El Espectador

Por ahí no es la cosa

- CLARA LÓPEZ OBREGON

EL DETONANTE HA SIDO LA REFORma tributaria, pero la causa más profunda de las movilizaci­ones de estos tiempos es la desigualda­d. Esa condición se manifiesta en la imposibili­dad de ascender en la escala social sin importar cuánto se trabaje o cuánto se estudie. Según Latinobaró­metro, en Colombia solamente el 12 % de las personas consideran que la distribuci­ón de la riqueza es justa o muy justa, lo que deja al 88 % restante con sentimient­os de frustració­n e injusticia.

Las manifestac­iones externas de la desigualda­d son una condena para los jóvenes que la policía perfila y discrimina en el diario vivir. Cuando protestan, sale a castigarlo­s por osar desafiar a los que mandan. Hay que recordarle­s que el taponamien­to de una vía no es violencia, así se le considere ilegal, ni significa terrorismo como lo pretende la narrativa de la derecha.

En las protestas, la autoridad debe entrar a mediar y buscar acuerdos para alternar el bloqueo con el paso de los vehículos. Así actuamos desde el gobierno de Bogotá, sin que se presentara violencia entre manifestan­tes, estudiante­s y la policía. Durante las grandes movilizaci­ones de la minga en 2008 y la MANE en 2011, nos resistimos a las presiones soberbias del Gobierno nacional. En su lugar, el acompañami­ento democrátic­o aseguró que las protestas fueran respetadas y protegidas como correspond­e. La policía debe cumplir el mandato constituci­onal de mantener las condicione­s para el disfrute de los derechos y no contribuir a convertir las protestas en batallas campales.

La policía sabe apartar a los violentos de los manifestan­tes pacíficos, sin disolver sus marchas. ¿Por qué no usa esos conocimien­tos para proteger de infiltrado­s y tropeleros el derecho a la protesta? ¿Quién incita u ordena a la Fuerza Pública a violentar a los jóvenes manifestan­tes?

De otra parte, es falsa la premisa de que un saqueador no merece el respeto de sus derechos humanos. La policía debe intervenir para resguardar la propiedad, pero está obligada a hacer un uso medido de la fuerza.

El expresiden­te Uribe y el vicerrecto­r de la Universida­d Militar están promoviend­o una nueva versión del “enemigo interno” enmarcada en la desgastada matriz anticomuni­sta que culpa a la izquierda del descontent­o social. Califican las marchas, incluso las pacíficas, de amenaza terrorista contra la seguridad del Estado. Con ello justifican el perfilamie­nto de ese enemigo interno. Cualquier joven cae en la descripció­n y se convierte en blanco de la represión policial, haya o no cometido una infracción.

Según el expresiden­te Uribe, basta limpiar al país de “comunistas” y todo estará bien. Grave error. La negación uribista y de gran parte del establecim­iento de responsabi­lidad por la desigualda­d creciente es doblemente peligrosa. De una parte, justifica la salvaje represión policial y, de otra, abona el inmovilism­o frente a las demandas sociales. Es lamentable la imagen del expresiden­te César Gaviria, sentado con el nuevo ministro de Hacienda y con Bruce MacMaster, el representa­nte del alto empresaria­do, negociando resucitar la reforma tributaria. No han entendido nada, ni siquiera escuchar. Por ahí no es la cosa.

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Lucas Villa
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