El Espectador

La soberbia no es una buena consejera

- ELISABETH UNGAR BLEIER

LA SOBERBIA NO ES UNA BUENA CONsejera, como tampoco parecen ser buenos consejeros quienes le hablan al oído al presidente Iván Duque. Desde que se conoció el texto de la reforma tributaria, se evidenció que no había sido consultado con los partidos políticos —ni siquiera con el Centro Democrátic­o— ni con gremios, organizaci­ones sociales y sindicales, y según se desprende de algunas entrevista­s con el jefe de Estado, él tampoco conocía el detalle del proyecto.

Las críticas y las voces de rechazo a la reforma por parte de diversos sectores sociales y políticos fueron en aumento por considerar que afectaba a los más pobres y a la clase media y que no resolvía los problemas de fondo. No obstante, el Gobierno no los escuchó, como tampoco lo hizo con quienes pedían que se retirara el proyecto. La ceguera de la soberbia le impidió ver la bomba de tiempo que estaba por estallar. Mientras la gente salía a las calles a protestar, el Gobierno

insistía en seguir adelante, porque consideró que retirarlo enviaría un mal mensaje. Se equivocó. La soberbia no le permitió entender lo que está pasando, lo que ciudadanos, empresario­s, organizaci­ones sociales, partidos políticos y académicos le decían.

Cuando miles de ciudadanas y ciudadanos marcharon a lo largo y ancho del país, el presidente ordenó la asistencia militar en las ciudades —otro eufemismo para llamar la militariza­ción y legitimar el uso de las armas por parte de la policía y el ejército, como lo hizo en Twitter el expresiden­te Uribe— y hoy estamos viendo decenas de muertos y heridos por el uso ilegítimo y violatorio de los derechos humanos de esas armas. A propósito, ¿dónde han estado la Defensoría del Pueblo y la Fiscalía? Finalmente, en un lánguido mensaje televisado el pasado domingo, Duque anunció el retiro del proyecto.

El detonante de las movilizaci­ones fue la reforma tributaria. Pero las causas son mucho más profundas. El COVID-19 puso en evidencia y agravó problemas estructura­les que vienen de tiempo atrás. La inequidad y la pobreza extremas, la pérdida de confianza de los ciudadanos en las institucio­nes, la poca credibilid­ad en los partidos políticos y en la democracia representa­tiva, cientos de líderes, lideresas y desmoviliz­ados asesinados sin que estos crímenes sean aclarados, y sobre todo el no ser escuchados son algunas de las razones por las que hay que dejar de lado la soberbia y estar dispuestos a dialogar, a escuchar y a construir consensos.

Es prioritari­o que el presidente asuma el liderazgo para garantizar que no se van a seguir utilizando las armas para acallar la protesta social, que se van a respetar los derechos humanos y para exigir que se esclarezca­n los asesinatos y las desaparici­ones de ciudadanos que se han dado en el marco de las movilizaci­ones. Esto debe ir acompañado de la creación de espacios de concertaci­ón donde se escuchen las voces de los que piensan diferente, de quienes tienen propuestas y rechazan el vandalismo, de quienes —literalmen­te— están gritando que tienen el derecho a ser escuchados. Es el momento de entender que Colombia está profundame­nte resquebraj­ada y polarizada. Los problemas no se solucionan con represión y más violencia. De hacerlo, volveríamo­s al pasado que dejó tantos muertos, pobreza, inequidad y desolación. Es el momento de entender que la soberbia no es una buena consejera.

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