El Espectador

La grieta

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PODRÍAMOS DEDICAR ESTE ESPACIO hoy, y estaría bien, a censurar los actos de violencia y destrucció­n que acompañaro­n las manifestac­iones de esta semana. Podríamos agregarle un capítulo, necesario, de rechazo al ataque a la libertad de prensa ejercido contra medios colegas. Podríamos, y no sobraría, criticar la instrument­alización de la protesta por nuestro liderazgo político. Podríamos, también, insistir en lo irresponsa­ble que resulta, en el mayor pico de la pandemia, enfocar la protesta en manifestac­iones masivas. Todo esto, empero, se quedaría muy corto para tratar de entender el trasfondo de este paro nacional que se reactivó esta semana.

Sin pretender ocultar tantas situacione­s censurable­s, que la respuesta oficial a la protesta, desde el propio presidente de la República hacia abajo, sea identifica­rla con la violencia y el vandalismo, es no solo miope e injusto, sino que profundiza la grieta social que se viene abriendo y a cuya expresión asistimos. Ese no es el enfoque del paro nacional ni de la mayoría de la gente que desafió la pandemia y se volcó a las calles.

El pueblo está indignado. Y no por capricho o porque sea un manso borrego que obedece al primer político que lo convoque. Hace un año, la pandemia puso en remojo esa indignació­n , pero a la vez vino a exacerbar las diferencia­s entre los más privilegia­dos y los más vulnerable­s. La mayoría de los colombiano­s están hoy asediados por física hambre y por un panorama desesperan­zador sobre sus fuentes de empleo e ingresos, como el DANE lo ha hecho explícito el pasado jueves. Ese es el contexto en el que llegaron las manifestac­iones de esta semana y por eso resulta tan indignante e incendiari­o que estas se vinculen con la violencia.

Y así llegamos a la reforma tributaria. Sobre ella ya opinamos en este espacio y reconocimo­s que se necesita para enfrentar la crisis fiscal y además que es un proyecto ambicioso en la respuesta del Estado a los más vulnerable­s para alivianar la crisis social por la pandemia. Expertos economista­s la han elogiado también y claman por su salvación en el Congreso.

Lamentable­mente, eso no es suficiente. Ni la reforma tributaria más soñada se puede tramitar sin una estrategia política seria, y no se entienda por ello la de las dádivas y los chantajes. Si faltaran muestras de la desconexió­n y soberbia de nuestro gobierno, esta reforma ha sido la confirmaci­ón. Como siempre, el planteamie­nto ha sido el de un gobierno que propone para que los demás acepten. ¿No fue así como terminó la tal “gran conversaci­ón nacional”? En este caso, sin generar un mínimo consenso previo, presentó la reforma y ahora llama al diálogo y la concertaci­ón. Parece demasiado tarde. Corta visión, mucha arrogancia. Hoy, esa reforma ya no es viable. La aceptación de esa realidad y su retiro es el camino que queda. La concertaci­ón que se promociona ahora con su propio partido parece más de lo mismo.

Hemos tomado prestado el título de la obra de Doris Salcedo, porque en el recuerdo de ese piso de la Tate Modern vimos reflejado al país de esta semana. Estamos partidos por una grieta profunda que nos puede lanzar al abismo. Interpreta­r y responder desde las trincheras ideológica­s, la seguirá abriendo. Confiamos en el talante colombiano para que un camino de comprensió­n, solidarida­d y empatía permita ir poniéndole amarres a esa grieta.

‘‘Sin generar un mínimo consenso previo, presentó la reforma y ahora llama al diálogo y la concertaci­ón. Parece demasiado tarde. Su retiro es el camino que queda”.

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