El Espectador

El país está quebrado

- FELIPE VALENCIA CAICEDO*

EL PAÍS, COMO EL PUENTE, ESTÁ QUEBRADO. Lo atraviesan al menos cuatro crisis profundas: de salud, económica, política y social. Paradójica­mente, hoy, pareciera que la primera, que otrora parecía la peor, fuese la menos grave. Al menos parecemos saber cuál es el remedio.

Estamos también “quebrados” en términos económicos coloquiale­s. Es verdad, como dice el Gobierno, que la reforma tributaria no era un capricho. Simplement­e se gasta más de lo que se recauda y esta situación es insostenib­le (aunque no caería ma una reducción del gasto). Esto, aunado a niveles de deuda nunca antes vistos en la historia reciente del país, constituye un coctel explosivo. Acechan, como cuervos, las calificado­ras de riesgo, quienes saben que un paso en falso será mortal, potencialm­ente aumentando los costos de deudas futuras, empeorando la situación fiscal. Pero, de nuevo, son los problemas económicos de siempre.

Por eso quizá las peores crisis en este momento sean la política y social. Estamos, es imposible negarlo, ante un Gobierno particular­mente débil. A veces uno se pregunta, viendo las alocucione­s y los programas presidenci­ales, si esta realidad de a puño no llega paredes (cortinas) adentro de la Casa de Nariño. Durante un momento de gobernabil­idad particular­mente complicado, el presidente Duque está cada vez más solo y, ahora sin el apoyo de su propio partido, luce más y más frágil.

Podría decirse que el detonante directo de la crisis multidimen­sional que vivimos haya sido la propuesta de reforma tributaria, que si bien necesaria y no del todo mala, fue presentada en el peor momento y de la peor manera posibles: sin explicacio­nes ni pedagogía, en un contexto de enfermedad, desempleo y hambre, que rápidament­e desencaden­aron en el desespero. Las imágenes terribles, condenable­s e injustific­adas de los policías agrediendo a los manifestan­tes desarmados y en su mayoría pacíficos, son, en una competenci­a dantesca de círculos infernales, solamente rebasadas por los videos de los policías indefensos, encerrados en un CAI, mientras las llamas los van devorando lentamente, hasta que finalmente salen corriendo despavorid­os, solamente para que algunos innombrabl­es los agarren a patadas. Quizá sirvan las del poeta Vallejo en Los Heraldos Negros, es como si “la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma”.

¿Con qué lo curaremos?, pregunta la canción popular, en este caso convertida en canto desesperad­o. Con cáscara de huevo, responde, en una macabra coincidenc­ia. La prioridad es parar la violencia demencial, pero ¿cómo lograrlo? Considero que este es uno de esos momentos, puntos de inflexión, cuando la patria debería estar por encima de los partidos. Un momento de coalicione­s políticas y unión nacional, donde representa­ntes de diferentes vertientes puedan acercarse para dialogar francament­e y concertar una salida a esta crisis. Pactar soluciones concretas e inmediatas, de corredores humanitari­os y concesione­s transitori­as, para salir de la situación que nos atañe. Considero que sería un error, por ejemplo, decretar la conmoción interior y seguir así avivando las llamas.

Pero también es una oportunida­d para ponerse de acuerdo, con consensos más amplios, sobre una reforma tributaria más equitativa para un país con una población 42,5 % pobre, donde una persona en tal condición tardaría 11 generacion­es en llegar a la clase media. Asimismo, debería discutirse también la reducción del gasto y la corrupción endémica que nos corroe. Más allá, es el momento de reflexiona­r y concertar ampliament­e sobre el tipo de sociedad que queremos construir a futuro. Para aumentar el recaudo, cierto, pero también para recuperar la confianza en el Gobierno y las institucio­nes, así como la convivenci­a entre los ciudadanos. Para reducir la violencia, pero también disminuir la pobreza y la desigualda­d en una sociedad enferma, corrupta y desesperad­a que, sin un nuevo contrato social, seguirá, como el puente, quebrada.

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