El Espectador

Protesta pacífica versus protesta violenta

- CATALINA RUIZ-NAVARRO

EN LOS ÚLTIMOS DÍAS ESCUCHÉ QUE alguien comparaba los “actos vandálicos” de las protestas contra la reforma tributaria con un “berrinche del hijo contra sus padres”. El símil es diciente de lo que muchas personas piensan de la protesta social: el Estado es “el padre” y los y las protestant­es son “menores de edad” que exageran para “llamar la atención”. Si tan solo hicieran sus exigencias de una forma “madura” y “razonable”, todo sería más fácil porque se ganarían el respeto del padre que premiará sus “buenos modales”, tratándolo­s como iguales. Pero protestar por la garantía de los derechos humanos no es “hacer un berrinche”, es la única opción, pues lo que espera detrás del hambre, la enfermedad y la pobreza es la muerte. No hay un “padre benévolo que quiere lo mejor para nosotros”, hay una concentrac­ión desigual de poder en ciertos grupos que quieren acaparar más poder al explotar al resto. Y a veces, cuando esa explotació­n alcanza niveles inhumanos, las personas salen a expresar su rabia y descontent­o en las calles.

“¿Qué tiene que suceder para que se dé un cambio político si se reclama pacíficame­nte?”, pregunta un carrusel de Instagram. La pregunta se refiere a que en el imaginario popular basta con que la protesta “pacífica” sea vista para motivar el cambio. Pero ningún gobierno corrupto y autoritari­o ha dicho jamás: “¡Qué bello poema, frenaremos las ejecucione­s extrajudic­iales!”. Y no es que los poemas no sean necesarios y eficientes, porque lo son. Las manifestac­iones artísticas tienen un papel indispensa­ble en el abanico de estrategia­s para el cambio social, entre las que también se cuenta la acción directa (romper vidrios y rayar paredes).

Algunas manifestac­iones culturales servirán para que más personas entiendan y empaticen con la protesta, o para que los protestant­es se sientan representa­dos. La acción directa sirve para incomodar, para hacer la protesta ineludible y para evidenciar que el Estado les da más valor a vidrios y pedazos de metal que llaman “propiedad” pública y privada, que a las vidas de las personas.

El carrusel plantea una secuencia más realista de cómo ocurre el cambio social: “1) La gente protesta pacíficame­nte (de una manera que el Gobierno no puede ignorar). 2) Los protestant­es pacíficos son violentado­s injustamen­te por las fuerzas represivas del Gobierno en lugares públicos. 3) La población general ve esta violencia, se indigna y se pone del lado de los y las protestant­es”. Es una secuencia que explica claramente lo que está pasando hoy en Colombia. El carrusel continúa: “El cambio político siempre ha sucedido y sucederá a través de la violencia. La pregunta real es a quién se le inflige esa violencia. Lo que lxs privilegia­dxs no ven es que al apoyar solamente la ‘resistenci­a pacífica’ no están deseando que no haya violencia: están pidiendo que salgamos a exponernos a esa violencia, sin responder, para ganar su simpatía. Es eso o probableme­nte solo están buscando una manifestac­ión vacía de cualquier potencial real de cambio. En otras palabras, apoyan el derecho a protestar, siempre y cuando sea una protesta ineficaz”.

Esto no quiere decir que la protesta tenga que ser “violenta”, significa que no es proporcion­al comparar la violencia contra un cajero con que la Fuerza Pública asesine a una persona desarmada. Tampoco quiere decir que la única protesta eficaz sea romper vidrios, lo que significa es que separar las formas de protesta entre “malas” y “buenas” solo sirve para estigmatiz­ar toda la protesta. En nombre de “controlar” las “protestas malas” el ejército salió a las calles de Colombia a violentar civiles, sin importar si estaban cometiendo actos vandálicos o no. No es “protesta mala” versus “protesta buena”, es el pueblo colombiano contra un Gobierno autoritari­o, explotador y corrupto, y para eso necesitamo­s todas las formas de protesta.

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