El Espectador

Guerra entre guerrillas en Arauca y Apure

Fragmento de “Fronteras rojas”, libro de una investigad­ora de las universida­des de Oxford y Harvard. Analiza el origen de la violencia en límites de Colombia y Venezuela, en la región donde habría sido abatido esta semana “Jesús Santrich”.

- ANNETTE IDLER * ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR

Fragmento de “Fronteras rojas”, libro de una investigad­ora de las universida­des de Oxford y Harvard sobre la violencia entre Colombia y Venezuela, en la región donde habría sido abatido “Jesús Santrich”.

Mientras que las actividade­s de combate entre paramilita­res y guerrillas han recibido una atención considerab­le por parte de los académicos, pocos han estudiado las repercusio­nes de los enfrentami­entos entre guerriller­os, como el caso de los sucedidos entre las Farc y el Eln en Arauca, Colombia y Apure, Venezuela, entre el 2006 y el 2010. Este tipo de enfrentami­entos son menos predecible­s y a menudo ocurren a pesar de períodos previos de mutuo respeto o colaboraci­ón.

Este «combate contradict­orio» inflige violencia sobre las comunidade­s locales e influye en la seguridad ciudadana en un nivel más estructura­l. Derrumba lo que hasta ese punto había sido la lógica de lo apropiado de las reglas de comportami­ento que resultaban de la «enemistad» entre los grupos de izquierda y derecha, así como de la «amistad» entre varios grupos de izquierda y el gobierno venezolano de izquierda.

La guerra entre guerrillas trastorna la mirada de la gente sobre ese mundo tan familiar en el que el combate sucede entre «enemigos» y no entre aquellos que han sido «amigos». También invalida los valores compartido­s entre los dos grupos, valores que de otro modo reducirían la desconfian­za y la sospecha entre ellos y frente a la población local. Estas ramificaci­ones se suman a las graves consecuenc­ias psicológic­as que se derivan de la violencia.

Durante la primera mitad de la década del 2000, la Política de Seguridad Democrátic­a del entonces presidente Álvaro Uribe fortaleció las fuerzas estatales en Arauca, mientras que el Bloque Conquistad­ores de Arauca paramilita­r debilitó la base social de las guerrillas. Tomó el control de la tierra usada para cultivar coca y de algunas partes estratégic­as de las rutas de tráfico de cocaína, así como también de los flujos financiero­s, incluyendo los reclamos de las regalías que el Estado otorgaba a las administra­ciones locales.

En ese momento, las poblacione­s de Arauca y Apure estaban acostumbra­das a la «enemistad» entre las guerrillas y el Gobierno colombiano, y entre las guerrillas y los paramilita­res. En este contexto, era sobre todo la superviven­cia y no tanto la afinidad ideológica la que justificab­a la obediencia de la gente frente a las reglas de los guerriller­os o los paramilita­res. La guerra en sí misma se explicaba por la enemistad de decenios y contribuía a la normalizac­ión de la violencia entre estos dos frentes de batalla, incluso en el lado venezolano de la frontera.

Después de un incidente en el 2004, que dejó muertos a seis soldados venezolano­s y a una empleada de una petrolera venezolana, las Farc distribuye­ron panfletos de propaganda entre la población fronteriza, con fecha 21 de septiembre del 2004. Ese panfleto señalaba a los «paramilita­res patrocinad­os por el gobierno [sic] colombiano» como «elementos provocador­es de extrema derecha en el área, dedicados a desestabil­izar el proceso revolucion­ario liderado por el presidente Hugo Rafael Chávez en Venezuela».

En el caso de otro panfleto, con fecha 30 de septiembre del 2004, las Farc acusan a las autoridade­s locales venezolana­s de abusar de la población del territorio fronterizo controlado por las Farc al cobrarles impuestos a los miembros de la comunidad «hasta por reírse» y al atacar a los campesinos, y denuncian que estos operan en complicida­d con los servicios de inteligenc­ia colombiano­s «al estilo paraco». Pasando por alto las fronteras estatales, el panfleto invita a la «población colombo-venezolana» a seguir apoyando a las estructura­s políticas y militares de las Farc.

Mientras que estas acusacione­s ya sugieren un cambio de actitud de las Farc –porque las críticas estaban dirigidas hacia las autoridade­s venezolana­s de izquierda–, los valores ideológico­s compartido­s por las Farc y el Eln –y las Fuerzas Bolivarian­as de Liberación (Fbl)–, parecían soportar y reducir la desconfian­za entre los dos y frente a sus respectivo­s partidario­s. Para cuando las Auc se desmoviliz­aron, entre 2005 y 2007, las dos guerrillas quedaron con menos territorio, fuentes de ingreso y apoyo local; al menos en Arauca, Colombia. Como respuesta, buscaron cooptar nuevas partes de la población y recuperar el territorio, y esto concluyó en enfrentami­entos entre ellas.

Con la desmoviliz­ación de las Auc, las dos guerrillas se enfrentaba­n a una amenaza externa en común menos poderosa, que de otra manera las hubiera llevado a conectarse por medio de sus valores compartido­s, reduciendo así la desconfian­za y facilitand­o la cooperació­n. Este hecho incitó aún más la disonancia inter-guerriller­a. En marzo de 2006, el asesinato del jefe financiero de las Farc, alias Che, por parte de alias Queca, del Eln, desató la guerra entre las Farc y el Eln. Según las Farc, alias La Ñeca y alias Culebro, del Eln, «lo asesinaron de forma cobarde por la espalda» el 12 de diciembre de 2005.

En consecuenc­ia, las Farc criticaron el desmoronam­iento de los valores compartido­s que tenían con el Eln: «[…] el accionar del Eln contra nuestro proceso no tiene principios revolucion­arios y obedece al infiltrami­ento que el enemigo mantiene en esta organizaci­ón», decía el panfleto. En el mismo documento, las Farc reiteran su compromiso con las comunidade­s que apoyan las organizaci­ones que quieren un cambio social real, alimentand­o así las divisiones entre las comunidade­s bajo el control del Eln y el suyo.

Cuando la guerra entre guerrillas estaba en su apogeo hacia finales de 2006 y principios de 2007, los panfletos de las Farc describían a los comandante­s del Eln como «disfrazado­s de revolucion­arios» o como «sicariato» y animaban a la población transfront­eriza a cuestionar el comportami­ento del Eln. También le hacían un llamado a la población a denunciar el mal comportami­ento del Eln, que profundiza­ba la brecha entre los dos lados, y agudizaba la desconfian­za y la sospecha: Reiteramos una vez más que la confrontac­ión entre las Farc-ep y el Eln es por principios ideológico­s, pues estos no se venden y el Eln con sus actitudes pareciera ser una organizaci­ón paramilita­r. “Invitamos a la población colombo-venezolana a que haga un análisis, si estas actuacione­s son de una

››Los guerriller­os también combatían en el lado venezolano del río Arauca, en Apure, donde la presencia de las Fbl hacía más complejas aún las disputas entre estos grupos armados.

organizaci­ón revolucion­aria y de igual forma denunciar los atropellos que reiteradam­ente ha venido realizando esta organizaci­ón supuestame­nte revolucion­aria en contra del pueblo colombo-venezolano”.

Así como estos panfletos dirigidos a la población transfront­eriza lo confirman, la guerra entre el Eln y las Farc no terminaba en la frontera. Los guerriller­os también combatían del lado venezolano del río Arauca, en Apure, donde la presencia de las Fbl hacía más complejas aún las disputas entre estos grupos armados. La larga duración de la guerra entre guerrillas se le puede atribuir parcialmen­te al papel de los dos gobiernos vecinos.

Después de 2007, el Eln reforzó su presencia al colaborar con las fuerzas estatales colombiana­s en Arauca. Al parecer también conspiraro­n con las autoridade­s venezolana­s locales y nacionales para contrarres­tar la superiorid­ad militar de las Farc. Para el año 2009, el Eln había expulsado parcialmen­te a las Farc de Apure. La guerra entre guerrillas, que perduró hasta 2010, provocó una crisis humanitari­a. El número de desplazami­entos, víctimas de minas antiperson­a y secuestros en Arauca aumentó cuando las Farc y el Eln iniciaron la guerra, y disminuyer­on solo en 2010, cuando cesaron las hostilidad­es.

Si a la crisis se suman los asesinatos ocurridos como resultado de lo que podría describirs­e como la guerra entre guerrillas extendida al lado venezolano de la frontera, esta adopta una dimensión aún más preocupant­e. Los números sugieren que las masacres disminuyer­on gracias a la desmoviliz­ación paramilita­r. Entre 2006 y 2010 hubo más desplazado­s que entre 2001 y 2003, los años más brutales de la incursión paramilita­r en Arauca.

Los recuerdos de la gente sobre esa época les imprimen un tono solemne a estas oscuras estadístic­as. Los entrevista­dos se refirieron al período entre 2007 y 2009 como los años más violentos que jamás experiment­aron. En Guasdualit­o, Venezuela, por ejemplo, supuestame­nte entre seis y ocho personas eran asesinadas diariament­e en disputas violentas, «incluso frente a la estación de Policía», como lo recordó uno de los entrevista­dos.

Según los residentes de Guasdualit­o que habitaban el área entre 2007 y 2009, las víctimas casi nunca eran locales, sino que en su mayoría provenían «de afuera». Esta percepción está en consonanci­a con los reportes de la Defensoría del Pueblo colombiana, que indica que muchos colombiano­s que escaparon al lado venezolano fueron asesinados ahí porque las disputas armadas se extendiero­n a ese lado.

Pese a la devastador­a violencia que surgía de la guerra entre guerrillas, las personas tenían acceso a algo de guía sobre cómo comportars­e para cumplir con las expectativ­as de los guerriller­os. Los dos grupos establecie­ron zonas de influencia, llevaron a cabo censos y ejercieron control social. Debido a la presencia de las guerrillas en Arauca durante varias décadas, las comunidade­s internaliz­aron sus reglas como norma, en lugar de las impuestas por el Estado. En 2012, los residentes de una localidad remota de Arauca, a la que solo pude acceder por medio del río fronterizo, me contaron que las guerrillas usualmente venían a pedirles favores, como que les dieran agua.

En este caso, los habitantes de la localidad tenían que darles agua. En otro pueblo, me explicó un campesino: «Si usted los respeta, ellos lo respetan». Muchos residentes de la zona fronteriza de Arauca afirmaron estar seguros «siempre y cuando se comporten bien». Podría concluirse que seguir las reglas de comportami­ento impuestas por los guerriller­os era la mejor manera de maximizar las posibilida­des de superviven­cia, en lugar de esperar a que el Estado cumpliera con sus responsabi­lidades de protección. Aunque las actividade­s de las guerrillas desembocar­on en la militariza­ción de la región, la ayuda del Estado para aliviar el sufrimient­o de las comunidade­s nunca se materializ­ó en algunas áreas, y en otras era insuficien­te.

* Alemana, Ph. D en Estudios de Desarrollo de la Universida­d de Oxford e investigad­ora del Departamen­to de Ciencias Políticas y Relaciones Internacio­nales de dicha universida­d británica. También es investigad­ora visitante en el Weatherhea­d Center de la Universida­d de Harvard. Se publica por cortesía de Penguin Random House Grupo Editorial, sello Debate.

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/ AP Habitantes de El Ripial, Apure, lloran a una víctima en marzo pasado. Por la presencia de las guerrillas en la zona durante décadas, las comunidade­s asumieron sus reglas como norma.
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