El Espectador

La mayor libertad

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En 2017, según documentos de la Santa Sede, Colombia contaba con 45,3 millones de personas bautizadas en el catolicism­o. Viendo estas cifras, no nos ha de extrañar que la eutanasia siga siendo uno de muchos tabúes. Afortunada­mente, de cuando en cuando algunos herejes sobresalen y ponen de nuevo el debate sobre la mesa. Esta vez la mirada está puesta en la eutanasia. Hablemos como un país mayoritari­amente católico: nos fue dado el libre albedrío por un Dios todopodero­so y gracioso, y nos fue dado de tal manera que somos libres de actuar, mas la voluntad que de nosotros surge no es verdaderam­ente nuestra. Sin embargo, y esto es muy importante, la libertad sigue ahí. Este libre albedrío nos es regalado al ser la creación máxima, la muestra de la divinidad de Dios, pero nos es imposible negar que, aun con nuestra gracia, belleza y semejanza al altísimo, cumplimos, como todo en el planeta, nuestro ciclo de vida.

Y la muerte humana no es una que suele ser tranquila. Accidentes, violencia, suicidios: todos son finales violentos para la vida humana. En todo el mundo, al año, cerca de 1,3 millones de personas mueren en accidentes de tránsito; 464.000 son asesinadas, 800.000 (unas 40 por segundo) se suicidan (sin contar los intentos fallidos). Mientras tanto, la eutanasia, la muerte digna, solo es “legal” en cinco países (Colombia entre ellos), pero con una acción limitada, y otros pocos apenas no la penalizan. Siguiendo esta lógica, la muerte traumática es mucho más común que la muerte tranquila, asistida y, lo más importante, apacible por voluntad propia.

Un suicida ha llegado a ese punto por múltiples motivos que no nos competen y para llevar a cabalidad su acto sopesará sus opciones. Lanzarse al vacío es traumático para todos los presentes y para todos sus conocidos; las armas fallan, las pastillas se lavan, las sogas se cortan. Una muerte en UCI afecta a todo el que la ve. Ahora pregunto yo: ¿es esto lo que Dios querría para su creación más amada, por la que murió? ¿Acaso Él no supo cuándo era su momento y se entregó para salvarnos? ¿Acaso la eutanasia no es el acto más grande de libertad donde, siendo consciente de mis acciones, decido morir bien cuando estoy satisfecho con mi tiempo en la Tierra o cuando, por el contrario, no quiero darle más satisfacci­ón a este juego de azar que tanto me ha hecho sufrir y hace sufrir a los que amo?

Siendo como somos la imagen y semejanza del Señor, su mejor creación, a la que entregó el libre albedrío y la que más ama, ¿por qué preferimos morir de maneras extremadam­ente violentas? ¿Por qué no nos alejamos del sufrimient­o, como querría Él, y permitimos la muerte tranquila? ¿Por qué les negamos a nuestros hermanos la virtud de la muerte y, al mismo tiempo, negamos su libre albedrío?

No nacemos por decisión propia, nuestro entramado genético y biológico nos empuja por ciertos caminos, la libertad la encontramo­s cuando decidimos cómo morir.

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