El Espectador

La hora del cambio

- CRISTINA DE LA TORRE Cristinade­latorre.com.co

BAJO LA RABIA QUE ANIDA EN ESTA sociedad de castas montada sobre la pobreza y la exclusión; desde las lágrimas por tantos y tantos muertos en las calles florece, acá y allá —en el abigarrado tejido que se llama el pueblo— disposició­n para enfrentar la adversidad concertand­o un nuevo pacto social. Pues el que rige, pervertido en el privilegio, en la violencia, en una democracia quebradiza, es causa de la debacle. Y hace agua. Díganlo, si no, esquirlas tomadas al azar de las granadas que este Gobierno ha lanzado contra las multitudes que protestan.

Detenida y abusada sexualment­e por agentes del Esmad, una adolecente “se suicida” en Popayán. En Cali, paramilita­res estrato diez disparan contra indígenas, cuadro inmortal de los ancestros que exalta el puño de hierro del encomender­o sobre el nativo. El alcalde de Pereira cohonesta alianza de civiles con veleidosas empresas de seguridad privada: de ocho tiros muere Lucas Villa. Álvaro Uribe insta a la Fuerza Pública a disparar contra terrorista­s que pueden ser cualquier manifestan­te y acaricia la ilusión de volver a la guerra.

El nuevo pacto social principia por devolver al Estado su protagonis­mo, integrar los excluidos a la empresa reformista y rescatar las dinámicas de la paz. Proponen Humberto de la Calle y Sergio Jaramillo “convocar a todos los partidos y movimiento­s sociales a concertar un Gran Acuerdo Político Nacional encaminado a definir las reformas y ajustes institucio­nales necesarios para atender los retos que la paz demande”. La deliberaci­ón democrátic­a tendría que aterrizar en el Congreso y traducirse en leyes. Hay que deliberar para reconcilia­r, señalan.

Para muchos, en el centro del acuerdo medran medidas de emergencia que empiezan y terminan en el eje del empleo. En la creación inmediata de puestos de trabajo desde el sector público y, a largo plazo, en una estrategia de pleno empleo que privilegie la economía real sobre la especulati­va financiera. Otra medida urgente, de vida o muerte, la creación de una renta básica para seis millones de hogares que oscile entre $320.000 y $480.000 mensuales, financiada –como en todo país civilizado- con impuestos directos sobre la renta y el patrimonio de los más pudientes.

La crema de los profesores universita­rios sugiere alternativ­as en política económica y social distintas de la reducción de impuestos a los ricos. En estas décadas, afirma, ha operado una redistribu­ción regresiva del ingreso que castiga los salarios, premia las ganancias y concentra sin pausa la propiedad y la riqueza. Se suprimió la función del Estado como prestador de servicios públicos y garante de los derechos económicos y sociales que culminen en educación y salud universale­s. Para los académicos, la redistribu­ción del ingreso no se logra con mayor “libertad económica”. Lo prueba la historia de los países desarrolla­dos, donde el Estado fue el gran responsabl­e del desarrollo afirmado en la industrial­ización y en el impuesto progresivo.

Diríase que un rediseño de la fiscalidad debería comenzar por derogar la reforma tributaria de 2019, que otorgó gabelas por $14 billones a los ricos, a las cuales ha renunciado ya la Andi. Aconsejarí­a liquidar el adefesio de que los archimillo­narios de Colombia paguen apenas entre 1 y 2 % de impuesto sobre la renta. Y actualizar el catastro para que también los terratenie­ntes paguen impuestos a derechas.

Otros signos de la crisis que abraza al pacto social y político agudizada por el uribismo en el poder: sólo 9 % de los jóvenes confía en la Presidenci­a y 7 % en el Congreso (Cifras y Conceptos). En perspectiv­a electoral, por la derecha votaría el 5 %; por la izquierda, el 25 %; y por el centro, 41 %. Llegó la hora del cambio. Si el pacto se adopta democrátic­amente, hallaría su refrendaci­ón en las urnas el año entrante.

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