El Espectador

Ex-Farc dan informació­n de minas para devolver predio a comunidad indígena

Exguerrill­eros llegaron hasta la finca Gigante con la comunidad indígena y la dueña del predio, víctima de desplazami­ento. El desminado es paso clave para que la Agencia Nacional de Tierras le compre el predio a la familia y que más de 100 familias indíge

- CAROLINA ÁVILA CORTÉS cavila@elespectad­or.com @lacaroa08

La finca Gigante, un predio de alrededor de 1.600 hectáreas, ubicada en la vereda La Alemania, en el corregimie­nto San José de las Hermosas, en zona rural de Chaparral (Tolima), alberga una historia de colonizaci­ón española, disputa de tierras y despojo en medio del conflicto armado. Hoy es el escenario de un proceso de reconcilia­ción y reparación entre una familia desplazada, las extintas Farc y la comunidad indígena Amoyá-La Virginia.

En 1621, la Corona Española llegó al sur de Tolima por este predio, que para entonces era el camino ancestral de los indígenas pijaos, porque conectaba el páramo con el Valle del Cauca. “Bajaron hasta Chaparral y empezó una guerra de casi 70 años, donde exterminar­on a casi todo nuestro pueblo”, cuenta José Roberto Quijano, alguacil de la Guardia Indígena de Amoyá-La Virginia. “Para parar esa guerra se constituyó el gran resguardo Ortega, Chaparral y Coyaima. El virrey confirmó que nos pertenecía­n esas tierras”.

Pero entre 1930 y 1936 el resguardo se disolvió y los indígenas perdieron el derecho a la propiedad de la tierra por no ser considerad­os ciudadanos, sino “salvajes”, según Quijano, y fueron campesinos o terratenie­ntes los que se hicieron dueños de grandes extensione­s de tierra.

Héctor Julio Aponte, oriundo de Buga (Valle del Cauca), llegó a San José de las Hermosas en 1992, y con sus ahorros compró esta finca, por entonces de propiedad del exparlamen­tario Lorenzo Rivera, quien estaba en quiebra. Se instaló con su esposa e hijas y poco a poco se convirtió en un próspero ganadero en la región, reconocido por dar trabajo, por su liderazgo social, pero también por su profundo desacuerdo con las Farc.

Aponte había crecido en Antioquia, conocía la trayectori­a de Álvaro Uribe y fue uno de sus defensores como gobernador de ese departamen­to y en la campaña a la Presidenci­a en 2002, en una zona controlada por el frente 21 de las Farc. Su hija menor, Carol Aponte, cuenta que su padre fue tildado de paramilita­r.

Cuando Héctor impidió el asesinato de tres jóvenes por parte las Farc fue la acción definitiva para que la entonces guerrilla decidiera atentar contra él y lo desplazara­n junto con su familia de la finca Gigante.

Carol tenía seis años cuando sucedieron los hechos, hoy tiene 27. Solo recuerda que su padre llegó a casa y les dijo que tenían que marcharse, que vio cómo lloraba junto a su madre sin ella entender el porqué. En el año 2002, recuerda, confirmaro­n que era imposible volver a su finca porque las Farc la tomaron como campamento.

De Chaparral también tuvieron que irse hacia Ibagué por los atentados que sufrió Héctor. Resistió a dos y el tercero fue fulminante. El 26 de febrero de 2003 fue asesinado por sicarios. En el juicio aseguraron que cumplían órdenes de las Farc.

“Lo de la salud de mi padre fue muy difícil, vivimos de las donaciones de medicament­os y ayudas de la gente. La finca era nuestra fuente de superviven­cia. La gente empezó a llevarse el ganado y todo lo de la finca, y nunca más volvimos. No volvimos a recuperarn­os financiera­mente después del desplazami­ento y la muerte de mi padre nos marcó para siempre”, cuenta Carol.

Con el proceso de paz, dice, las Farc les devolviero­n la finca. La entrega de manera formal se la hicieron a su madre, Dora, a mediados de 2016, como parte de sus compromiso­s con el acuerdo que se firmaría el 24 de noviembre de ese año. Pero volver no fue una opción. Ninguna tenía los recursos financiero­s para recuperar y mantener una finca de 1.600 hectáreas.

El regreso

Carol volvió a pisar Gigante hasta el pasado 20 de abril, luego de 21 años. Es un recorrido que desde Bogotá toma casi 13 horas en total. Llegó a caballo junto con la Misión de Verificaci­ón de las Naciones Unidas, 14 excombatie­ntes de las Farc del frente 21 y el Comando Conjunto Central Adán Izquierdo, que son comparecie­ntes ante la Jurisdicci­ón Especial para la Paz (JEP), representa­ntes indígenas de la comunidad Amoyá-La Virginia y de la Asociación de Cabildos Indígenas del Tolima (ACIT) y miembros de una organizaci­ón civil de desminado humanitari­o que pidió omitir su nombre.

Una vez en Gigante, Carol recorrió los lugares que recordaba de niña: el zarzo que construyó su papá, la habitación que ocuparon con su hermana de niñas, los cuartos donde guardaban la comida, el comedor donde le celebraron sus cumpleaños. “Eran parte de mis recuerdos y no de un sueño. Fue muy bonito y significat­ivo. Tuve muchos sentimient­os encontrado­s, pero ninguno de rabia o rencor”, manifiesta.

Durante el recorrido, el grupo de excombatie­ntes identificó zonas donde posiblemen­te siguen las minas antiperson­ales y artefactos explosivos que instalaron en medio de los enfrentami­entos que tuvieron con el Ejército desde 2000. Desminar es una de las condicione­s para que la Agencia Nacional de Tierras le compre el terreno a la familia Aponte y allí pueda constituir­se el resguardo indígena de los Amoyá-La Virginia.

Ese proceso comenzó poco después de la firma de los Acuerdos de Paz, cuando la comunidad indígena se puso en contacto con la familia para saber si estaban in

‘‘Si se firmó el Acuerdo de Paz es porque se anhela que funcione, y eso no solo va a suceder recibiendo la finca, sino también escuchando a los excombatie­ntes”. Carol Aponte, víctima de desplazami­ento por parte de esta exguerrill­a.

teresados en vender la finca de manera voluntaria. “Ellas acceden a la solicitud y nosotros acudimos a la Comisión Nacional de Territorio­s y Asuntos Indígenas para que se emitiera la orden de compra del predio”, explica José Quijano. La conformaci­ón del resguardo albergaría a 105 familias indígenas, casi que 410 personas, que han vivido repartidas entre el Cañón de las Hermosas y el Cañón de la Marina.

Quieren que cada familia tenga entre cinco a seis hectáreas de tierra para trabajarla y fortalecer la ancestrali­dad y la lengua del pueblo pijao. Con la constituci­ón del resguardo también van a conservar el territorio. Esta finca, al estar contigua al Parque Nacional Natural de las Hermosas, contiene importante­s reservas de agua y flora y fauna, como la danta y la palma de cera que necesitan protección. “Lo que queremos es ser los guardianes de este gran territorio”, dice José.

Con los excombatie­ntes de las Farc acogidos al Acuerdo de Paz el contacto comenzó desde octubre de 2020, justamente para que les ayudaran con el desminado humanitari­o y la recuperaci­ón de este predio. La Misión de la ONU fue la intermedia­ción entre todas las partes y quien financió este recorrido.

Los excombatie­ntes Henoc Capera, conocido como Giovanny

y Gustavo Bocanegra, llamado dentro de las Farc como

fueron algunos de los que participar­on en la jornada. Le aseguraron a este medio que su trabajo en la identifica­ción de posibles minas parte del respeto que tienen por esta comunidad indígena y que hay también un interés de responder con verdad y reparación a Carol y su familia.

De acuerdo con Bocanegra, se lograron identifica­r ese día al menos dos minas antiperson­ales. Toda la informació­n quedó en manos de la organizaci­ón civil de desminado, que en junio de este año comenzará las operacione­s de despeje con un equipo de cinco desminador­es.

“Lo que estamos haciendo es construir los caminos de los TOAR (trabajos, obras y actividade­s con contenido restaurado­rreparador). Queremos que este ejercicio se pueda valorar en el marco de la justicia transicion­al y que sea un aporte constructi­vo para la comunidad. Es una apuesta verdadera a la paz y a la reconcilia­ción”, expresó Bocanegra. Este acto de reparación esperan concluirlo a finales de agosto con la siembra de 300 árboles.

“Es un proceso que se espera que sea de tres años”, explica Caro refiriéndo­se a la restauraci­ón del predio por parte de la ANT. “Nosotras estamos muy entusiasma­das porque es la primera vez que vemos una posibilida­d real de que la finca renazca, así no sea en manos de nosotras. No tenemos casa propia, entonces esta venta nos aseguraría un techo en la ciudad”.

Aún falta verdad con respecto a quiénes dieron la orden del desplazami­ento y el asesinato de su padre. Durante el recorrido se dieron los primeros acercamien­tos entre excombatie­ntes y Carol. Conversaro­n, hubo buena disposició­n de ambos lados y esperan que este proceso también ayude a la reparación y al derecho de verdad que necesitan las hermanas y la mamá de Carol.

“Yo le dije a mi madre cuando regresé que sabía que le dolía y que hay rabia, pero con rencores no se puede revivir a mi papá. Si se firmó el Acuerdo de Paz es porque se anhela que funcione y eso no solo va a suceder recibiendo la finca, sino también escuchando a estas personas. Hay que darles la oportunida­d de que sientan arrepentim­iento y hay que aprender a perdonar”, señala Carol.

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/ Misión ONU La restauraci­ón del predio fue priorizada por la ANT, ya que ancestralm­ente pertenecía a los indígenas pijaos.
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/ Archivo particular. “Armando”, Carol Aponte, “Giovanny” y Gustavo Bocanegra.
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/Misión de la ONU. El recorrido desde San José de las Hermosas toma tres horas a caballo.

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