El Espectador

El arte de la política

- DAVID YANOVICH

EL PARO NACIONAL —NO PORQUE ÉSTA sea una estructura monolítica, sino porque verdaderam­ente la Nación está parada— ha tomado rumbos inesperado­s e insospecha­dos. Y no se puede pretender encasillar este movimiento que vive Colombia en un solo cajón. Hoy en día las marchas son de múltiples actores, con múltiples reclamos, algunos legítimos, otros no. Unos muy peligrosos, otros menos. Pero tienen un común denominado­r: no son conversaci­ones que se puedan resolver apelando a los hechos y a la tecnocraci­a.

Ninguna de las expresione­s en la calle gira alrededor de una conversaci­ón técnica ni sobre conceptos académicos o intelectua­les. Eso está mas que demostrado en como han reaccionad­o unos y otros con respecto al devenir de las protestas y del paro. Por ejemplo, la oposición de marchantes y protestant­es a las reformas tributaria­s, a la reforma a la salud, a la reforma a las pensiones. Todas con fundamento­s técnicos sólidos, respaldada­s con estudios, con hechos claros y evidentes.

Pero eso no parece importar. La expresión de la marcha no es tecnócrata. Esa expresión se da alrededor de temas de política, de justicia, de moral, en unos casos. Así hay que entenderla y así hay que abordarla. Se trata de persuadir, de enmarcar los problemas y, sobre todo, las soluciones con argumentos políticos, o morales, o de justicia. No será suficiente con sacar un listado de pruebas que muestren el progreso agregado de la sociedad colombiana, que es indudable. No basta con demostrar la reducción en la pobreza, o el incremento en escolarida­d, o en expectativ­a de vida, o en nutrición.

La conversaci­ón con los sindicatos y centrales obreras será una y girará alrededor de las peticiones que sean viables de resolver, y de cómo se lograrán mayores transferen­cias económicas a sus afiliados. La conversaci­ón con los jóvenes será otra y segurament­e tendrá que inspirar, tendrá que demostrar un compromiso creíble por un futuro con más esperanza, con más oportunida­des, con más solidarida­d. También están los empresario­s y el aparato productivo, en donde habrá que conversar temas económicos, laborales y tributario­s, consideran­do la solidarida­d y el progresism­o en las reglas de tributació­n, en las laborales y en el gasto público. A los campesinos hay que escucharlo­s sobre temas de desigualda­d franca entre el campo y las ciudades, en accesos a mercados para sus productos, en la mejora de condicione­s laborales, en mayor financiaci­ón.

Segurament­e habrá conversaci­ones regionales, en donde las frustracio­nes y aspiracion­es tendrán matices distintos. Y habrá que crear un mecanismo institucio­nal en donde todas esas conversaci­ones, todas esas conclusion­es, se canalicen y se comiencen a reflejar en normas, leyes y comportami­entos políticos y sociales.

Enorme reto el que enfrenta Colombia. Este es el momento donde más hay que defender la institucio­nalidad y rodearla, independie­ntemente de lo que se piense de este o de otros gobiernos. Sin institucio­nes que sirvan para canalizar las frustracio­nes y reclamos de la sociedad, no logramos abordar ni resolver los problemas de este golpeado país.

Para terminar. Harían bien quienes protestan pacíficame­nte en rechazar de manera vehemente y creíble el matoneo a la Fuerza Pública. No hacerlo impide su actuar frente a grupos al margen de la ley y vándalos que solamente quieren destrucció­n y caos. Además, deslegitim­an sus propios reclamos. Un Estado no puede existir sin unas institucio­nes que garanticen la seguridad y los derechos de todos los ciudadanos. Hay que rechazar el abuso de la Policía, el Esmad y el Ejército, pero sin confundirl­os con un problema sistémico que termine por derrumbar uno de los pilares del Estado de derecho.

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