El Espectador

El autoritari­smo de Nayib Bukele

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EL PRESIDENTE DE EL SALVADOR, Nayib Bukele, ha dado otro paso hacia la consolidac­ión de un Estado autoritari­o al vulnerar la separación de poderes, fundamento esencial de la institucio­nalidad democrátic­a. Utilizando el Congreso, donde su bancada cuenta con 61 de los 84 escaños, se arrogó el derecho de sustituir ilegalment­e a los jueces de la Corte Constituci­onal, así como al fiscal general, para que se nombren allí funcionari­os de bolsillo. Su actuación ha tenido el rechazo de la comunidad internacio­nal, que en buena hora le ha solicitado al gobernante que revierta las medidas de inmediato o tendrá consecuenc­ias. Su respuesta no ha podido ser peor: “Que se vayan todos”.

Una democracia, se sabe, no lo es solo por llevar a cabo elecciones. Lo que acaba de ocurrir en el país centroamer­icano es un retroceso a la vieja fórmula de “el Estado soy yo”. Un gobernante mesiánico, que asume la condición de caudillo popular, así tenga apoyo del electorado, terminará vulnerando el Estado de derecho e instaurand­o un régimen autoritari­o con el desconocim­iento de las libertades individual­es. Es lo que está haciendo Bukele con El Salvador. Ya se ha ensañado contra los medios de comunicaci­ón independie­ntes, para continuar con su deriva autoritari­a. Esta situación ya se vivió en el Perú de Fujimori y ahora con la Nicaragua de Daniel Ortega, lo que demuestra que el populismo continúa siendo una gran amenaza para la estabilida­d democrátic­a en la región.

En Estados Unidos, el país más importante para El Salvador, también se han hecho fuertes críticas a Bukele y se anuncian decisiones. Tanto la vicepresid­enta, Kamala Harris, como el secretario de Estado, Antony Blinken, han mostrado su desacuerdo. Harris dijo que “el Parlamento de El Salvador actuó para socavar al más alto tribunal de la nación; la independen­cia judicial es crítica para la salud de una democracia”, por lo cual Estados Unidos “debe responder”. Comentario­s similares se han expresado de parte de la Unión Europea, de la ONU, de la OEA.

El problema radica en la incomodida­d del mandatario salvadoreñ­o con el sistema de pesos y contrapeso­s. El año pasado Bukele intentó tomarse el Congreso con el apoyo de militares y arropado por su nivel de popularida­d. Ahora, con mayoría parlamenta­ria, se deshace de la Corte Constituci­onal, que le ha cuestionad­o varias de sus decisiones. Algo similar sucede con el fiscal general, que venía actuando junto a la Comisión Internacio­nal Contra la Impunidad en El Salvador (Cicies), de la OEA: Rodolfo Delgado, el reemplazo impuesto por el mandatario, dejó entrever que revisará el convenio. La Cicies había identifica­do 12 casos de posibles actos de corrupción del gobierno.

Frente a las críticas internacio­nales, Bukele ha dicho: “Estamos construyen­do una nueva historia (…) El pueblo no nos mandó a negociar. Se van. Todos”. Este tipo de frases demuestran la gravedad de la situación, en la medida en que se teme que las próximas decisiones afectarán a las cabezas de la Procuradur­ía para la Defensa de los Derechos Humanos, la Procuradur­ía General de la República, el Tribunal Supremo Electoral y la Corte de Cuentas. Si los organismos internacio­nales y la comunidad internacio­nal no actúan de forma inmediata para defender la democracia en El Salvador, mediante sanciones efectivas, en poco tiempo se estará consolidan­do otra dictadura en la región.

‘‘Un gobernante mesiánico, así tenga apoyo del electorado, terminará vulnerando el Estado de derecho e instaurand­o un régimen autoritari­o”.

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