La soberbia no es una buena consejera
LA SOBERBIA NO ES UNA BUENA CONsejera, como tampoco parecen ser buenos consejeros quienes le hablan al oído al presidente Iván Duque. Desde que se conoció el texto de la reforma tributaria, se evidenció que no había sido consultado con los partidos políticos —ni siquiera con el Centro Democrático— ni con gremios, organizaciones sociales y sindicales, y según se desprende de algunas entrevistas con el jefe de Estado, él tampoco conocía el detalle del proyecto.
Las críticas y las voces de rechazo a la reforma por parte de diversos sectores sociales y políticos fueron en aumento por considerar que afectaba a los más pobres y a la clase media y que no resolvía los problemas de fondo. No obstante, el Gobierno no los escuchó, como tampoco lo hizo con quienes pedían que se retirara el proyecto. La ceguera de la soberbia le impidió ver la bomba de tiempo que estaba por estallar. Mientras la gente salía a las calles a protestar, el Gobierno
insistía en seguir adelante, porque consideró que retirarlo enviaría un mal mensaje. Se equivocó. La soberbia no le permitió entender lo que está pasando, lo que ciudadanos, empresarios, organizaciones sociales, partidos políticos y académicos le decían.
Cuando miles de ciudadanas y ciudadanos marcharon a lo largo y ancho del país, el presidente ordenó la asistencia militar en las ciudades —otro eufemismo para llamar la militarización y legitimar el uso de las armas por parte de la policía y el ejército, como lo hizo en Twitter el expresidente Uribe— y hoy estamos viendo decenas de muertos y heridos por el uso ilegítimo y violatorio de los derechos humanos de esas armas. A propósito, ¿dónde han estado la Defensoría del Pueblo y la Fiscalía? Finalmente, en un lánguido mensaje televisado el pasado domingo, Duque anunció el retiro del proyecto.
El detonante de las movilizaciones fue la reforma tributaria. Pero las causas son mucho más profundas. El COVID-19 puso en evidencia y agravó problemas estructurales que vienen de tiempo atrás. La inequidad y la pobreza extremas, la pérdida de confianza de los ciudadanos en las instituciones, la poca credibilidad en los partidos políticos y en la democracia representativa, cientos de líderes, lideresas y desmovilizados asesinados sin que estos crímenes sean aclarados, y sobre todo el no ser escuchados son algunas de las razones por las que hay que dejar de lado la soberbia y estar dispuestos a dialogar, a escuchar y a construir consensos.
Es prioritario que el presidente asuma el liderazgo para garantizar que no se van a seguir utilizando las armas para acallar la protesta social, que se van a respetar los derechos humanos y para exigir que se esclarezcan los asesinatos y las desapariciones de ciudadanos que se han dado en el marco de las movilizaciones. Esto debe ir acompañado de la creación de espacios de concertación donde se escuchen las voces de los que piensan diferente, de quienes tienen propuestas y rechazan el vandalismo, de quienes —literalmente— están gritando que tienen el derecho a ser escuchados. Es el momento de entender que Colombia está profundamente resquebrajada y polarizada. Los problemas no se solucionan con represión y más violencia. De hacerlo, volveríamos al pasado que dejó tantos muertos, pobreza, inequidad y desolación. Es el momento de entender que la soberbia no es una buena consejera.