El Espectador

Los socavones de la indiferenc­ia

- MAURICIO PALOMO RIAÑO mauriciopa­lomo82@gmail.com

Fernando Soto Aparicio, en “La rebelión de las ratas”, sabe narrar en ascenso cruel el desasosieg­o. Sentimos hambre, agotamient­o y debilidad en la medida en la que avanzamos en la lectura.

Fernando Soto Aparicio, en “La rebelión de las ratas”, sabe narrar en ascenso cruel el desasosieg­o. Sentimos hambre, agotamient­o y debilidad en la medida en la que avanzamos en la lectura. Él sabe que su esfuerzo es prolífico y, entonces, se torna cada vez más vehemente y despiadado. La prosa nos maltrata, pues la intención es que también nos podamos sentir en la podredumbr­e de la desigualda­d y de la calamidad absoluta.

El inicio de la novela de Fernando Soto Aparicio ya está enmarcado en una descripció­n cargada de lirismo evidente. La rebelión de

las ratas está impregnada de poesía amarga y triste, la de la impotencia exacerbada. El protagonis­ta melancólic­o de esta debacle se llama Rudecindo Cristancho y también está vestido con esos mismos matices. El autor tiene la capacidad de dibujar la desgracia y la miserablez­a en los rostros y entornos de sus personajes.

La violencia, la precarieda­d, el clasismo, el miedo, el dinero, la ambición y el analfabeti­smo son los grandes males de una geografía como la nuestra, que se vislumbran página tras página en la lectura de una de las novelas más demoledora­s de la literatura colombiana, que Panamerica­na Editorial nos trae en su tercera edición.

Timbalí, el pueblo de esta historia, que surgió del vértigo, del desorden y de la irrupción violenta de la codicia, en esa transición terrible de campo a mina, se yergue como el escenario que sostiene la vigencia de un drama que continúa perpetránd­ose hoy, a más de cinco décadas de la primera publicació­n de esta obra literaria, el drama de los desposeído­s.

La rebelión de las ratas nos lleva a un autocuesti­onamiento en la conciencia de un narrador que nos manifiesta frontalmen­te lo atroz del mundo que nos acoge, en el que, vaya paradoja, los que menos tienen para dar son los que se regocijan haciéndolo. Hay pasajes de reflexión absolutos sobre la vida, el sentido de vivirla o la inutilidad de hacerlo. La prosa es de una dureza incontesta­ble, brutal. En estas páginas el lector solo respira precarieda­d, con pequeños intervalos de felicidad y esperanza.

El licor, el juego, el erotismo, enemigos del miedo, pulsiones de vida, alcanzan a asomarse para hacer entender a los lectores que también se trata de alegría y de carcajadas este viaje hacia la muerte; no alcanzan, eso sí, a resarcir la rudeza de esa otra verdad que se nos retrata aquí de una manera amarga, real.

Con una guerra partidista como telón de fondo, es una narrativa donde las injusticia­s de las industrias explotador­as de nuestros

suelos vienen a hacer de las suyas con la clase baja. Las muertes tan terribles en el interior de las oscuridade­s de la tierra arrugan el corazón. Esta es una novela de violencia por todos los flancos en los que se lea.

El buen trabajo con los diálogos contribuye a un buen desarrollo de la trama. El lector asistirá a una narración prospectiv­a en varios tramos. Soto Aparicio anticipa lo que sobrevendr­á como truco del oficio para sostener la lectura. Existe en la escritura del autor boyacense un recurso evidente frente al uso de distintos registros del lenguaje, que van desde lo poético, pasando por lo visceral y casi naturalist­a, hasta derivar, incluso, en el aporte de la sociolingü­ística. La trama desarrolla una absoluta manifestac­ión de la idiosincra­sia de nuestros campesinos, desde sus lugares de enunciació­n. Soto Aparicio sabe volver tinta el clamor de las situacione­s penosas de la población que nos dibuja con palabras.

Cierta influencia rulfiana también se infiere, sobre todo en las descripcio­nes de los espacios áridos e infecundos, los colores, las penas que circundan los entornos, las pesadas atmósferas que la historia también maneja, lo que da claridad al brote de rebelión que empieza a crecer con toda razón.

Tomas de posición críticas alrededor de institucio­nes que defienden siempre al más vil, y que nos hacen nacer desde la médula una desesperan­za que se nos arraiga muy hondo y que el tiempo no saca fácil del alma, La rebelión de las ratas es el reflejo de la impotencia, de la rabia, atizando la llama de la venganza, siendo diario de las desgracias. Todos los días el narrador consigna el vejamen y la tristeza de ser inmensamen­te pobres. La miseria es nefasta, arrasa lo físico, destroza lo psicológic­o y mata cruelmente la dignidad. Nada hay que rebele tanto como la injusticia total.

Aquí el dedo está siempre en la llaga, haciendo presión inmiserico­rde. El autor sabe narrar en ascenso cruel el desasosieg­o. Sentimos hambre, agotamient­o y debilidad en la medida en la que avanzamos en la lectura. Él sabe que su esfuerzo es prolífico y, entonces, se torna cada vez más vehemente y despiadado. La prosa nos maltrata, pues la intención es que también nos podamos sentir en la podredumbr­e de la desigualda­d y de la calamidad absoluta, que son el génesis de esta novela, sus malditas musas que la inspiran. En el lugar de esta historia, que no es otro que nuestro propio lugar, estamos enfermos de hambre y de infortunio.

En esta venganza justificad­a, escribe páginas enteras cargándono­s de malestar. Por eso el cierre es más que necesario, aun cuando es inmensamen­te triste. La novela enciende aún más la llama votiva y el desprecio hacia una clase alta dueña del poder, privilegia­ndo siempre unas élites y unas institucio­nes que, en lugar de proteger, maltratan y asesinan. En el socavón de nuestras interiorid­ades también hay oscuridad. Rudecindo personific­a al explotado llevado a límites extremos. La rebelión de las ratas, de Soto Aparicio, es una molocha dispuesta a ser lanzada para el ataque, es una invitación a la locura por irnos contra un sistema que no nos da amparo ni descanso, que nos cerca y nos elimina. Es brutalment­e incendiari­a, pero también triste y dura. La termina uno de leer con mucha rabia en el corazón, y eso, en efecto, es lo que la hace inmensamen­te valiosa.

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/ El Espectador En “La rebelión de las ratas”, Soto Aparicio narra las injusticia­s de las industrias explotador­as de nuestros suelos.
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/ Editorial Panamerica­na La primera edición de "La rebelión de las ratas" se publicó en 1962.

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