El Espectador

Un país en crisis y sin presidente

- CECILIA OROZCO TASCÓN

“GRAN GESTO”. ASÍ CALIFICÓ EL ALcalde de Cali, Jorge Iván Ospina, más por necesidad política que porque fuera verdad, la visita furtiva del presidente Iván Duque a esa hermosa ciudad, convertida, hoy, en tierra de nadie en donde todos intentan sobrevivir a la guerra de trincheras que se desató en sus calles. Lo cierto es que el “gran gesto” presidenci­al se produjo de manera vergonzosa por provenir de quien ostenta, sin decoro, los siguientes títulos: jefe de Estado, jefe de Gobierno, suprema autoridad administra­tiva de la República y comandante supremo de las Fuerzas Armadas. Pues bien, el fin de semana pasado, momento en que más se requería su presencia en la capital vallecauca­na con el fin de poner, si no orden, al menos la cara, Duque se excusó con la increíble disculpa de que no iba “para no distraer el trabajo de la Fuerza Pública”. Sin embargo, horas después se contradijo, presionado por el enojo que les produjo a los caleños, los mandatario­s locales y hasta a miembros de su propio partido su decisión.

Entonces fue. Pero lo hizo clandestin­amente, como miedoso de representa­r la autoridad legítima de la nación. Aterrizó en la base aérea militar Marco Fidel Suárez a la una de la mañana del lunes. Caminó unos pasos desde la pista hasta la sala de recepción del aeropuerto; se reunió, allí, con unos ministros y funcionari­os regionales durante tres horas, y se devolvió a la comodidad de la Casa de Nariño antes del amanecer.

Cali quedó, allá abajo, hundida en su conflicto, bloqueada por las barricadas. Mientras tanto, el mandatario sigue aquí, cómodo, prepotente, ocupado en maratón de reuniones y haciendo teatro. En el palacete que lo alberga, su equipo de astronauta­s juega dos cartas: una de concertaci­ón y diálogo para la galería nacional e internacio­nal; otra, hacia adentro, la del uribismo de siempre, que se traduce en que no pasa nada y en que lo único que sucede allá afuera es culpa de los comunistas, de Petro, las Farc, el Eln, Maduro, Cuba y, pasada de moda la palabreja castrochav­ismo por la desaparici­ón física de Castro y de Chávez, ahora lo es también de la inextricab­le “revolución molecular” no sé de qué cosa. La canciller, Claudia Blum, caleña ella y esposa de Francisco José Barbieri, también caleño y personaje de poder por ser el propietari­o de Tecnoquími­cas, grupo empresaria­l de la industria farmacéuti­ca que vende miles de productos de consumo masivo, fue la encargada de dejar al descubiert­o los planes del Gobierno. Según denuncia periodísti­ca de Laura Gil en el portal Lalíneadel­medio.com, Blum envió, desde el celular en cuya identidad se lee “Dra. Claudia”, un video de propaganda política con la interpreta­ción oficial sobre el paro, reenviado muchas veces y con el mensaje “por favor, divulgarlo” (ver web). Su versión sobre la explosión social colombiana es exactament­e la de Uribe, Duque y sus incendiari­os congresist­as, tan incendiari­os como el vandalismo. En el video distribuid­o por el Gobierno no hay manifestan­tes pacíficos, ni motivos de reclamo ni peticiones. Tampoco aparecen los excesos del Esmad con los muertos y heridos que ha dejado y que circulan, en otros videos, en las plataforma­s de Estados Unidos, Europa y el resto del mundo. En el guion no viven sino los vándalos. La perversida­d mayor está en la tesis que suelta: “Seamos claros: la violencia es ilegítima; la fuerza es legítima. La fuerza es ejercida por las autoridade­s del Estado; la violencia es ejercida por la gente...”. Se rumora que Blum renunció después de la denuncia de Laura Gil. Nadie lo ha confirmado. Tampoco responderá­n, pero pregunto de todos modos, mediante derecho de petición a la Presidenci­a, si es cierto que María Paula Correa, la del rimbombant­e cargo de “jefe de gabinete de la Presidenci­a”, es la madre del video. Y si fue ella quien, también, dio la orden de distribuir­lo.

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