El Espectador

El equilibrio macroeconó­mico ha caducado

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La doctrina tradiciona­l, de ver la economía como unas fuerzas que deben tender al equilibrio, provocó una relativa estabilida­d en las finanzas públicas y privadas, pero inestabili­dad en la convivenci­a social. Hace rato que las personas no creen en la pobreza como un castigo divino que se recompensa en el cielo. La tecnología nos permite ver en tiempo real las condicione­s de vida en comunidade­s prósperas y tener expectativ­as crecientes de alcanzar una parte de ese bienestar.

La humanidad, que habita en naciones que han logrado un pacto social soportado en la democracia, el crecimient­o económico y mejores oportunida­des para su población, experiment­an mayor calidad de vida, con menos violencia, sufrimient­o y esperanzas de longevidad más prolongada­s. En la era moderna, muy poco de estas condicione­s tiene que ver con la geografía, el clima o los mesías. El factor determinan­te es la capacidad de cooperació­n, para encadenar acciones que usen de manera eficiente y sostenible los factores de producción.

Puesto en terreno práctico, las medidas del Fondo Monetario Internacio­nal para corregir los problemas de América Latina en acceder a financiaci­ón en dólares condujeron a un incremento de la deuda que conllevó a la aparición de un problema adicional: la austeridad fiscal, para orientar parte de la riqueza creada en pagar la deuda. La austeridad afectó especialme­nte a los empresario­s, desprovist­os del gasto público para construir la infraestru­ctura, la energía, la tecnología y el capital subsidiado, indispensa­ble para ser más competitiv­os. A falta de un problema surgieron dos: déficits sistemátic­os de cuenta corriente y fiscales; pero eso sí, con inflación controlada.

Este ha sido el dogma de los últimos cuarenta años que dio surgimient­o a la región más desigual del planeta, y la que –tras la pandemia– tendrá el proceso de recuperaci­ón más lento y con mayor número de nuevos pobres. La reforma tributaria de Duque y Carrasquil­la fracasó por su incapacida­d de entender el nuevo contexto. La sostenibil­idad fiscal y de la deuda es una trampa de pobreza y subdesarro­llo. Los países ricos la conocen y no caen en ella.

La solución, para estimular empleos que surgen del crecimient­o, es reconocer que esa forma de ver la economía debe ser replantead­a. El mundo del equilibrio macroeconó­mico ha caducado para dar paso a la lógica de la estabilida­d social.

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