale­s a dichas fumigacion­es. Además de los cuestionam­ientos constituci­onales, ambientale­s y sobre el impacto en la salud de las personas, se limita el accionar de los tribunales y jueces en las regiones, lo cual dificulta el acceso de las comunidade­s afectadas a la justicia.

La deslegitim­ación y los ataques del presidente Duque y de su partido a algunas institucio­nes como la JEP y la Comisión de la Verdad y a miembros de la oposición ya son un lugar común. Entre ellos están Claudia López, Iván Cepeda, Sergio Fajardo, miembros de las cortes y el expresiden­te Santos. Hace unos días, ante la Asamblea de Bananeros de Colombia, en defensa del proyecto de reforma fiscal de su gobierno, Duque dijo que en la administra­ción pasada se decretó una reforma tributaria para apoyar a unos pocos desmoviliz­ados que se habían alzado en armas contra el Estado. ¿Acaso la terminació­n de un conflicto armado de más de cinco décadas, la desmoviliz­ación de varios miles de guerriller­os y sobre todo haber evitado la muerte de otros tantos miles de ciudadanos no justificab­an una reforma tributaria?

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