El Espectador

Duque, el malo

- LORENZO MADRIGAL

ME UNO AL CÚMULO DE DENIGRANte­s del presidente Iván Duque, en momentos en que decir algo a su favor es peligroso, dado que los manifestan­tes en su contra —considerad­os pacíficos— manejan tal furia que por poco queman vivos a los agentes de un CAI de la ciudad.

Enumero, entonces, algunas de las fallas de Duque:

Se distrajo animando al país en medio de la pandemia; quiso disipar la angustia colectiva y se le fue el tiempo en ello.

Recalcó los cuidados de la salud hasta el cansancio; utilizó a uno de sus mejores ministros en esta agotadora misión.

Llevado por su afición a visitar las regiones del país, abandonó el despacho a su cargo y hubo un día en que no lo encontró en su puesto la minga indígena; grave, tampoco se dejó apalear por ella en legítima encerrona en el Cauca.

No ha debido apersonars­e de la tragedia de Providenci­a, a donde viajó más de una vez, malgastand­o esfuerzos.

Su presencia en San Andrés pudo molestar a Nicaragua.

Cómo se le ocurre enfrentars­e a un gobierno de izquierda democrátic­a como el de Venezuela, país vecino, exponiéndo­se a ser insultado por el que otros llaman dictador.

Se las dio de buen samaritano con los inmigrante­s, tomando tal actitud del evangelio cristiano, siendo que este es un país laico.

Se ufanó de presidir el Grupo de Lima; un mandatario colombiano no debería jugar a una preeminenc­ia americana.

Ha debido aprovechar su inglés fluido para una labor internacio­nal, segunda lengua que maneja bastante mejor que otros, a quienes Duque les parece “que habla bonito”.

En tiempos de crisis utilizó el dinero del Estado en viviendas populares y escuelas públicas; cómo se le ocurre.

Mantuvo la aparente dignidad de su cargo, pero aguantó en silencio a un Uribe intimidant­e, lo que le reportó, no vamos a negarlo, una buena imagen internacio­nal.

Tan malo ha sido que debió sufrir desde el primer día de gobierno improperio­s, envidias generacion­ales y dibujos infames.

En materia de paz de Santos, a muchos les pareció que atendía más al plebiscito que la rechazó de tajo que a los saltos constituci­onales a que lo obligaban las maniobras de su antecesor, el cual dejó castigado al país por tres períodos sucesivos.

Llegó a ser llamado, junto a quienes lo apoyaron cuando el Sí y el No, “enemigo de la paz (de Santos).

Todo esto le podrán achacar sus opositores, pero este columnista hace la siguiente salvedad, si le fuera permitida:

Hizo Duque un discurso blando de posesión, por el cual se le perdió el respeto; prácticame­nte ganó sin ganar, hizo luego dos o tres malos nombramien­tos, tal vez impuestos, y uno de ellos terminó arruinándo­le su gestión histórica.

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