China: falsos dilemas
MUY SEGURAMENTE AARON COPland debió sentir una profunda frustración cuando se enteró de que una de sus obras, Lincoln Portrait, había sido retirada del programa para la posesión de Eisenhower en 1953. Compuesta en 1942, incluía varios textos del presidente Lincoln para ser leídos por un narrador. Uno de esos escritos dice así: “Los dogmas de un pasado tranquilo son inadecuados para nuestro presente tempestuoso. El momento está lleno de dificultades y debemos estar a la altura de la ocasión. Como nuestro caso es nuevo, debemos pensar de nueva forma y actuar diferente. Debemos perdonarnos y luego salvar a nuestro país”.
La exclusión de la obra se debió a las presiones del macartismo, impulsado por los conservadores, que constituyó una postura más propia del estalinismo que del espíritu democrático de los Estados Unidos. Y hago esta observación para recalcar que tanto bajo el comunismo como bajo la democracia se han cometido atrocidades innombrables.
El macartismo tiene su origen en las jornadas anticomunistas emprendidas por el senador Joseph McCarthy a quien el decano de la Escuela de Leyes de Harvard, Erwin Griswold, llamó “juez, jurado, fiscal, castigador y agente de prensa, todo en uno”. Aunque McCarthy terminó siendo víctima de sus propios métodos y murió joven, censurado por sus colegas, repudiado por su partido y olvidado por la opinión pública, su nefasto legado no nos abandona. Las mentiras, la manipulación y la ignorancia no han dejado de ser armas de uso cotidiano. Eso lleva a que la crítica, es decir, lo que queda después de que los hechos y conceptos pasan por la criba de la razón, sea desplazada por la polémica. Esta viene del griego polemikós (bélico, hostil), de donde se deriva polemistés (guerrero, soldado). Y el soldado está preparado para defender, no para convencer, independientemente de si tiene o no razón.
Lo que está sucediendo con China es desatinado. Es legítimo disentir, pero no es razonable apelar a la diatriba para descalificar sin argumentos. No es la primera vez que el comunismo reta a Occidente, pero nadie puede negar que los chinos ahora sí están pisándonos los talones. Frente al dilema que nos plantean las potencias para calificarlos como enemigos o competidores, tenemos que aceptar que las alternativas son pocas. Al enemigo hay que eliminarlo y al competidor hay que emularlo. Lo primero requiere de capacidades bélicas. Lo segundo demanda un esfuerzo para alcanzar lo que los mayas exponían al saludarse: in lak’ech, que significa “yo soy otro tú”, y que se contesta hala ken: “tú eres otro yo”. No se trata de aplaudir ni de rechazar, simplemente de conocer y entender al otro y aprovechar lo mejor que ofrece.
Existen muchas formas de acomodarse cuando la competencia aumenta. Un ejemplo de ello lo dio Japón frente a la embestida del comunismo que avanzaba por todas partes después de la Segunda Guerra Mundial. Al unirse la izquierda en 1955, los dos partidos conservadores se fusionaron en el PLD (Partido Liberal Democrático) que ha estado en el poder durante 60 de los 66 años desde su unificación. Parte central de su éxito fue apropiarse de las banderas sociales de sus opositores: bienestar para todos. Eso se tradujo en generación de empleos dignos con salarios justos, vivienda, salud, educación e infraestructura. El resultado fue que, para 1990, el 95 % de la población se consideraba de clase media. Mas las cosas van y vienen como el péndulo y hoy, bajo el nuevo modelo neoliberal que ha hecho de las suyas, la pobreza en Japón ya raya el 16 %. ¿Quién puede entonces oponerse a una reducción de la pobreza como la que alcanzó Japón en los 80 o la que recientemente ha logrado China?
Juan Luis Gallego Arcila.
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