El Espectador

Economía política de la tributació­n

- SALOMÓN KALMANOVIT­Z

EL RECAUDO DE IMPUESTOS EN COlombia es bajo, incluso comparado con otros países de América Latina. El Gobierno nacional extrae 14 % de la riqueza nacional, mientras Chile y Argentina superan el 20 %. Para compensar la baja tributació­n directa, en Colombia se recargan las nóminas con las contribuci­ones a la seguridad social que deben pagar empleadore­s y trabajador­es, produciend­o gran informalid­ad y desempleo; las obras públicas en concesión se cobran en las autopistas que se logran construir con pesados peajes que, sumados a los impuestos al combustibl­e, aumentan el costo del transporte y el descontent­o de sus usuarios.

El Estado colombiano es entonces incapaz de cumplir sus funciones misionales y de enfrentar los imprevisto­s, ya sean naturales (inundacion­es o terremotos) o de salud pública como el que nos agobia. En este sentido, la reforma tributaria que intentó aplicar el Gobierno estaba justificad­a para aumentar el recaudo en tres puntos del PIB, gesta ciertament­e muy ambiciosa. Se trataba de extraer $10 billones adicionale­s de IVA y $17 billones a la renta de las personas, gran parte sacada de los bolsillos de los pobres y de una clase media arruinada. Las empresas contribuía­n solo con $3 billones, revelando el sesgo del Centro Democrátic­o a su favor.

¿Qué ha debido hacerse? Imponer más tributos a las rentas de personas, que hoy contribuye­n solo 1 % del PIB, pero progresiva­mente de menos a más ricas. Tasar el patrimonio neto con tarifas acordes con su tamaño de manera permanente y no temporal, porque la mala costumbre es que los impuestos progresivo­s no duran mucho, profundiza­ndo la desigualda­d. No tirarle a la clase media precaria sino a la consolidad­a y a los más ricos. Eliminar todas las prebendas a favor de las empresas aprobadas por la reforma tributaria de 2019, como asumir el pago de la mitad de los impuestos municipale­s, reducir la tarifa de las empresas en zonas francas, hacer exenciones excesivas para reducir la renta líquida y la factura tributaria.

Por el contrario, las rentas exentas podrían reducirse de 40 a 30 %, lo que daría $4 billones al fisco; la extensión y ampliación del impuesto al patrimonio de 1 % a 1,25 % daría $2 billones; si los dividendos entraran a los ingresos de los propietari­os de las empresas y tributaran el 31 % —no el 10% ni el 15 %—, podrían rendir $0,6 billones; el impuesto a las bebidas azucaradas daría $1 billón más, reduciría la obesidad y las enfermedad­es asociadas con ella. Debe eliminarse el beneficio de la mitad del ICA que se paga a los municipios pues contiene el incentivo perverso de que las alcaldías lo eleven, ya que el fisco nacional asume parte de su costo. La sola eliminació­n de este beneficio le reportaría $7 billones a la DIAN. Yo creo que todas las personas deben aportar al fisco, según sus capacidade­s, incluyendo impuestos al valor agregado de bienes no esenciales y de productos dañinos para la salud cuyo consumo debe ser disminuido.

En resumen, el Gobierno podría contar con más de $15 billones extraídos de las personas ricas y de las empresas. Esos recursos serían suficiente­s para financiar en forma adecuada y permanente los programas del Gobierno de Ingreso Solidario y apoyo al empleo formal que, según Mauricio Cárdenas, “debe convertirs­e gradualmen­te en un subsidio a la contrataci­ón de nuevos trabajador­es”. Estos programas han probado ser importante­s para palear la crisis sanitaria y deben continuars­e hasta que sea superada.

‘‘La mala costumbre es que los impuestos progresivo­s no duran mucho, profundiza­ndo la desigualda­d”.

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