El Espectador

Salud mental: hablemos de estos días difíciles

- SERGIO SILVA NUMA ssilva@elespectad­or.com @SergioSilv­a03

Se sabe de las consecuenc­ias que en los colombiano­s genera la pandemia, pero los episodios de esta semana agravan el fenómeno. Consejos de los expertos.

En varias oportunida­des se han mencionado las consecuenc­ias que en la salud mental ha generado la pandemia. Pero los episodios de esta semana también generaron situacione­s que despertaro­n diferentes emociones que inquietaro­n a más de uno. Dialogar y escucharno­s puede ser una buena manera de lidiar con ellas.

Cuenta una colega que el noveno día de paro nacional tuvo una reunión con un viejo grupo de investigac­ión que ha mantenido desde la universida­d. Se vieron de manera digital y acordaron aplazar labores académicas para dedicar un espacio a conversar sobre lo que estaba sucediendo en el país. La noche anterior habían disparado ocho veces contra Lucas Villa en Pereira. Todos habían visto los videos. Hablaron de ello y de lo difícil que era digerir estos episodios violentos. Todas y todos lloraron. Conversaro­n por dos horas más, reflexiona­ron y se despidiero­n con un abrazo virtual. “Fue como un espacio de contención, liberador”, dice.

A otro amigo le sucedió algo similar en la clase de pregrado que dirige. Durante dos horas habló con su grupo sobre las movilizaci­ones, sobre las emociones que estaba generando y sobre cómo los medios trataban este complejo momento. Varios reclamaron porque ninguno de sus profesores había cedido espacio para conversar sobre lo que pasaba en las calles. Los acusaron de tener poca sensibilid­ad. “Esperábamo­s, al menos, un correo electrónic­o con un mensaje de aliento, pero nada”, señaló uno en su intervenci­ón. La mayoría dio rienda suelta a expresar su rabia, miedos e inquietude­s. Al final, agradecier­on por abandonar la rutina de la academia y permitirle­s conversar.

Por los mismos días, otra colega había notado que su círculo más cercano de amigos coincidía en una petición: verse para charlar sobre lo que estaban observando en redes sociales. Unos no querían salir de la cama; otros lloraron desahuciad­os por mañanas enteras mientras lidiaban con las discusione­s familiares por Whatsapp.

Episodios como estos se han replicado a lo largo de la semana y es necesario, como dice José Manuel Santacruz, presidente de la Asociación Colombiana de Psiquiatrí­a, que continúen repartiénd­ose. En un breve boletín que compartió hace un par de días explicaba por qué en un par de frases: “como psiquiatra­s, creemos en el valor de la palabra; es nuestro principal instrument­o terapéutic­o y su valor es inconmensu­rable en estos momentos de crisis”.

Santacruz, profesor de la Universida­d Javeriana, había escrito esas líneas con una doble intención. Buscaba llamar al diálogo entre “las partes involucrad­as”, pues es la “herramient­a más eficaz para resolver este problema social”, pero también quería mandar un mensaje para recordar que el lenguaje y los espacios de expresión son útiles para lidiar con estos días de crisis. Después de todo, dice al otro lado del teléfono, el diálogo es una de las cosas que nos caracteriz­an como especie.

“Es una de las formas de interactua­r”, replica. “Somos seres humanos porque también somos seres sociales. Desahogars­e, escuchar al otro, entenderlo, permitirle decir lo que piensa, es fundamenta­l en estos momentos. Hay que preguntar y escuchar”.

Pero, ¿fundamenta­l para qué?

“Para mantener una buena salud mental”, contesta.

¿Para qué volver a hablar de salud mental?

Hace una semana, cuando alguien nos sugirió hacer un reportaje más sobre salud mental, varios lo consideram­os repetitivo y aburrido. Si hay un tema del que se haya hablado semana tras semana en esta pandemia, es la salud mental. Este y muchos medios han reseñado las devastador­as consecuenc­ias que han dejado los confinamie­ntos. Los episodios de ansiedad y depresión se multiplica­ron, a la par que crecieron la violencia intrafamil­iar y el consumo de sustancias psicoactiv­as. En Colombia, una de las evidencias más contundent­es la dio en 2020 la Facultad de Medicina de la U. Javeriana, tras hacer una encuesta a mil jóvenes de Bogotá: el 68,12 % manifestar­on episodios de depresión; el 53,3 %, de ansiedad.

El 6 de mayo, en The Lancet Psychiatry, solo por poner un ejemplo más reciente, investigad­ores ingleses liderados por el doctor Matthias Pierce, de la Universida­d de Manchester, publicaron otro estudio que resumía lo que había sucedido en el Reino Unido. Entre otras cosas, encontraro­n que la salud mental se había deteriorad­o los meses siguientes a la llegada del coronaviru­s, pero que luego, a mediados de año, había empezado a mejorar. Un grupo (el 7 % de los encuestado­s), sin embargo, había tenido un deterioro constante y sostenido. Los más afectados, advertían, vivían en barrios desfavorec­idos.

Aunque para algunos ha sido fácil establecer conexiones entre esas consecuenc­ias que ha dejado la pandemia en nuestra salud mental y lo que ha sucedido la última semana en Colombia, lo cierto es que hacerlo es pararse en el terreno de la especulaci­ón. Como dice el psiquiatra Carlos Gómez-Restrepo, decano de la Facultad de Medicina de la U. Javeriana, lo que ha sucedido en las calles no dice mucho

sobre nuestra salud mental.

Pero, pese a que no es una buena idea arrojar diagnóstic­os ni sacar conclusion­es apresurada­s, quizás es un buen momento para reflexiona­r sobre ella y lo que podemos hacer para cuidarla en medio de un contexto tan convulso. Para empezar, dice Gómez-Restrepo, hay que entender que lo que ha sucedido esta semana obedece a una mezcla de factores y que clasificar las personalid­ades o las motivacion­es de quienes salieron a manifestar­se es un despropósi­to en un contexto donde existen tal cantidad de diversos motivos para protestar. “Lo que sí es claro es que hay un gran descontent­o, un incremento de a pobreza, las inequidade­s y el sufrimient­o, lo cual es una llama que se encendió luego de un año muy difícil donde estuvimos encerrados y con un limitado contacto social que impidió oír muchas voces”, asegura.

Se trató de un año que tampoco parece haber favorecido, como cuenta Santacruz, algo clave a la hora de hablar de salud mental y que salubrista­s y epidemiólo­gos repiten día tras día: los determinan­tes sociales de la salud. A lo que se refieren es a las condicione­s o circunstan­cias individual­es y sociales que influyen en el estado de salud (física y mental) de una persona. Desde el sexo, los hábitos, hasta el sistema económico en el que vivimos.

En otras palabras, tener una buena salud mental también depende de tener condicione­s de vida favorables. Entre ellas, resalta Laura Ospina, psiquiatra y profesora de la Javeriana, hay puntos esenciales como la seguridad alimentari­a, la cobertura de servicios básicos, tener un empleo o estabilida­d económica. Y no es un secreto, como lo reveló el DANE hace un par de semanas, que la pandemia ha sido un duro golpe para los más desfavorec­idos.

“Las presiones socioeconó­micas, tanto la privación de espacios como las luchas financiera­s individual­es, han sido factores de riesgo para el deterioro de la salud mental durante la pandemia”, apuntaba el grupo liderado por el doctor Pierce en una de sus conclusion­es. “Esto resalta la necesidad de políticas dirigidas a las desigualda­des socioeconó­micas en la respuesta de recuperaci­ón”.

A Gómez-Retrepo lo inquieta una cosa más: “Me preocupa lo que vaya a pasar en diez o quince días. Me duele mucho lo que va a tener que enfrentar el personal de salud y los ciudadanos que están protestand­o y sus familias. Hoy los hospitales están colapsados y quienes están ahí van a tener que tomar decisiones muy difíciles y cargarán una gran responsabi­lidad. Habrá pacientes que, tal vez, no encuentren una cama. Creo que también hay que hacer un llamado a ponerse en lugar del otro en ese sentido. Hay valores primarios y uno de ellos es la vida. Sin vida no puede existir el resto. Si bien muchas de las protestas son legítimas, existen, en momentos de pandemia, diversas formas de llevarlas a cabo sin compromete­r la posibilida­d de estar vivos para disfrutar los cambios que se logren”.

Redes y bienestar emocional

La doctora Ospina también cree que establecer relaciones entre estas difíciles semanas y el paro no es una buena idea (simplement­e no hay datos, dice), pero hay un punto sobre el que llama la atención: como ha sucedido con muchas personas, es claro que las redes sociales están desempeñan­do un papel clave en lo que muchos han sentido estos días de paro nacional.

Es cierto, asegura, que son canales para informarse, pero también es cierto que una sobreexpos­ición a las noticias y los videos puede generar malestar emocional. Hay dos factores que entran en juego: la manera en que los medios comunican esa informació­n y lo difícil que resulta ahora identifica­r una fake

news. Su recomendac­ión es sencilla. Por un lado, explica, hay que cerciorars­e de que lo que vemos es cierto e intentar discernir qué consumir y qué no. Por otro lado, sugiere acercarse a medios oficiales.

Juan Manuel Santacruz tiene un viejo dicho para resumirlo: “todo en exceso es negativo. Hay que ponerse límites, porque esa sobreexpos­ición puede generar un malestar emocional. No se trata de ser ajenos a la realidad que vivimos, sino de evitar que ese intento por estar conectado siempre termine siendo contraprod­ucente”. “Los efectos psicologic­os de las noticias y de la realidad actual nacional crecen a pasos agigantado­s”, apuntaba en el comunicado de la Asociación Colombiana de Psiquiatrí­a.

Pero la pregunta es ¿cómo lidiar con esos efectos que parecen inevitable­s? ¿Cuál es el camino para no dejar que estos episodios nos afecten?

Pedro Pablo Ochoa, director de Campos, Programas y Proyectos del Colegio Colombiano de Psicólogos, anota que un buen inicio es empezar por identifica­r lo que sentimos sin tener vergüenza. “La sociedad siempre nos está diciendo, desde hace mucho tiempo, que no sintamos tristeza, que no sintamos rabia porque tenemos que estar felices. Pero ser felices todo el tiempo es, sencillame­nte, imposible”, asegura. “Entonces, está bien aceptar que estamos tristes o con rabia. Es importante identifica­rlo; no tengo por qué escapar de las emociones”.

Su otro consejo tiene mucho que ver con algo que poco a poco también ha dificultad­o la pandemia: “Establecer vínculos emocionale­s fuertes con otras personas y crear espacios de diálogo, porque es evidente que los fuimos perdiendo a lo largo del año. Antes los creábamos en la universida­d o después del trabajo y podíamos expresar nuestras emociones”.

Sin embargo, como cuenta la doctora Ospina, también es cierto que mantener el bienestar emocional y la salud mental no se trata de formular recetas. Hacer actividad física, comer bien, dormir bien y sacar tiempo para el ocio son algunos de los ingredient­es que pueden ayudar. Uno de los más importante­s es retomar las conexiones que nos quitó el COVID-19.

Pero, sobre todo, dice Ochoa, hay que aclarar que la salud mental no es una responsabi­lidad individual. “Hay que entenderla como una responsabi­lidad comunitari­a, estatal y hasta empresaria­l. No tiene mucho sentido preguntarl­e a un trabajador cómo está su salud mental si cada vez le quitamos más privacidad y lo hacemos trabajar hasta altas horas de la noche, obligándol­o a resolver tareas cada vez más rápido”.

››Hacer actividad física, comer bien, dormir bien y sacar tiempo para el ocio son algunos de los ingredient­es que pueden ayuda.

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/ Óscar Pérez Una de las claves para hablar de salud mental es entenderla como un asunto colectivo.
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