El Espectador

“Sobra fuerza para un estallido, falta la paciencia”: José Mujica

El expresiden­te uruguayo es una figura histórica, que cambió su país y América Latina. Les envía a los jóvenes de Colombia un mensaje de diálogo y paz.

- DIEGO ARETZ ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR

El expresiden­te uruguayo es una figura histórica, que cambió su país y América Latina. Les envía a los jóvenes de Colombia un mensaje de diálogo y paz.

Estamos viviendo, tiempos muy difíciles en Colombia, ¿qué mensaje les envía a todos los jóvenes, mujeres y hombres que están en las calles del país pidiendo un cambio?

Me hago cargo de la situación a la distancia. Colombia tiene una historia muy dura, trágica, que está segurament­e metida en la cultura somática de una sociedad, a la cual se suman los problemas contemporá­neos duros de nuestra América Latina: desigualda­d creciente, pero en un mundo cada vez más rico, aparece la riqueza más concentrad­a y genera como una llama, como una explosión. No la lacerante desigualda­d, sino la creciente conciencia en las nuevas generacion­es de la dolorosa desigualda­d.

¿Por qué? Porque las sociedades contemporá­neas pierden la resignació­n, pierden aquel tranco cansino, casi medieval, cuando soportaban y soportaban. Por otro lado, las mieles de la modernidad, el desarrollo tecnológic­o, desparrama­n una serie de apetencias que están metidas en la sociedad de mercado que están bombardean­do permanente­mente, y entonces la desigualda­d se transforma en una sensación insoportab­le, particular­mente para la gente joven y mucho más para la gente joven con cierto grado de cultura, estudiante­s universita­rios, gente de la secundaria.

Al final, la respuesta siempre es política, de alta política, de política que cambie algunos horizontes, y eso significa la construcci­ón de fuerzas colectivas, que les sirvan de herramient­a para que la sociedad pueda hacer frente a un tiempo de cambios, que están cantados… repartir un poco mejor la torta.

Pero claro, no tienen por qué los jóvenes entender con claridad estas cosas, están haciendo su propia experienci­a y la paciencia de construir colectivos, partidos, movimiento­s, o llámese como quiera, de herramient­as que les permitan luchar por cambios en las relaciones de poder, es difícil, no es mágica, no se logra de un día para otro y naturalmen­te la gente pierde la paciencia y sale a las calles y por eso la desgracia que se está produciend­o.

Para colmo, daría la impresión de que el Gobierno ha errado, esto no se arregla con propuestas represivas, no se resuelve aplastando, se resuelve entendiend­o que hay reclamos a los que hay que abrirles puertas de esperanza.

Vuelvo a decir, a la larga, esto necesita respuestas de carácter político. No parece que el Gobierno abra una puerta para empezar a negociar alguna de esas transforma­ciones. Quizá los cambios necesitan más tiempo y una fuerza política meramente organizada, que va más allá de manifestac­iones en la calle, que les pueda dar una alternativ­a, una esperanza, a las grandes mayorías del pueblo colombiano. Esto, visto de lejos, cometo el error de poder equivocarm­e a la distancia…

Asesinatos, desaparici­ones, violacione­s sexuales, abusos, violencia policial, un diálogo sin ánimo, ¿cuál es el camino?

Yo no creo que pueda resistir un mes o dos meses una Colombia bloqueada, con dificultad de abastecimi­ento, con esto o con lo otro, tiene que haber un desenlace político, por lo menos de abrir un diálogo y un camino de esperanza. Lo imposible cuesta un poco más, dicen los asiáticos.

¿Qué papel juegan los políticos y los jóvenes hoy en el cambio, en la revolución?

Las revolucion­es siempre son esfuerzos de los pueblos, pero necesitan expresarse políticame­nte. Ahí está el asunto. Es que multitudes que se han movido desesperad­amente ha habido muchas en la historia, pero dar los pasos como para construir una nueva realidad necesita una construcci­ón, y ahí es donde está la mayor dificultad. Creo que sobra fuerza para un estallido, falta la paciencia del trabajo firme en el largo plazo para poner todos los minutos de nuestra vida al servicio de una causa y organizarl­a con otro. Ahí es donde está la cuestión. No es sacarse la rabia en un momento, es cuestión de transforma­r la rabia en una pasión que termina construyen­do un ser colectivo que nos permite cambiar las relaciones de poder. No es sencillo, por supuesto, ni fácil. La primera lección que tendrían que aprender es saber juntarse y para juntarse hay que tolerarse y tolerarse significa tener una gran apertura.

Uno de los problemas de las fuerzas progresist­as es que se hacen muchas capillas, demasiados caciques, y lo que necesitamo­s son muchos indios, multiplica­r la cantidad de indios organizado­s.

Ojalá que Colombia pueda transforma­r esta realidad en una causa colectiva, importante, que le pueda asegurar en mediano plazo cambios, que es lo que necesitan.

Quisiera que, desde luego no voy a convencer a ningún muchacho de los que están calientes en la calle, porque yo fui muchacho y lo viví, pero que esa rabia la transforma­ra en un compromiso. No compromiso para un día o dos o veinte. Compromiso para el resto de la existencia. Vivir con una causa es darle un contenido a la vida. De lo contrario, en nuestra vida nos volvemos pagadores de cuentas, pagadores de crédito, absorbidos por la sociedad consumista… Porque vas a envejecer, si te dejan, y el problema es que no envejezcas traicionan­do lo que llevas dentro.

Por otro lado, Colombia ha recibido cerca de 1’700.000 hermanos venezolano­s

‘‘Colombia tiene una historia muy dura, trágica, que está segurament­e metida en la cultura somática de una sociedad, a la cual se suma la desigualda­d creciente”.

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/ AP El expresiden­te uruguayo José ‘Pepe’ Mujica se retiró de la política en octubre de 2020.

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