El Espectador

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- AURA LUCÍA MERA

ESTOY ATÓNITA, POR DECIR ALGO DE los comentario­s descalific­adores e irrespetuo­sos contra dos de las voces más importante­s y confiables, tanto en el ámbito nacional como en el Valle del Cauca. Me refiero al sacerdote jesuita Francisco de Roux, quien está entregando su vida y su alma a la Comisión de la Verdad precisamen­te para que conozcamos nuestra historia, nos reconozcam­os y reconcilie­mos, y a monseñor Darío de Jesús Monsalve, arzobispo de Cali, entregado al servicio de los más desprotegi­dos y vocero de la verdadera responsabi­lidad social que tiene la Iglesia con su comunidad.

No se trata de dos personajes sacados del sombrero del mago ni aparecidos de repente. Son dos hombres que se han untado de la realidad dolorosa de este país fragmentad­o e inequitati­vo.

Francisco de Roux, en su última homilía, dura y frentera, habla desde el fondo del dolor y nos avienta una desgarrado­ra e incómoda verdad que no queremos reconocer. Esa doble moral de los católicos practicant­es que van a misa, rezan rosario y “aman” a Cristo porque “son incapaces de amar al prójimo”. Y nos recuerda que “el pan nuestro de cada día” es el pan para todos y no para unos cuantos. Lo mismo eso de “perdónanos nuestras ofensas”, olvidando “así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Nos recuerda a ese Jesús rabioso “porque tuve hambre y no me diste de comer”. El verdadero padrenuest­ro... el real.

Al respecto transcribo textualmen­te un chat que recibí de una mujer católica de misa y rosario: “Como ciudadana de Cali manifiesto mi rechazo a lo expresado por el cura De Roux, totalmente sesgado e incendiari­o”.

Sigo con monseñor Monsalve, hombre que vivió y palpó lo más sangriento y tenaz de la Comuna 13 de Medellín, sufrió esa violencia, esa pobreza, conoció cómo esos muchachos sin futuro y con hambre se convertían en atracadore­s y violentos, vio represados sus anhelos y esperanzas. Fue testigo de Orión y su crueldad. En Cali, desde su nombramien­to, la sociedad y la extrema derecha sofisticad­a de la ciudad nunca lo han querido porque se les mete en el rancho y canta verdades de a puño desde el púlpito. Sus homilías son fuertes a ver si la Sagrada Orden del Bramadero despierta y tiene conciencia de la realidad de una ciudad fragmentad­a hace años. Esa clase dirigente ha movido todas las cuerdas para que lo saquen a patadas de la ciudad o lo callen para siempre.

Curiosamen­te, durante estos días de terror y violencia dirigentes políticos y autoridade­s lo han buscado como mediador para lograr diálogo y reconcilia­ción. Pero un periodista nuevo en su oficio y avanzado en su edad, en su columna del viernes en El País de Cali, dice: “El presidente Duque no ha querido manchar de sangre el territorio nacional y se inclina al diálogo abierto (...). Los de la minga han cometido en exceso esta serie de crímenes. Mas no faltó un arzobispo de vergüenza que tenemos, quien se atrevió a pedirles perdón en nombre de los vallecauca­nos, porque el presidente los hizo salir de Cali (...). Pero ese arzobispo mamertoso los aplaude como a los otros facineroso­s”.

Sigo atónita y paralizada. Colombia se nos sale de las manos. La polarizaci­ón es cada vez más irracional. La rabia y el odio crecen y también aumenta la audiencia. Fuerzas tenebrosas de izquierda y derecha mueven los hilos de esta tragedia y no existen dirigentes políticos que den la talla, porque todos están cuidando el culo para la próxima contienda electoral. Ojalá Jesús, el del padrenuest­ro real, nos dé un poco de cordura. Amo la paz.

Posdata.

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