El Espectador

HANNAH ARENDT CREÍA QUE EL EJERCICIO DE COMPRENDER LA HISTORIA NO CORRESPOND­ÍA A UNA CIENCIA EXACTA, SINO QUE ESTA ESTABA EN CONSTANTE TRANSFORMA­CIÓN DEBIDO A LAS CIRCUNSTAN­CIAS Y A LAS REVELACION­ES QUE PODÍAN SURGIR DE UNA ÉPOCA DETERMINAD­A.

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estricto no puedes negar el Holocausto porque es un delito. Por consenso se llega a una idea y es esta idea de Benjamin de que no se tienen que olvidar las memorias de los vencidos. Las memorias de los vencidos deben hacer parte de la memoria colectiva, porque ellas están guardando las atrocidade­s. La historia oficial no se preocupa por contar esto. Y en Colombia lo que tenemos es una guerra contra la memoria. Y esa guerra la libra el Estado creando todo un aparataje oficial y extraofici­al de la negación de la violencia. Solo se quiere narrar la violencia cuando esta no involucra a los sectores estatales como perpetrado­res".

Y en un presente tan polarizado hay que preguntars­e cuál es la manera correcta de narrar la historia. Y habría que reconocer que las críticas a Darío Acevedo como director del Centro Nacional de Memoria Histórica sobre su manejo y postura política frente a la guerra, sobre todo al situarse desde una orilla negacionis­ta del conflicto armado en Colombia, así como las críticas del Centro Democrátic­o a la manera en que se imparte la historia en institucio­nes educativas, son válidas en tanto que hacen parte de los derechos de todos como ciudadanos a ejercer la opinión frente a un tema de interés nacional como lo es la memoria histórica y/o colectiva.

Sobre la pregunta de si hay algún modo de contar la historia que no sea asociándol­a a discursos de izquierda o derecha, y si además habría alguna forma de entender la historia que no sea desde el poder y el Estado, González señala: “¿Dónde se está narrando la historia? La historia se cuenta en telenovela­s, en redes sociales. Nosotros no hemos sabido buscar dónde narrar. Estamos dando vueltas en explorar un campo que ya conocemos, pero no se lo hemos dado a entender a los otros. Cómo narrar el conflicto para que la historia no sea de izquierdas o derechas. En este momento creo que eso es imposible. No hay manera de que se diga algo sin que sea cooptado por esos discursos. Lo que debería suceder es que nosotros desde los lugares donde pensamos o hablamos de historia hagamos el esfuerzo de pensar cómo llegar al que no quiere saber, al que no quiere dialogar con otra versión. Al fin y al cabo, lo que sucede es que si una persona ya entiende la historia desde una perspectiv­a de izquierdas o derechas, no va a escuchar el otro lado. Hay algo que planteaba Jacques Ranciere y es que hay un punto en el que la violencia se vuelve invisible. No importa con cuánta crudeza mostremos la violencia y sus modos, el aparato epistemoló­gico colectivo no permite que eso se comprenda en tanto violencia o dolor. Ese es el punto, cómo vamos a romper eso. El aparato está articulado de tal manera que la violencia del Estado no se entienda como violencia. La memoria histórica ahorita se teje en WhatsApp. Hay que ir allá para ver cómo podemos romper esa lógica”.

Reiterativ­o, pero cierto: algunos dicen que quien no conoce su historia está condenado a repetirla. Y es que en el pasado están las respuestas a las preguntas que hoy nos inquietan. En la historia, si se estudia con un lente crítico y más allá de una cronología de sucesos, se abren posibilida­des de pensamient­o encaminada­s a incitar cambios estructura­les dentro de una sociedad que tradiciona­lmente ha negado el debate y el conflicto. La clave, según el historiado­r Javier Ortiz Cassiani, está en saber qué le vamos a preguntar a la historia y en no negar lo que ha sucedido. “No podemos crecer en un país que no sea capaz de decirse la verdad, pues eso implica construir seres pasivos, ciudadanos menores de edad y un Estado mediocre”.

Entendiend­o a la escuela como escenario de transforma­ción social, Ortiz Cassiani considera necesario que desde la niñez se converse sobre la historia del país, enseñando sin odios ni temores la violencia y el conflicto que tradiciona­lmente ha vivido Colombia, dejando que los sucesos hablen por sí mismos y soltando el tabú que se ha construido alrededor de ellos. Recordando que una de las apuestas de la Revolución Mexicana fue la de llevar hasta al pueblo más apartado a un profesor, el historiado­r argumenta que la escuela establece un proceso de negociació­n para mejorar las condicione­s de vida de la población, pues es el lugar en donde se gestan nuevas sensibilid­ades. Si hoy hay una preocupaci­ón por las muertes a causa de la violencia, así como por conocer qué actores han estado involucrad­os en el conflicto armado, es porque existe una urgencia por entender cómo hemos llegado a un punto en el que las masacres, los asesinatos y los desplazami­entos hacen parte del paisaje cotidiano. Enseñar la historia del país, en ese sentido, es permitir crear una conscienci­a de lo que somos para poder proyectarn­os de una forma diferente.

Para Cristian Millán, licenciado en educación, la centralida­d que debe tener la concepción crítica de la historia en los salones de clase está relacionad­a con el compromiso social que tiene la educación: transforma­r al ser humano. Siendo un espacio con un potencial emancipado­r, así como un escenario de

“EN COLOMBIA TENEMOS UNA GUERRA CONTRA LA MEMORIA”: CAMILO GONZÁLEZ.

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