Duque en el país de los dodos
EN LA INMORTAL OBRA DE LEWIS CArroll, Alicia en el País de las Maravillas, se desarrolla el siguiente diálogo:
“—Lo que yo iba a decir —siguió el Dodo en tono ofendido— es que el mejor modo para secarnos sería una carrera improvisada.
—¿Qué es una carrera improvisada? —preguntó Alicia…
—Bueno, la mejor manera de explicarlo es hacerlo —dijo el Dodo. Y por si alguno de vosotros quiere hacer también una carrera improvisada cualquier día de invierno, voy a contaros cómo la organizó el Dodo. Primero trazó una pista para la carrera, más o menos en círculo («la forma exacta no tiene importancia», dijo) y después todo el grupo se fue colocando aquí y allá a lo largo de la pista. No hubo el «A la una, a las dos, a las tres, ya», sino que todos empezaron a correr cuando quisieron y cada uno paró cuando quiso, de modo que no era fácil saber cuándo terminaba la carrera. Sin embargo, cuando llevaban corriendo más o menos media hora y volvían a estar ya secos, el Dodo gritó súbitamente:
—¡La carrera ha terminado! Y todos se agruparon jadeantes a su alrededor, preguntando:
—¿Pero quién ha ganado?
El Dodo no podía contestar a esta pregunta sin entregarse antes a largas cavilaciones y estuvo largo rato reflexionando con un dedo apoyado en la frente (la postura en que aparecen casi siempre retratados los pensadores), mientras los demás esperaban en silencio. Por fin el Dodo dijo:
—Todos hemos ganado y todos tenemos que recibir un premio”.
En Colombia, los dodos —que son una gran parte de la población— tienen la idea de que el Estado puede seguir otorgando todo tipo de prebendas, subsidios y ayudas (amén de mantener una gigantesca burocracia), sin tener que acudir a un fuerte aumento de recaudo, vender parte importante de las empresas del Estado o disminuir radicalmente los gastos. Sea o no sea del agrado de Petro, Cepeda, Bolívar y de los manifestantes, todo lo que el Estado gana lo hemos y tenemos que seguir aportando los contribuyentes. La reforma tributaria, como lo dice el presidente de Anif, Mauricio Santamaría, “no es una alternativa, es una obligación. Si no, entraremos a una crisis grave, justo cuando estamos saliendo de la del coronavirus”. El economista Mauricio Reina explica: “Sin reforma, la economía se iría por el despeñadero de un aumento sostenido de la deuda pública, una pérdida del grado de inversión, una salida de capitales, un aumento de la tasa de cambio, un incremento de las tasas de interés y una profundización de la recesión económica y el desempleo… Una reforma tributaria como esa traería más ingresos para el 50 % más pobre de los colombianos, recursos que vendrían principalmente del 20 % de la población que más ingreso recibe”.
Por supuesto, la reforma presentada al Congreso es sujeta a mejoras. El presidente Duque así lo reconoció cuando afirmó que todos juntos construyamos una reforma que proteja a los más vulnerables y estabilice las finanzas de la nación. Las alternativas no pueden ser, como señala el columnista Juan Lozano, expedientes facilistas como “gravar con mayor severidad a quienes trabajan duro, hacen empresa y construyen país, castigar el éxito laboral o empresarial, y maltratar a pensionados y empleados”. La alternativa a la reforma es vender con urgencia activos del Estado como Ecopetrol, disminuir los gastos drásticamente o una combinación de las dos. Lo que los colombianos no podemos pretender es seguir en el papel de los dodos: “Todos hemos ganado y todos tenemos que recibir un premio”.